PREGUNTA.
El error es una novela de aventuras que pierde el hilo todo el rato.
RESPUESTA. Bueno, lo pierde, pero no tanto. En cierto momento hay un gran corte, cuando aparece ese bandolero, Pepe Dueñas, y sus aventuras. Ahí ya las sigo.
P. El personaje con el que arranca, Óscar, desaparece sin más a las pocas páginas.
R. Toda esa primera parte en la que el narrador está con su amiga en El Salvador se disuelve, sí. No sé bien por qué. Yo nunca le encuentro ni le doy explicación a las cosas que escribo, las dejo fluir y como salen, salen.
P. ¿Forma parte de su manera de escribir empezar contando una historia que después va abandonando?
R. Eso se me ha dado ahora, recientemente, porque he notado que muchas de mis novelas eran prácticamente una sola escena. Quise probar otras técnicas. Publiqué hace poco una novelita que se llama El divorcio, cuatro historias independientes metidas dentro de un marco. En este caso quise empezar con una historia y seguir con otra para ver qué pasaba, hacer una especie de díptico. Nunca son cosas deliberadas, voy improvisando las novelas a medida que las voy escribiendo, sin un plan.
P. ¿Arranca con la idea de una historia que quiere contar?
R. Sí, siempre empiezo con una idea. Tiene que ser una idea sugerente, no muy definida, de modo que me permita aventurarme en algo desconocido, pero siempre hay algo que me lleva a empezar. A veces es una idea más conceptual y a veces un lugar, los gimnasios, por ejemplo, o una ciudad.
P. Cuando empezó a escribir
El error, ¿existía el bandolero Pepe Dueñas?
R. No. La idea con la que empecé fue pequeñísima, la que está en las primeras líneas del libro, alguien que entra a la novela por una puerta que dice "error" y se justifica diciendo que era la única puerta que había. Esa fue una idea pequeñísima y tonta que se agotó en las tres primeras líneas, pero justamente es la clase de idea que me gusta porque me da completa libertad.
P. En sus novelas, cualquier suposición que pueda hacer el lector sobre lo que va a ocurrir será, con toda seguridad, incorrecta.
R. Eso es para mí parte del placer de escribir, de inventar. Ese bandolero, terror de los llanos y de las montañas, termina en su casa y, en ese momento, le puse el trabajo de lavar los platos, de llevar a los chicos al colegio.
P. Tiene sentido de humor.
R. Yo nunca hago humor deliberadamente, me parece peligroso. El humor depende demasiado del efecto que produce. Es ponerse a merced del lector, si le va a causar gracia o no; eso no me gusta. Pero me sale naturalmente en el curso de la invención, de la imaginación.
P. Es curioso que mucha gente diga que es usted un autor prolífico, porque la verdad es que usted publica mucho, pero escribe poco. Lleva unos 60 libros publicados pero, en total, no serán más de 800 páginas.
R. Sí, a veces llego a publicar cuatro libros en un año, pero uno tiene 14 páginas, el otro 80 y alguno llega a las cien, o las pasa. Es mucho menos de lo que escribe cualquier periodista con una columna semanal. Yo escribo muy lento, media paginita por día. Escribo a mano. Y escribo en un café; todas las mañanas hago mi horita de escritura y tengo todo un fetichismo de lapiceras, cuadernos, papeles. Me gusta eso.
P. ¿Escribe usted todo lo que se le pasa por la cabeza?
R. No, no todo. Muchas veces empiezo algo creyendo que tengo una idea genial y a las pocas páginas lo dejo. Me pasa con frecuencia. He empezado y abandonado muchísimas cosas; de cada cinco que empiezo, termino una. Tal vez escribo bastante, 40, 50 páginas, hasta que me doy cuenta de que no funciona. No me hago problema. Prefiero ese riesgo, ir a la aventura.
P. Una de las cosas que produce un gran placer al leerle es la simplicidad de las palabras. La historia nunca es simple, pero la manera en la que está contada lo es.
R. Lo he pensado más de una vez. Es por la necesidad que yo siento de que el lector vea exactamente lo que yo imaginé. Todo lo que escribo tiene un componente visual muy grande. Ese es el motivo por el que escribo tan despacio y tan poco, trato de ser lo más claro, transparente, posible para que se vea exactamente lo que yo imaginé.
P. ¿Cuál es su relación con la pintura?
R. Tengo más que nada una relación con el cine. Ha sido una pasión mía desde muy chico.
P. ¿Le gusta el cine de Almodóvar?
R. Tengo mucha admiración por Almodóvar. La última vez que estuve en Madrid me hospedé en un pequeño hostal. Yo no había visto Volver, y a la noche encendí un pequeño televisor que colgaba de la pared, sin control remoto, para ver si había algún noticiero. Estaba empezando precisamente esa película. Me pareció una obra maestra, de lo mejor que ha hecho Almodóvar. Lo consideré como un regalo del destino y me alegró una noche madrileña.
P. Usted hablaba mucho de la fantasía, ¿es la vida una fantasía en la que uno se mueve?
R. No. La vida es real, lamentablemente, diría alguien. Quizás me hice escritor por eso, para refugiarme en el mundo de los libros. Desde muy chico, por ser tímido o miope, me refugié en el mundo de los libros, de las aventuras, de la fantasía, de la imaginación. Y después seguí con eso.
P. A sus personajes les pasan muchas cosas, pero no dicen nunca lo que sienten.
R. Mis personajes, por lo general, no tienen psicología porque no me interesa. No me interesa la persona, me interesa la historia, la trama, los personajes tienen que ser simplemente funcionales a la historia. Creo que no tienen espesor psicológico, pero no lo busco. De hecho, me hacen reír esos escritores que hablan de sus personajes como si fuesen seres reales. Lo mío no va por ese lado.
P. ¿Se ríe mucho?
R. Sí, quizás es una defensa. Soy risueño. Salvo en gente que sufrió mucho de verdad, me parece que ser trágico es un poco impostar. Me acuerdo de una tira cómica que salía en una revista de alguien que se mostraba todo el tiempo muy torturado y angustiado y después se encerraba en un cuarto a reírse a carcajadas. Lo mío es lo contrario, yo me estoy riendo todo el tiempo y luego tengo mis angustias como todo el mundo, pero a puerta cerrada.
P. Dice que desconfía del humor, pero es fácil reírse en casi todas sus novelas.
R. Sí, es inevitable. Una vez escribí una novelita que se llama Cómo me reí, y está escrita contra la gente que viene a decirme "cómo me reí" con mis libros. Hubo un momento en que me sentí un poco harto de que el único elogio que me hicieran fuera ese. Como todos los escritores, quiero ser un buen escritor, quiero ser Baudelaire, Dostoievski, y a ellos la gente no iba a decirles "cómo me reí".
P. En cualquier caso, diría que a usted le va más Rimbaud. En el sentido experimental, de vanguardia.
R. Siempre lo he admirado muchísimo, todos los adolescentes que quieren ser escritores quieren ser como Rimbaud.
P. ¿Lee usted más poesía que novela?
R. Leo muchísima poesía, porque es una fuente de inspiración, de sugerencia. La poesía es como el laboratorio de la literatura, donde se prueban cosas nuevas, cosas distintas, lo arriesgado. La novela es más conservadora. El relato, en general, tiene parámetros más previsibles, la poesía puede ser una gran locura. Me gusta. Leo prácticamente todo lo que se publica; bueno, no todo, porque es un océano, pero todo lo que me llega a las manos lo leo con interés, con gusto y es una fuente de inspiración. (Aira está casado con la poetisa Liliana Ponce, con quien tiene dos hijos, de 30 y 27 años).
P. ¿Tiene más relación con poetas que con novelistas?
R. Yo me formé en un círculo de poetas. De ahí puede venir mi amor por los libritos delgaditos, pequeñitos, que hacen los poetas. A esas novelas gruesas, pesadas, enormes, me parece que les falta una cierta elegancia que tienen los libros de los poetas, y yo quise escribir mis propios libros delgaditos, pero, como no soy poeta, naturalmente escribo novelas.
P. De los poetas que lee, ¿hay alguno en particular que quiera usted nombrar?
R. Ahora estoy releyendo a Jules Laforgue, el poeta uruguayo-francés, que es muy difícil de leer porque tiene frases muy retorcidas. Estoy leyendo siempre buena poesía, clásicos y jóvenes nuevos. Estoy releyendo también la obra de un poeta que fue amigo mío y murió hace varios años, Emeterio Cerro. Era un genio, un genio raro.
P. He leído que usted se deja influenciar más por gente joven que por autores de su propia generación.
R. Ahora prefiero la compañía de los jóvenes. Es natural en los mayores ir a beber sangre fresca. Me gusta el entusiasmo, el empuje de los jóvenes, que se va apagando con el tiempo. La mayoría de mis amigos de mi generación, mis amigos de juventud, ya han perdido la llama. Yo trato de conservarla con el contacto con los jóvenes. La mayoría de mis amigos tiene hoy menos de 30 años.
P. ¿No tiene usted la impresión de que muchos de esos jóvenes son muy convencionales?
R. Sí. Algunos sí, pero otros no. Ahora hay un reflujo respecto de lo que fueron mis años juveniles, los sesenta, los setenta, donde era casi obligatorio para un joven ser algo de ruptura, algo nuevo, algo distinto. Hoy día puede ser que haya más convencionalismo, resignación a hacer lo que quieren las editoriales, que tienen la obligación de seguir publicando libros para mantener en marcha su máquina y hay gente que les da ese material. A mí me parece que ya hay suficientes libros buenos en todas las bibliotecas como para seguir escribiendo novelas iguales a las que ya hay, por buenas que sean. Por bien hechas que estén, son más libros. Nuestra misión, para darle un nombre un poco más místico, es hacer algo nuevo, algo distinto, y de eso hay poca gente que se ocupe.
P. ¿El deseo de experimentar?
R. Sí, pero ya no hablo tanto de experimentar desde que leí esa frase de William Burroughs tan buena: "Lo experimental es un experimento que salió mal". Está muy bien pensado. William Burroughs era un hombre muy inteligente. Así que ahora ya no digo más que lo mío es experimental.
P. Algunos críticos dicen que sus novelas son ligeras. ¿Cómo lo toma?
R. Según como se defina esta cuestión. El que no se ocupa de promover los valores humanos, históricos, sociales, el que se ocupa de la literatura como una pura actividad artística, puede ser tachado de frívolo. A mí me lo han dicho más de una vez. Y me lo tomo bien.
P. Ligero o denso, usted le dedica la vida entera.
R. Sí, y con mucho gusto y mucho placer. Durante muchos años pensé que me había dedicado a la literatura por descarte, porque no podía hacer lo que realmente había querido: hacer música, pintura, cine; no tenía talento, ni posibilidades de nada de eso. Así que lo más fácil era escribir, algo para lo que no se necesita más que un lápiz y un cuaderno, y saber escribir. Pero, con el tiempo, me di cuenta, muy a la larga, de que la literatura es el arte más difícil de todos; así que si lo elegí por descarte, hice un mal negocio.
P. ¿Por qué es el más difícil?
R. Es el arte más difícil porque hacer algo bueno en la literatura lo hace uno cada cien años. ¿Cuántos grandes escritores hubo en el siglo XX? Cuatro o cinco de decenas de miles que escribieron y publicaron libros. Yo estoy convencido de que la literatura es más difícil que otras artes y más grande, que en cierto modo las engloba. Yo mismo, cuando escribo, siento que estoy haciendo una obra plástica, musical, que lo estoy haciendo todo.