No les digo más. El amor en los tiempos del cólera, la celebrada obra de Gabo, se iba a llamar La diosa coronada. Pero dejemos que sea Leandro Díaz, nuestro gran Leandro Díaz, quien narre esta inusitada realidad. Aparece en el portal venezolano Letralia:
—La luz y yo somos enemigos —dice Leandro Díaz.
La frase, poética y amarga, se expande por la sala de la casa en Valledupar, donde el legendario juglar vive aún con la aureola de los hombres que han tocado la buena fama. La expresión no aparece en sus canciones, ni siquiera en las inéditas, según afirma Ivo, su hijo, sino que surge en esta tarde que se desdibuja lentamente detrás de los cerros, más allá de montes y llanuras.
Su ceguera de siempre está acompañada ahora de una audición débil que lo obliga a exigir la cercanía de los interlocutores a pocos centímetros de su oreja izquierda. Ya no abre los ojos como en otros tiempos, cuando mostraba parte de sus pupilas muertas. Apenas hilillos de agua como lágrimas, que nacen de pestañas ocultas, demuestran que ahí están los sentimientos de toda una vida que el canto y la composición aproximaron a la leyenda.
Muchos creen que Leandro murió hace años después de recorrer los pueblos perdidos de los departamentos del Cesar y La Guajira en medio de la estela de canciones que ni él mismo sabe cuántas son. Otros ignoran su existencia y prefieren asimilarla a una especie de Francisco el Hombre que deambula como fantasma por veredas y corregimientos lejanos.
Pero aquí está, sentado en una silla de mimbre, moviendo los dedos como si quisiera acompasar la cadencia de las palabras con el sonido leve sobre la madera. Entre frase y frase, revela su exquisito sentido del humor que en ocasiones festeja con una inmensa carcajada.
—Sé que existe el sol porque me quema —afirma.
Leandro, este hombre que nació el 20 de febrero de 1928, ya no posee la reciedumbre que lo hizo famoso en la región. A sus tanteos naturales en busca de los espacios libres, se suman los estragos de los años y el efecto de enfermedades que aparecen sin avisar. Pero su memoria está intacta. Por eso recuerda su primera composición, 15 de julio, y la historia que la rodea.
—Era una canción fuerte y a mi mamá le molestaba —explica—. Le prometí que jamás la daría a conocer.
—¿Está inédita? —indago.
—Y seguirá —responde—. Después de que la hice me arrepentí.
El destino de aquella composición que, según él, contenía expresiones desagradables contra su familia, fue distinto al de La Diosa Coronada, canción que habría de universalizarlo a través de una obra literaria: El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez.
Gabo sabía de Leandro no sólo por sus ancestros guajiros, sino por los múltiples caminos que debió transitar por aquellas tierras en las que el canto vallenato forma parte de la cotidianidad. En la década del cincuenta, años en que la canción comenzó a escucharse a lo largo y ancho de las sabanas del Caribe, el autor de Cien años de soledad vivía preocupado por la construcción de un mundo paralelo, Macondo, cuya historia descrita en su obra más emblemática la comparó con un vallenato de trescientos cincuenta páginas.
En esa época quedó grabada en su memoria la historia de la diosa que mueve el caderaje para que el rey se ponga más engreído. El compositor recuerda que, en su época de adolescente, sus tías leían por toda la casa los cuentos de hadas asomadas en ventanitas o mezcladas entre emperadores y princesas. Con esas historias de fábula que golpeaban sus oídos, supo de la llegada de una hermosa joven que, a sus 16 años, despertó la admiración del pueblo.
Entonces, se acercó con el propósito de ser su amigo, pero fue rechazado. Leandro era un forastero que, meses atrás, había llegado a Tocaimo, un corregimiento del municipio de San Diego, Cesar, en cuyas orillas del caudaloso río que lleva su nombre se sentó varias tardes para preguntarse, a través de palabras que resultaron versos, por qué la muchacha que alcanzó a dibujar en las duermevelas del atardecer se creía una diosa coronada. Así nació la canción.
1 comentario:
El vallenato es poesia popular. No me queda duda. Gracias por el enlace. Gracias por el blog. Ya te enlace.
Un abrazo,
Fabio Parra Beltrán
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