Tatiana Tolstoi, hija del célebre escritor Lev Tolstoi, revela en un libro biográfico algunas situaciones inéditas del autor ruso: qué ocurrió realmente aquel 28 de octubre cuando murió; el verdadero motivo de Lev de permanecer en aquel pueblo Yasnaia; el verdadero estado de su relación matrimonial, etc. Dice en las primeras páginas del libro:
Una noche de otoño, el 28 de octubre, a las tres de la madrugada, mi padre se marchó de su casa de Yásnaia Poliana, el lugar donde había nacido y pasado gran parte de su vida.
¿Qué motivos provocaron esa marcha, mejor dicho, esa fuga? ¿Son conocidos? ¿Los conoceremos alguna vez?
Es fácil decir que Tolstói huyó de su mujer porque ésta no le comprendía y le hacía la vida imposible. O bien, porque no podía soportar el lujo relativo en el que vivía su familia y deseaba vivir una vida sencilla, alejada del mundo, entre campesinos y trabajadores. Pero en la vida de un hombre nunca hay una única razón que le empuje a cometer determinada acción en lugar de otra. Sobre todo, en una naturaleza tan rica, tan apasionada, tan compleja como la de mi padre, en la que había toda una red de motivos que se confundían, se entrechocaban, se contradecían y se conciliaban, dando como resultado tal o cual acción.
He sido testigo de la vida de mi padre durante los dos períodos de su existencia: el de antes de su crisis religiosa y el de después. Yo añadiría que he sido un testigo especialmente autorizado. He estado asociada a su vida íntima más que nadie. Durante los treinta y cinco años anteriores a mi matrimonio, siempre viví en casa. Mi padre me hacía muchas confidencias, sobre todo en lo relativo a mi madre. Él sabía que yo les quería a los dos y que estaría siempre dispuesta a hacer lo imposible para que vivieran en paz.
Mi madre también me confiaba sus más secretos pesares y me comunicaba sus alegrías. Yo era su hija mayor, ella sólo me llevaba veinte años. Con el paso del tiempo, la diferencia de nuestras edades se borró hasta el punto de que muy pronto me trató casi como a una igual y a una amiga.
Para comprender la situación trágica que se fue elaborando de manera insensible durante casi medio siglo y que desembocó en la marcha de mi padre y en su muerte en la humilde casa de un jefe de estación, hay que comprender cómo era Tolstói tras la edad consciente y cómo era la que iba a convertirse en su mujer, la joven Sofia Bers.
Tengo ante mí el diario íntimo de mi padre desde 1847. Él tenía entonces diecinueve años y era estudiante en la Universidad de Kazán. Y tengo el diario de mi madre desde 1862. Tenía dieciocho años y acababa de casarse. Un lector atento encontrará en ambos documentos el germen del carácter que se desarrolló y se consolidó en la edad madura.
Éste era el hombre: en lucha siempre con sus pasiones, siempre analizándose, juzgándose con una severidad implacable, exigente consigo mismo y con los demás. Al mismo tiempo un optimista incorregible, que nunca se quejaba, que encontraba salida a las posiciones difíciles, que buscaba soluciones a cada problema, un consuelo para toda desgracia o todo contratiempo. Hasta en el dolor de muelas encontraba una compensación. Anota en su diario: «El dolor de muelas me hace apreciar mejor la salud». Y en otra parte: «Mis desgracias me han reportado sin duda un gran provecho moral, por tanto agradezco a Dios que me las haya dado».
El leitmotiv de toda su vida fue «ser mejor». El 24 de marzo de 1847, escribe: «He cambiado mucho, pero nunca he alcanzado el grado de perfección que habría deseado». E inmediatamente anota en su cuaderno algunas normas de conducta.
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