Es la primera vez, y quizá última, que hablaré en este blog sobre ingeniería (una cuestión de agradecimiento por aquello que me ha dado ciertas satisfacciones, y trabajo). A veces me cuesta reconocer que soy ingeniero, y ello a pesar de que trabajo todos los días entre redes y ordenadores. Lo digo porque no considero que sea brillante en la electrónica. Apenas un engineer promedio, uno entre muchos, pero llegan noticias como esta y recuerdo uno de los dos motivos por los cuales elegí esta carrera: el overclocking (el otro motivo es la pasión por la matemática). El “overclocking” es la destreza de hacer más rápido un ordenador mediante hardware, llevándolo al límite de sus capacidades, justo antes de que la motherboard se incendie o que el procesador AMD (mi favorito, sin duda) se queme, soltando un crujido semejante a un golpe seco de un ladrillo sobre la ventana. Ni hablar de las tarjetas de video, que sueltan un humo espeso de un olor terrible. (En alguna ocasión, chamusqué un equipo de un compañero. Aun no me habla. Otra vez fue mi propio ordenador, el primero que tuve. Sólo “aguantó” dos meses hasta que echó humo). Escribo esto porque aún tengo duda de abandonar la ingeniería por completo, para dedicarme de lleno, o más bien, aventurarme, en la esquizofrénica tarea de escribir. Mientras ocurre, si es que ocurre, Juan Sebastián Campos, un joven ingeniero colombiano, nos representa en este interesantísimo “hobbie” que enloquece a millones de personas alrededor del mundo, y me incluyo. ¡¡¡Que viva el overclocking!!!! La nota en El espectador:
Faltan diez minutos para el final de la competencia. Este es el tiempo exacto que tiene Juan Sebastián Campos para demostrar por qué está ahí. Debe superar la marca que le dará los puntos necesarios para quedar entre los tres primeros puestos del mundo.
La presión se mezcla con el calor de la ciudad de Taipéi y el sudor se desliza por la frente de este bogotano. El computador se apaga. El nitrógeno líquido que ha vertido en una olleta de aluminio puesta sobre el procesador, ha cumplido su cometido. Éste tiene una temperatura de -170 grados centígrados y a esa temperatura el computador no prende, debe subirla por lo menos a -10 grados.
Juan Sebastián saca su pistola de calor y comienza a echar aire caliente dentro de la olleta. Una vez se calienta nuevamente, prende el computador y empieza a introducir en ella el nitrógeno. Simultáneamente hace cambios en unos diez parámetros del BIOS, el sistema básico de la computadora, el cual controla cómo el hardware y el sistema operativo (en este caso Windows) se comunican entre sí. Faltan cinco minutos para que se acabe su tiempo, uno de los jueces de acerca a él: “Debes lograr ese puntaje”, le dice y se aleja.
Sebastián abre el programa que mide las velocidades de ciertas partes del sistema, consigue el número que necesita, llama al juez, quien se cerciora que todo esté correcto. Para que el puntaje sea válido, el competidor debe guardar la imagen de la pantalla donde se ven los resultados. Campos toma la imagen, abre un programa para guardarla y como si nada, se apaga la computadora. Quedan sólo dos minutos.
Juan Sebastián Campos se encuentra en el Gigabyte Open Overclocking Championship, un campeonato mundial donde se reúnen los mejores overclockers del mundo para llevar la última tecnología en hardware al límite. El overclocking es una disciplina en la que se trata de manejar la temperatura de la computadora para que ésta ande a velocidades mucho más rápidas de lo normal. Al igual que BMW y Mercedes invierten grandes cantidades de dinero desarrollando autos de Fórmula 1 para posicionarse como los poseedores de las mejores tecnologías, empresas de hardware como Gigabyte y MSI elaboran productos exclusivamente para los overclockers, quienes los llevan al extremo y muestran la calidad de cada producto. Este evento sería el equivalente al Gran Premio de Mónaco del automovilismo. Este año participa el colombiano Juan Sebastián Campos al lado de otros 14 mejores overclockers del mundo.
La noche anterior, este estudiante de ingeniería industrial que practica hace dos años el overclocking extremo, aseguraba que iba a ganar aunque los suramericanos tienen una gran desventaja con respecto a los demás. Ellos deben comprar todo su hardware, procesadores de US$1000 y motherboards de US$300, con plata propia. Los europeos, asiáticos y estadounidenses son patrocinados por las marcas y reciben todos los productos sin gastar un centavo. “A ellos no les importa llevar el hardware al extremo hasta quemarlo. Nosotros debemos ser más cautelosos”, explica Nacho Arroyo, un overclocker argentino que también compite en Taipéi.
Los diez minutos finales se acaban y los competidores, que llevaban cuatro horas vertiendo nitrógeno líquido y tratando de conseguir las mejores velocidades posibles, se detienen. El colombiano va a tomar un respiro afuera del hangar en donde se llevó a cabo la competencia. Dos presentadores chinos se suben a la tarima y anuncian los tres primeros puestos para Rumania, Honk Kong y China, respectivamente. Juan Sebastián Campos, de 22 años, no logró su anhelada victoria, pero dice convencido: “El próximo año gano”.