Alejandrea Patatat, del periódico La nación, hace un balance sobre la última novela de Tabucchi, El tiempo envejece deprisa. Se respira Italia por todos lados. Así lo comenta:
Una mujer se pregunta por primera vez a los treinta y ocho años por qué no ha tenido un hijo o, más bien, por qué no ha deseado tener un hijo. Un escritor espera en un hospital la muerte de una tía y descubre que, en esos momentos finales, ella ansía contar, no su propia historia, sino la infancia del sobrino. Un ex espía alemán pasa sus tardes de jubilado siguiendo la pista de presuntos objetivos y vuelve obsesivamente a la casa-museo de Brecht, su víctima excelente. Un viejo general húngaro reencuentra, después de cincuenta años, a su antiguo enemigo, un ruso que lo había condenado tras la invasión de Budapest en 1956. Un hombre asiste solitario a una escena conmovedora: en una terraza de una ciudad cualquiera del Mediterráneo, una madre canturrea la canción sefardita "Yo me enamoré del aire", mientras abraza feliz a su hijo. Un hombre maduro viaja hasta Creta y desvía su camino para recluirse en un monasterio. ...stos son algunos de los personajes y de las historias de El tiempo envejece deprisa , el nuevo libro de Antonio Tabucchi (Vecchiano, 1943). Uno de estos personajes afirma: "Las emociones no se explican, para ser explicadas deben transformarse en sentimientos". Por eso, habría que decir que estos nuevos cuentos, que reconcilian con la mejor literatura del autor, son como esbozos de personajes e historias: sensaciones, emociones y atmósferas, captadas en escorzo.
Con El juego del revés (1981), Nocturno hindú (1984) y Pequeños equívocos sin importancia (1985), sin duda sus mejores libros, Tabucchi irrumpió en la escena literaria mundial. Les siguieron una gran cantidad de relatos, entre los cuales figuran Sostiene Pereira (1994) y Tristano muere (2004). Su poética -como escribió recientemente Daniel Capano- es común a las tendencias de la escritura posmoderna: carácter fragmentario, intertextualidad, parodia y metaliteratura. Pero la insistencia iterativa de sus temáticas -la escisión del sujeto, el viaje como laberinto, la incertidumbre como derrotero, la paradoja, el enigma y la inconsistencia del ser humano- lo proyectan hacia atrás, es decir, hacia principios del siglo XX, cuando la literatura testimoniaba la crisis del hombre moderno.
Este libro no escapa a esta rara conjunción entre estilo posmoderno y problema moderno, entre innovación y tradición. A tal punto que la cuestión transversal de los relatos es la relación entre el tiempo, la memoria y el recuerdo. El tiempo transcurre irreversiblemente, advierten sin sorpresa los protagonistas de las historias. Pero la fuerza de la memoria involuntaria todo lo arrasa: la lógica del recuento final y la frágil concatenación de los hechos. Los infinitos juegos de la memoria, que nacen casi siempre de esa sutil y vaporosa evocación proustiana, conducen al sujeto a rememorar. Y la epifánica visión fotográfica de la realidad cede ante la ensoñación nostálgica, la fantasiosa geometría del recuerdo. Todos los libros de Tabucchi se caracterizan por una fuerte saudade : es el signo más claro de su consabida deuda con el portugués Fernando Pessoa, su autor predilecto. El tiempo envejece deprisa es, sin embargo, el libro de la nostalgia por excelencia, el punto culminante de un recorrido à rebours que lleva al autor cada vez más atrás en el espacio y en el tiempo. El final de la colección, en la mítica Creta, es más que elocuente. Aun así, no es todavía el libro sobre la infancia que probablemente el autor italiano escriba alguna vez. El pasado que los personajes de estas historias recuperan es el de la plenitud de la vida, el de la añorada juventud.
Hay algo más para agregar. La literatura y el cine italianos del siglo XX fueron capitales cuando se abocaron a la tragedia de la guerra: Ungaretti, Montale, Pavese, Bassani, Levi, Morante, Pasolini, Rossellini, De Sica y Visconti produjeron sus obras maestras cuando evocaron con acierto el momento en que la vida se ofrecía en todo su significado en carne viva. Y ello sucede indefectiblemente durante la guerra. Tabucchi no es un escritor testigo de los conflictos mundiales, pero su formación intelectual -su idea misma de compromiso, hoy tan devaluada- lo colocan junto a esta vastísima tradición europea. La guerra constituye el segundo plano de casi todos sus relatos. Aparentemente es una imagen desdibujada y sin contornos, tal como hoy se le aparece a la mayor parte de los europeos. Pero si se observa bien, la guerra es el escenario preciso en que la vida de sus personajes cobró un determinado sentido o sinsentido; imborrable, es una forma del tiempo que inscribe a los hombres en el magma de la historia.
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