Carlos Marzal fue uno de los primeros poetas que recomendé a los transeúntes de Tierraliteraria. Aquel poema llamado La lluvia en Regent's Park es uno de los mejores que he leído de los últimos 30 años, escritos, de poesía española. Ahora el español se embarcas en recopilar en senda antología textos y poemas escritos sobre los toros. Nombres como Francisco Brines, J. Caballero Bonald e Ignacio Sánchez Mejías aparecen en la obra. Un hermoso libro, sin duda. Les dejo el prólogo de Carlos Marzal:
La expresión sentimiento del toreo podría parecer redundante, si bien se mira, a algún espectador meticuloso. Porque, siendo el toreo una manifestación artística, ¿cómo habría de ejecutarse, de entenderse, si no es desde la expresión del sentimiento, desde la conmoción personal, desde la intimidad emocionada?El arte ha constituido siempre una manera de sentir el universo mediante un lenguaje determinado, y cualquier lenguaje representa, a su vez, una manera de sentir el universo. Es decir: el arte es siempre un sentimiento dentro de otro. Un sentimiento que siente a través de otro: el sentimiento personal de quien escribe, pinta, torea o canta, con la ayuda de un lenguaje que ya se ha encargado de experimentar el mundo a través de su tradición. (De ahí que quien cante, toree, pinte o escriba, lo haga con todo lo que se ha llevado a cabo antes en su ámbito, con toda su tradición a cuestas, lo sepa o no. Se escribe con el cúmulo de lo que han escrito los demás antes, y se torea con la Historia del Toreo, cargada a la espalda, para bien y para mal, para orgullo de quien lo hace y para su responsabilidad propia.)
El toreo, pues, por arte, es sentimiento; pero el sentimiento, por sí mismo, no es nada. O incluso menos que nada: puede llegar a convertirse en demasiado. En simple efusión, en énfasis. El sentimiento, para ser algo, para ser su manifestación mejor, necesita estar dirigido por la inteligencia, que lo templa y lo enfría, que le quita las décimas de fiebre que requiere el caso para infundir su auténtica temperatura. Porque el sentimiento, en el arte, si no es sentimiento clarividente, no se deja sentir por el espectador, que disiente de los patetismos, que no quiere sentirlos como propios. Hasta para sentir -o precisamente para ello- hay que tener arte, hay que darse arte: un arte de sentir que todos puedan considerar suyo, hecho a la medida del sentimiento de cada cual.
El sentimiento, en el toreo, en el arte, ha de ser discernimiento, en la misma medida en que el discernimiento ha de manifestarse como sentido, como perteneciente a la emotividad y a la emoción del artista. Digamos que discierne más quien más ama un fenómeno, siempre y cuando lo ame más porque lo discierne por entero. Se trata de dos movimientos complementarios en una acción única.
De ahí que hablar, escribir, fabular, reflexionar sobre el toreo no sólo constituyan actividades que el toreo soporte, sino que son ejercicios que soportan el toreo mismo, que lo sostienen, que lo engrandecen, que lo convierten en sentimiento meditativo, en meditación sensitiva y sensual. El toreo no sólo es un rito que proviene del pasado mitológico, sino que se ha hecho presente por constituir en sí mismo una entera mitología, que, como todas las mitologías, se sustenta sobre la imaginación de los hombres, sobre su voluntad de sueño, sobre su afán de transformar la realidad en ficción. Allí donde haya un hombre, hay un relato sobre lo que los hombres hacen, sobre lo que querrían hacer.
La literatura representa una necesidad biológica del ser humano, que es una criatura lírica, y por eso no hay ni tribu, ni pueblo, ni civilización que no posean sus cuentos de nunca acabar, sus leyendas primigenias, sus parábolas fundacionales.
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