La polémica es bien conocida. Gordon Lish "arreglaba" los finales, sobre todo, de los cuentos de Raymond Carver antes de ser publicados. Alessandro Baricco hace un inteligente análisis para este caso en algún número de la revista El malpensante. Claudio Zeiger se interna de nuevo en esta discusión para Radar libros, a propósito de la nueva edición de Principiantes:
La lectura de Principiantes es una experiencia literaria singular, no nos atrevemos a decir única pero sí bastante llamativa. Y muy intensa. Sobre todo tratándose de un autor como Raymond Carver, dueño de una particular consagración (la consagración de los previamente derrotados, de los previamente perdedores) a puro talento, coronación de un esfuerzo sobrehumano por llegar a ser escritor, de una lucha conmovedora, en definitiva, por el reconocimiento. Pero resulta que en la mitad de ese esfuerzo, de esa pugna por “llegar” se topó con el bienhechor hoy convertido en villano de la película: el editor Gordon Lish, su mentor desde los años ’60, quien lo llevó a la cima con la publicación de De qué hablamos cuando hablamos de amor. Ahora, la aparición de la versión original de esos cuentos bajo el título Principiantes, revela (ya se sabía, pero aquí se aportan las pruebas contundentes) que Lish los mutiló horriblemente, sobre todo a los relatos más largos, los más dotados de trama y sentido. Hubo un pacto entre ambos pero también un indiscutido abuso del editor. Lish cumplió: lo volvió un escritor consagrado de la (casi) nada. Pero puede pensarse que a pesar del éxito, el hachazo le dolió a Carver en lo más recóndito, y que por eso, tarde o temprano, en vida o a su muerte, se deberían dar a conocer los textos originales.
Muchos otros escritores sabían del enorme abismo que había entre las dos versiones de los libros. Y también es cierto que cuando se publicó el otro libro célebre de Carver, Catedral, Lish contuvo la mano. Los cuentos de Principiantes se parecen mucho más a los de Catedral que a los de De qué hablamos... El mito se consolidó pero la historia no se revirtió: Raymond Carver moría en plena fama (propia y de Lish) en 1988. Diez años después comenzaría a revelarse el “affair Lish” y ahora se cierra el círculo con la versión original de sus primeros relatos.
Cuenta la leyenda que tras una vida difícil signada por el alcoholismo, los múltiples trabajos mal pagos, una vida peregrina, un matrimonio complicado, Raymond Carver conoció unos pocos años de gloria literaria y murió acunado en ella, breve gloria, breve cielo tras breve cárcel. Fueron en particular esos dos libros los que consolidaron la leyenda del gran ex bebedor: De qué hablamos cuando hablamos de amor y Catedral; el primero se publicó en 1981. Hasta entonces Carver había publicado en revistas literarias, la mayoría de ellas universitarias, y un volumen de 1977 llamado Furious Seasons and Other Stories (cien ejemplares de tapa dura numerados y firmados por Carver, y 1200 ejemplares en rústica). Cuando entregó sus cuentos al editor Gordon Lish, sabía que su gran oportunidad estaba cerca, pero que, también, probablemente era la última. Según informan los editores de Principiantes (William Stull y Maureen Carroll) en el prefacio:
“Tres meses antes de llevar su original a Nueva York, en mayo de 1980, Carver escribió a Lish diciéndole que tenía entre manos tres grupos de relatos. Los relatos de uno de estos grupos habían aparecido previamente en revistas de difusión restringida o en alguna editorial pequeña, pero nunca habían sido publicados por una gran editorial. Los del segundo grupo bien habían aparecido o estaban a punto de aparecer en varias publicaciones periódicas. Un tercer grupo, el más pequeño, lo integraban relatos nuevos aun en forma de texto mecanografiado”.
Gordon Lish hizo una operación de corrección que en definitiva cercenó más del cincuenta por ciento del material entregado. Según informan los editores, “las historias originales de Carver se han recuperado transcribiendo las palabras mecanografiadas que están debajo de las modificaciones y tachaduras manuscritas de Lish”.
Resulta muy difícil, al leer Principiantes, no recurrir a la permanente comparación de las versiones entre este libro y el “original”. En algunos casos –los relatos más breves, varios muy conocidos como “¿Por qué no bailan?” o “Visor”– son similares y están “corregidos” para lograr el efecto Hemingway de la entrelínea, el corte y el fragmento significativo. Pero en relatos largos como “Si ello te place”, “Tanta agua tan cerca de casa”, “Dummy” (títulos originales) se trata, como opinó Philip Roth, de verdaderas mutilaciones. En este punto, y sobre todo para los escritores norteamericanos, se abre un debate sobre el rol de los editores (sobre todo a la manera intervencionista del editing), pero más allá de la gran polémica americana, Principiantes permite una relectura y una consideración estricta sobre la obra de Carver. Y un reencuentro.
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