-Caligrafía de los sueños parece su novela más autobiográfica. ¿Le ha prestado tanto como parece de sí mismo a Ringo, el protagonista del libro?
-Me temo que sí, que es mi novela más autobiográfica. Algunos episodios son vivencias que han necesitado apenas un retoque, únicamente para hacerlas más reales. Esto, la parte digamos documental, no hace a la novela ni mejor ni peor, ni más interesante ni más veraz. Algunas cosas que me han pasado en la vida, no me las acabo de creer. Me pasa también con los sucesos reales que trae la prensa diaria, cosas que hacen o dicen los políticos, por ejemplo. No me lo puedo creer. Hace años, en la Hemeroteca, descubrí lo mucho que me gustaba leer periódicos antiguos que traían cosas ocurridas 30 ó 40 años atrás. Eso me lo creía todo. No me pregunte por qué. Es como si necesitara que el tiempo se posara sobre las cosas, para creérmelas.
Forofo de la ficción
-Desde el principio de la novela afirma que lo inventado puede tener más solvencia que lo real, más vida propia y más sentido, ¿sigue siendo la imaginación el mejor recurso ante las mezquindades de la vida cotidiana?
-Si hablamos de literatura de ficción, pues sí: aquello que ha sido inventado, lo que se elabora como producto genuino de la imaginación, cuando esta es poderosa, tiene para mí más peso y solvencia que lo real, más vida propia, autosuficiente y más perdurable que algunos recuerdos, y más significante. Madame Bovary o Fortunata son más reales que Esperanza Aguirre, a que sí. ¿Por qué? No lo sé, pero yo siento que es así. Es que yo soy un forofo de la ficción. En todo caso, en materia de ficción, y pese al prestigio que ha adquirido hoy en día lo testimonial o “real” en la novela (hay que distinguirlo entre comillas, si no podríamos liarla) a mí me sigue atrayendo más la invención, la fabulación, la capacidad de embaucar e hipnotizar al lector mediante el relato de lo que pudo haber sido y no fue, etc... Pero lejos de mi intención teorizar sobre ello. No me gusta hablar de la faena. Es una cuestión de gustos. En cualquier caso todos sabemos en qué consiste el asunto: en una obra de ficción todo es veraz o no es nada en absoluto, por muchos personajes, fechas y datos reales que le eches.
-Para el protagonista lo peor es la desazón de no haber hecho lo debido o lo mejor, aun sabiendo que quizá no hubiera servido una mierda. ¿De qué se lamenta hoy, de qué silencio, de que error?
-Lamento no haber hecho bastantes cosas en el momento que debía. No haber indagado en mi familia biológica cuando era joven, por ejemplo. No haber preguntado, callando por no incomodar a mis padres adoptivos. No haber podido estudiar piano y solfeo a los l3 años por falta de dinero. Y quizá lo que más lamento: haber confundido, en alguna ocasión, el éxito con la felicidad. Caligrafía de los sueños narra una historia de amor desesperado y ridículo, con muchas esquinas y mucho dolor, pero Marsé asegura no haber conocido a demasiadas señoras Mir: “No -insiste el escritor-, tanto la señora Mir como Alonso son personajes inventados. No totalmente, claro. Ella carga con la apariencia física y con la capacidad de ensoñación, bueno, la que yo le atribuí (esos retoques a la realidad) de una mujer que veía pasar por la calle, cuando yo tenía quince años, y que nunca supe exactamente dónde vivía. Pasaba por esa calle camino del baile de los domingos en la Cooperativa La Lealtad del barrio de Gracia, hoy Teatre Lluire, acompañada de su hija, una muchacha no muy agraciada. Iban en busca de novio para la chica. Pero mejor leer la novela y no atender a mis explicaciones, que podrían estropear la historia...
Sin nostalgias
-En el libro retrata la Barcelona de la posguerra, la de los perdedores que quemaban a escondidas libros prohibidos y carnets de la CNT, la Barcelona de las ratas azules... ¿qué queda hoy y que echa de menos en esta capital del diseño, de aquel mundo sin esperanzas?
-La Barcelona de casi todas mis novelas, es, no hace falta decirlo, un paisaje mental. Ya no existe. He procurado, desde la primera novela que escribí, que sea muy real. Yo la tengo por un jardín de verdad con ranas de cartón, por usar una fórmula de Virginia Woolf que me gusta. En alguna página digo que la Barcelona de entonces es “más inverosímil, pero más real” no sólo porque en verdad a mi me lo parece, sino también para predisponer al lector frente a una ficción que quiere ante todo hacerse creer. No sabría explicarlo mejor. En cuanto a la nostalgia por aquella ciudad gris y hambrienta de la postguerra, llena de ratas azules y clérigos ensotanados adictos al Régimen, nada de nada. Ni rastro de nostalgia ni cosa que se le parezca. De aquella Barcelona me quedo quizá con los niños jugando en la calle y poco más. Y no es que la tan admirada y celebrada Barcelona del diseño de hoy me entusiasme, más bien me aburre, pero de ningún modo me hace añorar aquélla. Es sólo una escenografía que respeto, porque existió, y porque la necesita para explicar y explicarme algunas cosas.
Sin halagos ni favores
-Hoy, como entonces, parece que la verdad no vale nada, sobre todo cuando hablamos de política. ¿Cree que va a cambiar algo con el Gobern de Artur Mas para los autores catalanes que escriben en castellano?
-No creo que cambie nada. En política me he convertido ya en un escéptico irremediable. Nos preparan, me temo, veinte años más de pujolismo. ¿Hay motivos para esperar mejoras en la educación y en la cultura? Si los hay, yo no sé verlos. Y no espero que se acaben las payasadas patrioteristas, las de aquí en Cataluña como las de allá en España, que también las hay y no pocas. ¿Por qué esa inquina contra los catalanes? Hay colaboradores en este y otros periódicos que cuando escriben sobre Cataluña mojan la pluma en su propia bilis y en sus propios escupitajos. Admito que aquí en Cataluña se han escenificado algunas patrioteradas que ciertamente me han conmovido. La del señor Millet envuelto en la senyera y cobrándole a su consuegro la mitad del coste de la boda de su hija me llegó al alma, lo confieso. Llegará un día que lo catalanes lo tendremos todo pagado, profetizó alguien. ¡Ojalá! De mí diré que nunca he esperado nada de ningún dirigente político, ni de aquí ni de allá. No quiero halagos ni favores, quiero que se respete, solo eso. Que se respete mi libertad.
-¿No le parece que eso de la “inquina contra los catalanes” es tan falso como lo que “el castellano está en peligro”, que en realidad asume un discurso político tan tendencioso como el que denuncia?
- Hay mucha impostura en ese debate, cierto, poquísimo rigor a la hora de analizar el qué y el porqué de lo que está pasando. Ni el castellano está en peligro en Cataluña ni hay que confundir cierta crítica a la Cataluña oficial con una animadversión a los catalanes. Pero la crispación está ahí y es mutua. Políticos ineptos, iluminados y payasos, obsesionados con ese coñazo de lo identitario, y comentaristas y columnistas carroñeros que viven de eso, hurgando en esa polémica estéril, los tenemos aquí y allá, en este lado del Ebro y en el otro. Pero yo sé leer, yo sé en qué periódicos asoma la España que respeto y en qué otros pervive la España rancia que no me gusta.
Caligrafía de los sueños era la novela en la que estaba trabajando Marsé cuando le concedieron el premio Cervantes, y sólo ha tardado otros dos años en terminarla, pero asegura que eso no desmiente, “ni mucho menos”, esa fama de gandul que tanto le ha costado conquistar. Es más, destaca, “he llegado a pensar que soy irremediablemente lento porque lo que me gusta en verdad es escribir, porque nunca daría por terminado un libro, porque corrijo hasta que ya no puedo más. Claro que tanto corregir lo único que demuestra es la impericia. Pero, claro, la impericia me obliga a un mayor esfuerzo y dedicación y, en fin... ¿Lo ve? No acabaría nunca”.
5.2.11
La caligrafía de Marsé
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