Vaya, hombre, ahora que tenía que acabar un artículo…». Lo que en otro podría sonar a descortesía o falsa modestia, en Rafael Sánchez Ferlosio suena a sinceridad y a actitud consecuente con su vida y con su obra. Una vida dedica por entero a la creación, narrativa, ensayística y periodística, y a una obra que pese incluso al propio autor está marcada por la aparición en 1955 de «El Jarama», probablemente la obra cumbre de la novelística de posguerra, y sin duda uno de los textos de la literatura española contemporánea más leídos, comentados y también a veces denostados, según hayan ido rolando los vientos de las modas y de los modos.
Nacido en 1927, hijo del falangista Rafael Sánchez Mazas, Ferlosio, compañero de generación de autores como Ignacio Aldecoa, Jesús Fernández Santos y Carmen Martín Gaite (su esposa durante diecisiete años), la publicación de «El Jarama», por la que obtuvo el Premio Nadal, hizo que Sánchez Ferlosio fuera adscrito a la corriente realista (neorrealista para otros) o de novela social posterior a la Guerra Civil, marcada también por libros como «Tiempo de silencio», del citado Martín Santos o «El fulgor y la sangre», de Aldecoa.
Sin embargo, el debut literario de Rafael Sánchez Ferlosio se había producido cuatro años antes, en 1951, con un libro maravilloso, «Industrias y andanzas de Alfanhuí». Un libro que no siempre ha recibido el aprecio que merecía, pero que hoy con la perspectiva que da el tiempo, se ha convertido en un clásico, una joya artesana de nuestra mejor literatura, entroncada directamente con la novela picaresca, pero en la que, para ciertos sectores de la crítica, no faltan pasajes que parecen anticipar lo que al otro lado del Charco sería el realismo mágico. Una literaria trayectoriaTras «Alfanhuí», Ferlosio cambió de registro para narrar en estilo descarnado (los cincuenta todavía eran tiempo de penurias para buena parte de los españoles, tiempos todavía oscuros, existencias todavía sombrías), las peripecias de un grupo de amigos durante unas horas de un día de verano junto al río que da nombre a la obra. Ni psicologías de andar por casa, ni sentimentalismos, ni interpretaciones, sólo descarnados diálogos, primeros planos, como en una película de Rossellini o De Sica.
Sin embargo, el debut literario de Rafael Sánchez Ferlosio se había producido cuatro años antes, en 1951, con un libro maravilloso, «Industrias y andanzas de Alfanhuí». Un libro que no siempre ha recibido el aprecio que merecía, pero que hoy con la perspectiva que da el tiempo, se ha convertido en un clásico, una joya artesana de nuestra mejor literatura, entroncada directamente con la novela picaresca, pero en la que, para ciertos sectores de la crítica, no faltan pasajes que parecen anticipar lo que al otro lado del Charco sería el realismo mágico.
Tras el éxito y la trascendencia de «El Jarama», Rafael Sánchez Ferlosio publicó libros como «Y el corazón caliente» (1961) y «Dientes, pólvora, febrero» (1961). A partir de entonces, dejó de lado la narrativa y prestó su pluma incisiva y sabia al ensayo con títulos como «Personas y animales en una fiesta de bautizo» (1966) y, sobre todo, los dos volúmenes de «Las semanas del jardín» (1974), título de una novela de Cervantes, que son una erudita reflexión sobre las técnicas y los procedimientos narrativos.
Tuvieron que pasar doce años hasta que Sánchez Ferlosio volviera a la novela. Y lo hizo en 1986 con una obra que fue finalista del Nacional de Literatua, «El testimonio de Yarfoz» (1986). No obstante, continuaron los ensayos como «Mientras no cambien los dioses nada ha cambiado» y «Campo de Marte». En 1992 publicó, en dos extensos volúmenes, sus «Ensayos y artículos», y en 1993 el libro de aforismos «Vendrán más años malos y nos harán más ciegos» con el que ganó los Premios Nacionales de Ensayo y Ciudad de Barcelona en 1994.
«Sobre la guerra (2007)» y «Apuntes de polemología» (2008) son dos de sus últimas obras, últimos trazos por ahora de una carrera literaria jalonada, además de por los premios citados y por el que le ha sido concedido hoy, por el Premio de Periodismo Francisco Cerecedo (1983), el Mariano de Cavia (2002) y el Cervantes que obtuvo en 2004.
Tuvieron que pasar doce años hasta que Sánchez Ferlosio volviera a la novela. Y lo hizo en 1986 con una obra que fue finalista del Nacional de Literatua, «El testimonio de Yarfoz» (1986). No obstante, continuaron los ensayos como «Mientras no cambien los dioses nada ha cambiado» y «Campo de Marte». En 1992 publicó, en dos extensos volúmenes, sus «Ensayos y artículos», y en 1993 el libro de aforismos «Vendrán más años malos y nos harán más ciegos» con el que ganó los Premios Nacionales de Ensayo y Ciudad de Barcelona en 1994.
«Sobre la guerra (2007)» y «Apuntes de polemología» (2008) son dos de sus últimas obras, últimos trazos por ahora de una carrera literaria jalonada, además de por los premios citados y por el que le ha sido concedido hoy, por el Premio de Periodismo Francisco Cerecedo (1983), el Mariano de Cavia (2002) y el Cervantes que obtuvo en 2004.
Siempre crítico, encerrado bajo siete llaves en el castillo de su siempre personalísima creación, poco amigo de componendas ni de arrumacos, ni literarios ni políticos, literato de solitaria estirpe, siempre metido hasta las cachas en los berenjenales de su obra y de la literatura, evidentemente, las musas casi siempre le pillan trabajando, y los premios, parece que también. La próxima palabra, la siguiente frase es, probablemente el mejor premio, y el más difícil de conseguir.
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