Si. Cómo no amar el jazz. Y Thelonius Monk es la clave para llegar definitivamente y por completo a ella. Aparece en España, y probablemente a Colombia, una extensa biografía del artista norteamericano, del músico, del hombre. Dice la nota en Babelia:
Desde la ventana de la habitación que abandonó muy pocas veces en los últimos años de su vida Thelonious Monk veía el río Hudson y el perfil entrecortado de Manhattan. Cada mañana se vestía escrupulosamente con sus trajes bien cortados, sus grandes zapatos, sus calcetines y sus corbatas a juego, como si tuviera que acudir a alguna cita en la ciudad, y a continuación se tendía en la cama, y se pasaba el día mirando el techo, o se incorporaba sobre los almohadones doblados para mirar la televisión. Su programa favorito era la versión americana de El Precio Justo. El pianista Barry Harris, que vivía en la misma casa, y que ensayaba en una sala próxima, se asomaba a veces a la habitación de Monk y al verlo inmóvil y formal encima de la cama pensaba que parecía un muerto en su ataúd. La casa estaba en Nueva Jersey y había pertenecido al director de cine Joseph von Sternberg. Su dueña era ahora la baronesa Pannonica de Koenigwarter, que llevaba años dedicando su vida y su fortuna a proteger a músicos de jazz, y que en 1955, en su apartamento del hotel Stanhope de Nueva York, había acogido a Charlie Parker, enfermo y desahuciado. Mientras la baronesa Pannonica le preparaba algo de cena o una bebida Parker estaba en el sofá mirando un programa cómico que le gustaba mucho. Se le paró el corazón en medio de un ataque de risa.
Robin D. G. Kelly le ha dedicado ahora una extraordinaria biografía, Thelonious Monk, The Life and Times of an American Original. La mejor manera de leerla es escuchando de fondo los discos de Monk, sintiendo en cada nota del piano, como en una sesión de espiritismo, una presencia que el paso de los años no desdibuja. Pero cuando acaba la música y uno cierra el libro la presencia no cesa. El silencio también tiene que ver con Thelonious Monk, que eligió recluirse en él al final de su vida, estragado por la enfermedad y el agotamiento: un silencio que según él decía es el ruido más estruendoso que existe en el mundo.
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