Los objetos nos llaman. Ese es el inquietante título del último libro de Juan José Millás, ese español capaz de reflejar en pocas líneas lo que puede llevar días vivir. Los objetos nos llaman (Seix Barral) reúne 75 relatos breves que hablan de hechos tan misteriosos como conmovedores; verdaderos y dudosos; simpáticos y trágicos.
Millás llega hoy para presentar por la tarde su libro en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, un ámbito que conoce bien, estuvo aquí el año pasado presentando El mundo, novela con la que ganó el Premio Planeta de Novela 2007.
Esos relatos breves están divididos en dos grupos, uno titulado Los orígenes y el otro La vida. Aunque la muerte aparece más de una vez no ha merecido un apartado especial: "La verdad es que no. La muerte es una premisa, es el paisaje en el que sucede todo lo demás", dice desde España.
En sus textos hay pasajes conmovedores protagonizados por su madre, o por el personaje que escribe el libro -que es y no es el autor-: "A mi madre le gustaban las historias de hombres que cabían en la palma de la mano". O también: "Mi madre daba una importancia enorme al estado de la lengua" y: "Mi madre no era capaz de resolver un problema si no lo convertía previamente en un drama". También hay lugar para poner al escritor mismo como un personaje del absurdo: "Cuando Juanjo decidió viajar a Madrid por primera vez en su vida, se compró una guía de Buenos Aires porque las de Madrid se habían agotado en la estación de su ciudad". Este es el diálogo que mantuvo con Clarín antes de emprender viaje a esta ciudad.
- ¿Cómo es el mundo de un escritor como usted? ¿Lo puede describir desde la soledad de su escritorio?
- Madrugo mucho, escribo, leo y doy grandes paseos. Estoy atado a rutinas que me gustan porque me resultan creativas. Cuando las rompo sólo es para volver a ellas.
- Algunas de sus historias surgen en medios de transporte. ¿Cuáles son los pro y contras de viajar en taxi, metro o autobús?
- El taxi es un espacio muy raro, donde dos personas que no se conocen, y que quizá no vuelvan a verse, conviven durante un rato, uno de ellos dando la espalda al otro. Si se comunican, lo hacen a través de un intermediario: el espejo retrovisor. Es simultáneamente un ámbito para la confianza y para la desconfianza, para la confidencia y para el tópico. El autobús y el metro son lugares para el encuentro. Siempre coincides con alguien o sucede algo.
- ¿Quiénes son aquellas personas capaces de vivir con una alta cuota de imaginación en su vida diaria?
- No es que sean capaces de vivir con esa cuota, es que serían incapaces de vivir si ella.
- ¿Los mayores estamos inhibidos a percibir imágenes como las de un "maniquí que suda" que protagoniza uno de sus relatos?
- Desde luego que no, pero ese tipo de percepciones son más propias de los adolescentes. El adolescente, como el niño, está en contacto con dimensiones invisibles. Esa capacidad se pierde al crecer a menos que la cultives con asiduidad. La educación consiste en gran medida en arrancarte de esos mundos.
- Escribe mucho acerca de los padres muertos, ¿la escritura nos acerca a ellos cuando no están? ¿Puede saldar cuentas, cerrar heridas, terminar diálogos inconclusos?
- Cuando los padres mueren, nos quedamos con la impresión de que no nos contaron todo lo que sabían. Y que eran cosas importante para tu vida y cuando ya se han ido nadie te las puede contar. A través de la escritura intentamos recuperar a sus fantasmas para que completen aquella información.
- También hay sueños... ¿Alguna vez un sueño le ayudó a escribir algo en particular o a destrabar un texto interrumpido?
- Presto mucha atención a los sueños. Son mensajes de la parte inaccesible de nosotros mismos. Me gusta mucho soñar, pero no tengo prisa por interpretar lo que sueño. Me gusta balancearme en el relato, en la aparente falta de sentido del relato.
- En El Mundo, concluye diciendo que dejó de ser Millás...
- Dejé al menos de ser una clase de Millás. La verdad es que la sensación de que el libro que terminamos puede ser el último, la tenemos siempre que acabamos uno. Porque escribir un libro es casi un milagro porque, entre otras cosas, uno tiene que estar vivo durante todo el tiempo que se está escribiendo. Es difícil estar vivo tanto tiempo. Terminar esa novela fue un modo de morir.
Millás llega hoy para presentar por la tarde su libro en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, un ámbito que conoce bien, estuvo aquí el año pasado presentando El mundo, novela con la que ganó el Premio Planeta de Novela 2007.
Esos relatos breves están divididos en dos grupos, uno titulado Los orígenes y el otro La vida. Aunque la muerte aparece más de una vez no ha merecido un apartado especial: "La verdad es que no. La muerte es una premisa, es el paisaje en el que sucede todo lo demás", dice desde España.
En sus textos hay pasajes conmovedores protagonizados por su madre, o por el personaje que escribe el libro -que es y no es el autor-: "A mi madre le gustaban las historias de hombres que cabían en la palma de la mano". O también: "Mi madre daba una importancia enorme al estado de la lengua" y: "Mi madre no era capaz de resolver un problema si no lo convertía previamente en un drama". También hay lugar para poner al escritor mismo como un personaje del absurdo: "Cuando Juanjo decidió viajar a Madrid por primera vez en su vida, se compró una guía de Buenos Aires porque las de Madrid se habían agotado en la estación de su ciudad". Este es el diálogo que mantuvo con Clarín antes de emprender viaje a esta ciudad.
- ¿Cómo es el mundo de un escritor como usted? ¿Lo puede describir desde la soledad de su escritorio?
- Madrugo mucho, escribo, leo y doy grandes paseos. Estoy atado a rutinas que me gustan porque me resultan creativas. Cuando las rompo sólo es para volver a ellas.
- Algunas de sus historias surgen en medios de transporte. ¿Cuáles son los pro y contras de viajar en taxi, metro o autobús?
- El taxi es un espacio muy raro, donde dos personas que no se conocen, y que quizá no vuelvan a verse, conviven durante un rato, uno de ellos dando la espalda al otro. Si se comunican, lo hacen a través de un intermediario: el espejo retrovisor. Es simultáneamente un ámbito para la confianza y para la desconfianza, para la confidencia y para el tópico. El autobús y el metro son lugares para el encuentro. Siempre coincides con alguien o sucede algo.
- ¿Quiénes son aquellas personas capaces de vivir con una alta cuota de imaginación en su vida diaria?
- No es que sean capaces de vivir con esa cuota, es que serían incapaces de vivir si ella.
- ¿Los mayores estamos inhibidos a percibir imágenes como las de un "maniquí que suda" que protagoniza uno de sus relatos?
- Desde luego que no, pero ese tipo de percepciones son más propias de los adolescentes. El adolescente, como el niño, está en contacto con dimensiones invisibles. Esa capacidad se pierde al crecer a menos que la cultives con asiduidad. La educación consiste en gran medida en arrancarte de esos mundos.
- Escribe mucho acerca de los padres muertos, ¿la escritura nos acerca a ellos cuando no están? ¿Puede saldar cuentas, cerrar heridas, terminar diálogos inconclusos?
- Cuando los padres mueren, nos quedamos con la impresión de que no nos contaron todo lo que sabían. Y que eran cosas importante para tu vida y cuando ya se han ido nadie te las puede contar. A través de la escritura intentamos recuperar a sus fantasmas para que completen aquella información.
- También hay sueños... ¿Alguna vez un sueño le ayudó a escribir algo en particular o a destrabar un texto interrumpido?
- Presto mucha atención a los sueños. Son mensajes de la parte inaccesible de nosotros mismos. Me gusta mucho soñar, pero no tengo prisa por interpretar lo que sueño. Me gusta balancearme en el relato, en la aparente falta de sentido del relato.
- En El Mundo, concluye diciendo que dejó de ser Millás...
- Dejé al menos de ser una clase de Millás. La verdad es que la sensación de que el libro que terminamos puede ser el último, la tenemos siempre que acabamos uno. Porque escribir un libro es casi un milagro porque, entre otras cosas, uno tiene que estar vivo durante todo el tiempo que se está escribiendo. Es difícil estar vivo tanto tiempo. Terminar esa novela fue un modo de morir.
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