Amo a Sylvia. Amo su poesía, su extrema carencia de amor. Amo su cabellera teñida de negro, como para ocultar en sí misma tanta belleza. Amo su estatura de 1.70 m, amo su risa de otoño. Amo la extrañeza con que sintió el mundo destartalado que llevamos dentro. Amo a Sylvia Plath. Este es el último poema escrito por ella, cinco días antes de su suicidio.
ABISMO
La mujer es perfecta.
Su cuerpo muerto muestra la sonrisa de ser real;
la apariencia de una necesidad
fluye por lo pergaminos de la vida:
sus pies desnudos parecen decir:
hasta aquí hemos llegado, se acabó.
Los niños muertos, ovillados, blancas serpientes,
una jarra de leche, ahora vacía.
La mujer los ha plegado de nuevo hacia su cuerpo;
así los pétalos de una rosa cerrada, cuando el jardín
se envara y los olores sangran
de las gargantas profundas de la flor en la noche.
La luna no debe entristecerse,
está acostumbrada a este tipo de cosas.
Todo crepita, todo se arrastra, todo se muere.
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