Después que Fresán destruyó El símbolo perdido en una de sus famosas columnas, queda poco que añadir al último Best Seller de Dan Brown. Sin embargo, el ADN de Argentina, de la pluma de Vicente Battista, hace una dura crítica del libro. Aquí la nota:
Primero deambuló por los pasillos secretos del Vaticano: intentaba detener la venganza de los feroces Illuminati . Más tarde anduvo por catedrales milenarias con el único propósito de descifrar el mensaje secreto que Leonardo Da Vinci dejó en uno de sus cuadros. Luego de tantas peripecias, el profesor experto en simbología Robert Langdon (que cada día se parece más a Indiana Jones, el profesor en arqueología de En busca del arca perdida , la película de Steven Spielberg) había resuelto tomarse un merecido descanso, sin preocuparse por otra cosa que hacer cincuenta largos diarios en la desierta piscina de Harvard y saborear el exquisito café de Sumatra, recién molido.Pero no hay descanso que dure cien años. El de Langdon duró apenas cinco: Dan Brown lo ha vuelto a poner en escena. En esta ocasión prescinde de la vieja Europa y evita conflictos con las jerarquías eclesiásticas: la faena sucede en Washington. Allí lo convoca Peter Solomon, filántropo, masón y casi un padre para Langdon: lo tuvo bajo su protección a lo largo de tres décadas. Langdon acepta embarcarse en el avión privado que le ha enviado Solomon y se dispone a dar una conferencia en el Salón Nacional de las Estatuas del Capitolio, tal como le pidió su mentor. Esa conferencia será el prólogo de una nueva aventura, propuesta a lo largo de 622 páginas ordenadas en 133 capítulos, un prólogo y un epílogo. En esta oportunidad, Langdon deberá descubrir el símbolo perdido que guardan secretamente los masones en algún rincón del Capitolio. También deberá enfrentar a Mal´ akh, una criatura con nombre de resonancias árabes y que es algo así como la suma de todos los males. Sin embargo, no hay nada que temer: los héroes nunca mueren. Si bien habrá algunas pérdidas que lamentar (la mano derecha del bueno de Solomon), en la última página encontraremos a Langdon envuelto en "una emoción que nunca en toda su vida había sentido con tanta intensidad: la esperanza". Tal vez se trate de la misma esperanza que alienta a los millones de lectores de Dan Brown, ávidos por una nueva aventura de su héroe. Ellos saben que estarán ante la resolución de otro secreto (acaso la fórmula de la Coca-Cola), porque, según manifiesta el protagonista: "no hay cosa oculta que no haya de ser manifestada, ni cosa escondida que no haya de ser conocida y venida a luz". En El símbolo perdido la cosa oculta se esconde en la pirámide masónica y no se trata de un símbolo sino de una palabra cuya sola enunciación provocaría el desconcierto universal, el final de todo.
Este conflicto tiene muchos siglos de antigüedad: los escribas de los textos sagrados judíos se empeñaban en mantener oculto el verdadero nombre de Dios, por respeto y tal vez porque pronunciarlo desataría el caos. Arthur Clarke tiene un célebre cuento, "Los nueve billones de nombres de Dios", en el que devotos monjes del Tíbet se empeñan en encontrar el nombre verdadero; no bien lo consiguen, las infinitas estrellas del universo comienzan a apagarse. En El símbolo perdido , Langdon cuenta con doce horas para impedir que Mal´ akh logre articular ese nombre. Como se advierte, la originalidad no es una de las virtudes de Dan Brown; tampoco su escritura, que dista de ser brillante. ¿Cuál es entonces la razón de su éxito? Es una pregunta que podría tener numerosas respuestas, o ninguna. Hasta hoy no se ha logrado dilucidar por qué en lengua española, luego de Cervantes, es Corín Tellado la autora más leída. Podría decirse que en literatura en lengua inglesa, luego de Shakespeare, lo es Dan Brown. Es cierto que tanto Cervantes como Shakespeare hace más de cuatrocientos años que se mantienen en el podio, como también es cierto que difícilmente Corín Tellado y Dan Brown vayan a ser nombrados de aquí a dos o tres décadas; quizá permanezcan como dato estadístico en alguna página del libro de récords Guinness.
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