Aquel libro memorable, inabarcable, Ulises, desde siempre ha tenido seguidores,y detractores. La leí completa, entera, con entusiasmo hace ya algunos años. Dos meses me tomó introducirme en aquel mundo de mundos. Cuando la terminé, no supe, en primera instancia, qué había leído. La retomé hace tres años sin terminarla. Allí supe que lo grandioso de Ulises no es en sí toda la historia, es el manejo de la estructura del lenguaje. Un universo nuevo. Patricio Pron hace un recorrido en su blog de El Boomeran(g) sobre aquella legión de seguidores. No me incluyo allí. Le soy tan fiel como el gato a su amo, y ya sabemos que el gato se apega más a la casa del amo, es decir, para mi caso, del lenguaje. Dice Pron:
Nada o muy poco se sabía hasta ahora acerca de la Orden del Finnegans excepto que fue fundada en 2008, que su propósito es la veneración de la novela de James Joyce Ulises (1922) y la participación en el Bloomsday, que sus miembros son el editor Malcolm Otero Barral y los escritores Eduardo Lago, Enrique Vila-Matas, Antonio y Jordi Soler y José Antonio Garriga Vela y quizás Marcos Giralt Torrente y el editor Andreu Jaume; también, que su lema consiste en la última frase del capítulo sexto de Ulises, que en la traducción de J. Salas Subirats (1945), que me parece la más disfrutable, reza "[g]racias. Qué magnánimos estamos esta mañana" pero que los miembros de la Orden recitan reemplazando "magnánimos" por "grandes".
Algo de la opacidad y el misterio de la Orden del Finnegans es consustancial con todas las organizaciones de su tipo, pero la suya parece ser la búsqueda de una opacidad paradójicamente transparente en la que todo es exhibido y sin embargo algo permanece oculto y carece al parecer de explicación. La publicación reciente de un libro homónimo por parte de Ediciones Alfabia es una contribución a lo que de exhibición tiene esta estrategia; por ella sabemos que los caballeros de la Orden finalizan el Bloomsday donde éste comienza habitualmente, en la Torre Martello; que allí se toma juramento al nuevo caballero, que debe juramentarse apoyando la mano derecha en la versión inglesa del libro y la izquierda en la española; que los miembros de la Orden se marchan a continuación al pub Finnegans, donde acaban las actividades o tan sólo la sobriedad de los participantes; que los estatutos de la Orden incluyen una buena cantidad de razones, muchas de ellas completamente arbitrarias, para expulsar a los miembros, y que parece haber un deseo manifiesto de echar alguna vez a alguno y que tal vez esa sea la justificación de su existencia.
Quizás algunos supongan que la existencia de la Orden del Finnegans es parte de una broma entre amigos, y puede que realmente sea así, pero hay algo serio y aparentemente inexplicable en el hecho de que un grupo de personas se reúna anualmente para celebrar la obra de un escritor amado. La abundancia de celebraciones destinadas a santos, instituciones y países no debería hacer olvidar el hecho de que todas estas cosas tienen menos importancia para ciertas personas que la existencia de un gran escritor y de una obra importante. Esa obra, que a los ojos de ciertos lectores personifica la totalidad de la literatura, no puede ser celebrada en exceso porque su existencia lo transforma todo; a la forma en que una obra y su autor lo transformaron todo para un grupo de escritores y editores están destinados la Orden del Finnegans y este libro.
La Orden del Finnegans está compuesto por cinco textos: una pieza de lo que su autor llama "crítica ficción" a cargo de Enrique Vila-Matas, la reescritura en clave policíaca de una conferencia acerca de la traducción dada por Eduardo Lago en 2009, dos relatos de Antonio y de Jordi Soler y otros dos, más imbuidos de ficción, de José Antonio Garriga Vela y Malcolm Otero Barral.
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