El pensador y filósofo Franco Volpi murió este martes a los 57 años de edad. El año pasado visitó el país y dictó una serie de conferencias. Mi editor y amigo Gonzalo Márquez Cristo lo entrevistó en aquella oportunidad. Les dejo parte de esta entrevista:
GMC: Usted fue galardonado con el Premio Nietzsche y además fue recientemente elegido para celebrar en el lago de Silvaplana –tan caro al genial filósofo alemán– el deslumbrante acontecimiento de la filosofía conocido como el Eterno Retorno de lo Mismo…
FV: Nietzsche es un escritor y pensador sin par. No sólo por la calidad estética y la profundidad teórica de su obra, sino porque registró, como un sismógrafo sensible, las convulsiones de nuestra época. La crisis de los valores, el agotamiento de los ideales de la tradición vetero-europea y la «muerte de Dios». La búsqueda de nuevos recursos simbólicos y otros fenómenos culturales, encuentran en sus escritos un primer análisis. Por eso Nietzsche ha proyectado su sombra sobre la cultura contemporánea y no ha dejado de atormentar la auto-comprensión de nuestro tiempo, suscitando entusiasmos y atrayendo anatemas, inspirando posturas, estilos y modas culturales, pero provocando al mismo tiempo reacciones y rechazos radicales. Nietzsche es uno de aquellos escasos pensadores de los que no podríamos decir que son verdaderos o falsos, sino que están vivos o muertos. «Miro a veces mi mano» escribe en el medio de su exaltación «y pienso que tengo en la mano el destino de la humanidad: lo divido invisiblemente en dos partes, antes de mí, después de mí». Fue un magnífico profeta, y sigue estando vivo en nuestros días, más que nunca.
GMC: María Zambrano afirmó que una cultura depende de la calidad de sus dioses. Si evocamos el lamento de Heidegger «dos mil años sin un solo dios», ¿es pertinente afirmar que este arrasamiento imaginario ya nunca podrá recobrar su tiempo luminoso?
FV: Lo particular de la crítica de Nietzsche, corrosiva y disolvente, es que no fue mera descripción, sino que contribuyó a acelerar el estado de crisis que describía y que, en cuanto «maestro de sospecha», hizo difícil construir y edificar nuevas certidumbres después de él. El resultado es conocido: es el «desierto que avanza», el agigantamiento de la sombra de lo que él llama «nihilismo», la época de los dioses huidos y del nuevo dios que aún no se vislumbra en el horizonte.
GMC: Desde que Plutarco recoge el grito: «El gran Pan ha muerto», hasta lo que León Bloy denomina el «retiro de Dios», varios pensadores han descrito lo que sería la orfandad de lo divino. ¿Cuáles momentos de aquella descomunal finitud recuerda con más asombro?
FV: El instante que me parece determinante es el principio de la Edad Moderna cuando con la nueva cosmología materialista cambia la posición del hombre en el universo. Una escalofriante constatación de Pascal mide esta profunda metamorfosis: «Hundido en la infinita inmensidad de los espacios que ignoro y que me ignoran», anota Pascal, «me espanto». Este preocupado lamento señala el desarraigo metafísico del hombre: en el universo simplemente físico él ya no puede habitar y sentirse en su casa como en el cosmos antiguo y medieval. El universo es percibido ahora como una angosta celda en la cual el alma se siente cautiva, o bien, como una infinitud que la inquieta. Frente al eterno silencio de las estrellas y a los espacios infinitos que le permanecen indiferentes, el hombre está solo consigo mismo. Está sin patria. Cierto, Pascal opone resistencia a esta nueva condición: detrás de la necesidad natural cree todavía que un dios escondido la gobierna. El hombre es, sí, una nada aplastada por las fuerzas cósmicas, pero puede, en cuanto piensa y cree, sustraer su contingencia al condicionamiento de las leyes de la Naturaleza proclamándose ciudadano de otro mundo, el del espíritu. Pronto también Dios se eclipsará. Y cuando Dios se retira, cuando la trascendencia pierde su fuerza vinculante, el hombre abandonado a sí mismo reclama su libertad. El problema es que esta libertad es una libertad desesperada e infunde más angustia que plenitud de ser. Y el hombre moderno debe convivir con eso.
GMC: Hegel, Nietzsche, Foucault y Derrida presagiaron el fin del hombre, como concepto, como sujeto filosófico. Dado que el superhombre no se vislumbra en ninguna latitud, ¿quizá estamos condenados a un mundo de sub-hombres como pensaba Camus?
FV: Cuando Dios muere, el hombre se animaliza. El problema aparece en el Divino Marqués de Sade con toda su crudeza. Su disoluta obra representa la más coherente antropología negativa, es decir, la tentativa más drástica de imaginar un mundo completamente desposeído de Dios. El mundo de la extrema finitud. Abandonemos entonces las ilusiones: el hombre es un animal que a veces imagina ser hombre...
1 comentario:
Qué lástima, era un gran escritor, bastante lúcido y un muy buen tipo.
Cito a Gómez Dávila, dos de sus Notas:
"Vivir es indiferente, lo que importa es ser".
"No sé si la vida tenga finalidad alguna, pero sí sé que no es ella misma su propia finalidad".
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