Sufro el mal de montano. Para semejante congoja no existen bebedizos, ni pócimas, ni curanderos, ni nada. Créanme, lo he intentado todo por dejar atrás este espantoso padecimiento, este malestar que va desgastando, lánguidamente, las comisuras de mi cuerpo. Una vez el brujo Calima me enyerbó hasta más no poder de pulsatilla y genciana, que tomara dos cucharadas del brebaje aquel y luego hiciera gargarismos por dos minutos. Lo único que conseguí fue un aliento a puerro recién machacado. El vecino Antonio, médico alternativo vaya uno a saber de qué universidad, me dijo que para sanar las heridas que van dejando las palabras en mis ojos miopes lo más recomendado era el jugo de uchuva con dos gotitas de limonaria, que me aguantara la comezón, síntoma, según él, de una asombrosa mejoría. (Acá entre nos, dijo que igualmente servía contra la escarlatina). Después de aplicarme ese zumo ardiente por siete días, parecía como si hubiese llorado meses enteros, y agarré una conjuntivitis aguda nivel 3, según explicó el oftalmólogo. Para las novelas de largo aliento, de esas donde uno concluye: es muy bueno este condenado escritor, ojalá la hubiera escrito yo, alguien me dijo, una ex-novia con ánimo de venganza, (no sé porqué las mujeres no nos creen cuando decimos que nosotros los hombres somos simplemente víctimas de algunas zorrillas, que casi nos hacen pecar a las malas) que lo mejor de lo mejor era volver a los lentes culodebotella para perderse en ese inframundo literario, y de esta manera ver hasta el mínimo detalle del libro para que mi cerebro capturara toda su naturaleza, y que de paso me hacían ver más interesante. Malditas ex-novias que ni son ex-novias ni novias ni amigas ni amantes ni nada que se le parezca. Con esos lentes burla viene y burla va, recordándome con inclemencia aquellos años cuando era impúber y mi amada madre me hacía colocar semejantes lupas en el rostro, haciendo que los demás niños se rieran de mí un rato largo. Recurrí luego al psicoanálisis, y al leer el superego, es decir, el superyó, terminó siendo aquello que el yo y el ello no alcanzaron. Después de tal asociación en todo mi líbido, concluí que Freud estaba completamente loco.
En definitiva, como ven, no hay cura para el mal de montano, por lo menos no para mi caso, que ha sido catalogado por expertos en la materia como el otorrinolaringólogo y el montanólogo de muy severo. Quiera Dios que algún día tantas llagas y pústulas en el alma desaparezcan de una vez y para siempre, y quiera Dios por su infinita misericordia que este loco corazón logre refrenar aunque sea un poco el leerse hasta la letra menuda del contrato de arrendamiento.
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