25.2.11

Poema del Viernes # 59

Felipe García Quintero (Bolívar, Colombia, 1973)


SIN TÍTULO

Mi casa, como el desierto, no tiene techo ni puerta, sólo boca.

Mi casa, como la piedra, no posee vigas ni cimientos, sólo una mano empuñada la sostiene.

Esta casa la he construido quitando ladrillos y entregando mis huesos al vacío que resta.

La casa es oscura como mi voz en los corredores.

Vivo en la casa que camino. La que acecho y me persigue como el gusano tras la carne enferma.


A cada grito se levanta; con cada silencio la destruyo.

18.2.11

Poema del Viernes # 58


Tomás Segovia (Valencia, España, 1927)


DICHO A CIEGAS

Di si eran éstas las palabras
Míralas bien
Córtalas con cuidado
Y vamos a guardarlas
Sepultadas debajo de la casa
Tesoro rescatado
Devuelto al culto
Palabras guarecidas
Mantenidas en vida
Que de secreto se alimentan
Reverenciadas en su catacumba
Ocultas mientras dure afuera
la locura lasciva del lenguaje
Para sólo sacarlas
Cuando pisemos el silencio soberano
En la omnisciente noche de la afasia
Y antes de que la clave se nos borre
Mirarlas un instante en su esplendor
Carne verbal viviente en el silencio
Inmaculadas concepciones
Rompedoras del círculo vicioso
Otra vez mediadoras
Para que se hagan mutuos mediadores
Dos que dicen tú y yo
Antes de que la noche del amor los borre
Mas todo está fundado si al borrarse se hablan.

13.2.11

La biblioteca Warburg


La sala oval de la Biblioteca Warburg.


Rafael Argullol trae a la memoria la increíble historia de la Biblioteca Warburg, que había escuchado hace tiempo, pero de la cual no conocía ciertos detalles:

El 12 de diciembre de 1933, dos barcos de vapor, el Hermia y el Jessica, remontaron el río Elba con un cargamento de 531 cajas. Abandonaban el puerto de Hamburgo con el propósito de dirigirse a los muelles del Támesis, en Londres. En las cajas, además de miles de fotografías y diapositivas, estaban depositados 60.000 libros. En principio, se trataba de un préstamo que debía prolongarse a lo largo de tres años. La realidad es que los libros ya no emprendieron el viaje de regreso a su lugar de origen, consumándose, así, el traslado definitivo, desde Alemania a Inglaterra, de la Biblioteca Warburg, una de las empresas culturales más fascinantes del siglo pasado y quizá la que resulta más enigmática desde un punto de vista bibliófilo.

Como estamos mucho más habituados a las imágenes de libros en las hogueras, resulta difícil de imaginar el proceso contrario: la salvación de una gran biblioteca del acecho de las llamas. La de Alejandría fue incendiada varias veces, y tenemos abundantes noticias sobre quema de libros en cualquier época sometida al fanatismo, hasta el pasado más reciente. Por eso llama la atención lo ocurrido con la Biblioteca Warburg. Curiosamente, todo fue muy rápido, pese a que las negociaciones secretas entre los alemanes y británicos implicados en el plan de salvación de la biblioteca fueron largas y laboriosas. A principios de 1933, Hitler alcanzó el poder, y a finales de ese mismo año los volúmenes que Aby Warburg había reunido en el transcurso de cuatro décadas ya se encontraban en su nueva morada londinense. Los acontecimientos se precipitaron, sometidos al vértigo sin precedentes de un periodo que culminaría en el mayor desastre de la historia. Los continuadores de la obra de Aby Warburg -pues este había fallecido un lustro antes- pronto advierten que será imposible proseguir con su labor bajo la vigilancia nazi. En consecuencia, empiezan los contactos destinados al traslado. Primero se piensa en la Universidad de Leiden, en los Países Bajos, donde escasean los fondos para el futuro mantenimiento. Después, en Italia, el lugar más adecuado de acuerdo con el contenido de la biblioteca, pero el menos fiable tras el largo Gobierno de Mussolini. Finalmente, se impone la opción británica. Eric M. Warburg, hermano de Aby, escribió una crónica pormenorizada de las negociaciones que, como apéndice, se incluye en el recién publicado texto de Salvatore Settis Warburg Continuatus. Descripción de una biblioteca (Ediciones de la Central y Museo Reina Sofía). El relato nos introduce en una trama de alta intriga.

¿Por qué era tan singular la Biblioteca Warburg? Es difícil obtener una respuesta unívoca. De la lectura del libro de Salvatore Settis, así como de la del también reciente y muy recomendable ensayo de J. F. Yvars Imágenes cifradas (Elba), se desprende una suerte de paisaje de círculos concéntricos según el cual la misteriosa personalidad de Aby Warburg abrazaría la estructura de su biblioteca, del mismo modo en que los hilos de la telaraña no pueden comprenderse sin el instinto constructor del propio insecto. También las explicaciones, ya clásicas, de Fritz Saxl, Ernst Cassirer, Erwin Panofsky o E. H. Gombrich sobre el maestro de Hamburgo apuntan en la misma dirección. Lo que podríamos denominar el caso Warburg se refiere a un hombre que dedicó su vida a la formación de una biblioteca que, con el tiempo, sería muchos mundos al unísono: un edificio, construido en Hamburgo por el arquitecto Fritz Schumacher, que debía inspirarse en la elipse orbital de Kepler; un laberinto que atrapaba al visitante, según Cassirer; una colección organizada de acuerdo con criterios sutiles y completamente heterodoxos, todavía no enteramente dilucidados; un polo espiritual que magnetizaba a cuantos se acercaban y que daría lugar, primero en Alemania y luego -póstumamente respecto al fundador- en Reino Unido, a la más prestigiosa tradición contemporánea en el territorio de la Historia del Arte.

En el centro de la telaraña, el hombre, Aby Warburg, continúa siendo un misterio, alguien mucho más evocado que leído, a pesar de que últimamente crece la edición de sus escritos, incluido su crucial Atlas Mnemosyne (Editorial Akal), comparado, con razón, por Yvars con el Libro de los pasajes de Walter Benjamin. De Aby Warburg siempre se recuerdan dos circunstancias que acotan su trayectoria vital. De sus últimos años se saca a colación la enfermedad nerviosa que motivó su internamiento en un sanatorio y, en el otro extremo de su biografía, se alude al adolescente que, en un gesto bíblico, renunció a su primogenitura en el seno de una familia de la gran burguesía hamburguesa a condición de que, en el futuro, siempre dispusiera de los fondos necesarios para adquirir cuantos libros quisiera. A los 13 años, la edad en que se produjo esa renuncia, Aby parecía haber adivinado ya sus dos pasiones futuras: coleccionar libros y organizar de manera revolucionaria su colección. El resultado fue, sobre todo después de la construcción del edificio que obedecía a sus innovadores criterios, una biblioteca radicalmente distinta a las demás.

Las estanterías de la Biblioteca Warburg reunían volúmenes que guardaban entre sí "afinidades electivas", lo cual suponía extraños alineamientos de arte, medicina, filosofía, astrología o ciencias naturales alrededor de unas imágenes simbólicas que, aisladas en cada especialidad, perdían su fuerza genealógica. Así, por ejemplo, y para horror de los historiadores ortodoxos, en los paneles del Atlas Mnemosyne Warburg juntaba motivos alegóricos, fragmentos de cuadros, emblemas esotéricos, fórmulas matemáticas o grabados sobre la circulación sanguínea en un solo plano de múltiples relaciones. Gracias a esas "afinidades electivas", el historiador podía excavar el pasado a través de múltiples túneles que se iban entrecruzando en el subsuelo de la memoria (Mnemosyne era el frontispicio que presidía la Biblioteca Warburg). Esta idea, susceptible de ser aplicada a toda la historia de la cultura, era particularmente importante al tratar de identificar las fuentes antiguas del arte renacentista, como demostró el mismo Aby Warburg con sus extraordinarias radiografías de El nacimiento de Venus y La Primavera de Botticelli. Sus discípulos experimentaron pronto que su biblioteca, lejos de ser un archivo inerte, era un organismo vivo que trasladaba a la imaginación por las diversas islas del conocimiento.

Lo que los dos barcos de vapor transportaban aquella gélida mañana de diciembre de 1933 no eran solo miles de libros cuidadosamente escogidos a lo largo de décadas, sino la semilla de una sabiduría singular que daría frutos magníficos. Parece que la decisión del municipio de Hamburgo de prestar por tres años la Biblioteca Warburg irritó sobremanera a la Cancillería del Reich en Berlín. Empezaban las hogueras por todas partes y, desde luego, era escandaloso que se hubieran escapado sigilosamente 60.000 posibles víctimas.

Ungar, traducido al italiano, al francés, al alemán...


Antonio Ungar.


El mejor momento para Antonio Ungar, sin duda. Tres ataúdes blancos sera traducido a más de cinco idiomas. En Radar libros la nota:

En uno de los pasajes más célebres de la literatura argentina, Domingo Sarmiento traducía (mal) del francés: “A los hombres se los degüella, a las ideas no”. La consigna civilizatoria que ha sobrevivido en nuestra cultura como tenaz forma de resistencia ante las persecuciones ideológicas bien podría servir, por varios motivos, como epígrafe para Tres ataúdes blancos, la novela con que el escritor y periodista colombiano radicado en Tel Aviv-Yafo, Antonio Ungar, ganó en 2010 el Premio Herralde de Novela.

Ambientado en un futuro muy cercano, en una república caribeña dominada por una casta política corrupta y decadente, espacio al que el narrador llama Miranda, el primer cuarto del relato nos introduce de forma aletargada y minuciosa a ese mismo narrador: un hombre antisocial y solitario que vive con su padre y se preocupa obsesivamente por minucias. Pero luego, tres balas disparadas a la cabeza del líder de la oposición al régimen semidictatorial de la República de Miranda y el parecido físico del narrador con el asesinado se entrelazan para darle forma a un plan urdido por los más cercanos amigos del difunto: hacer pasar a nuestro narrador por dicho líder como única esperanza de generar un cambio democrático en el país arrasado, desde hace décadas, por el terrorismo de Estado en un sistema político dominado por el miedo burgués.

Este será el punto de partida de la trama en un camino, de a ratos acelerado y enloquecido, que contendrá todos los elementos de una novela de folletín: romance, persecuciones, crímenes, acción, muerte y algunas metarreflexiones del narrador acerca de su propio texto.

En este esquema, las sustituciones ocuparán un rol fundamental en el relato y se inician en esa primera sustitución de un hombre por otro que habilita una serie de cuestionamientos: ¿Quién es quién si una persona se hace pasar por otra persona ya muerta hasta copiarla en sus mínimos detalles? ¿Cuántas veces puede morir esa persona? Nuevamente entonces, las ideas no se matan. Aunque, en definitiva, si lo que importa es la forma en que una persona se parece a otra, lo que cuenta es la mirada. El nombre ficcional de la república donde transcurre la acción lo contiene: Miranda. La forma de mirar puede ser también la forma en que cierta clase pudiente de Miranda ve con buenos ojos al gobernante criminal porque con sus métodos non sanctos y su protección a los escuadrones de la muerte ha logrado erradicar a la Guerrilla Estalinista, o la forma en que los medios de prensa dependientes del Estado construyen una realidad propia y también la forma en que se puede deformar la realidad hasta hacerla una caricatura, un desvío: una mala traducción de una frase extranjera para direccionar la mirada hacia lo que se quiere.

Sobre los Premios UIS de cuento


Andrés Mauricio Muñoz.


Tres de mis amigos han conseguido el premio: Paul Brito hace tres años, Carlos Polo en el 2010, y ahora debo felicitar al dedicado narrador Andrés Mauricio Muñoz, el último ganador. Sin mencionar al querido Guillermo Bustamante, quien también mereció el premio hace algunos años. En cuanto a Mauricio (ingeniero electrónico como este blogger), debo decir que es un gran tipo, un hombre cuya sonrisa casi permanente refleja sus dos más grandes pasiones: la literatura y su familia. Un abrazo para tí Andrés, ya que, incluso viviendo en la misma ciudad, me ha sido imposible visitarte. Pronto vendrán mejores momentos. por ahora, les dejo el comienzo de este cuento que publicara la revista Número, hace algunas semanas:

EL HIJO DE BARACK OBAMA

I
No es de apellido Obama; su apellido es Balanta, un poco más sonoro aún. Ramiro Balanta, ese es su nombre. No conoce Estados Unidos; es más, siendo un poco rigurosos, se podría afirmar que no conoce su departamento, ni mucho menos Colombia. Aparte de Acandí, su pueblo natal, y algunos otros como Carmen del Atrato y San José del Palmar, en el Chocó, en cierta ocasión viajó a Cali a acompañar a un tío que lo quiso alquilar por unos días para pedir limosna. Es un negro atractivo aunque no fuerte, pese a que su complexión física es bastante atlética. Parece vivir alegre. Tiene sólo dos amigos y ninguna amiga, pues no es muy dado a las mujeres; tal vez por ello, pese a la sangre díscola que corre por sus venas, perdió su virginidad casi a los veinte. Nació hace veintiocho años, como consecuencia de los devaneos amorosos de su padre por Colombia.

II
En 1980, poco después de recibirse de bachiller en Punahou School en Honolulú, Barack Obama viajó con su abuela paterna hacia Colombia. La matrona quería disfrutar de las muy comentadas Fiestas Patronales Virgen de la Pobreza en Tadó. La negra se había soñado, varias veces, en medio de la verbena popular, amacizada sanamente por negros y mulatos de la más lisa condición. Su cuerpo exaltado y el movimiento frenético de sus caderas sobre las comparsas en muchas ocasiones la despertaron sudando. Habiéndose graduado su pequeño Barack, y más aún, sabiéndolo virgen, decidió no dilatar más el asunto y empacar maletas. Su nieto, a pesar de su edad, aún no conocía mujer; ella lo sabía, y una abuela nunca se equivoca. Allá el muchacho, sin duda, a punta de hablarles en inglés a quienes a duras penas se expresaban en un precario castellano, podría evocar, en cierta forma, la destreza que ostentó su abuelo en el amor y que él poco o nada evidenciaba.

Cuando llegaron, Sarah, apretando la mano de su nieto, como si fuera un mocoso aún que en cualquier momento echaría a correr, lucía desconcertada. El joven Barack caminaba a su lado; sin embargo, a diferencia de ella, que movía la cabeza para todos lados, él sólo la miraba. Sarah hacía una especie de venia a quienes se cruzaban a su paso. La mayoría ni se percataba; otros, en correspondencia, le levantaban la ceja sin siquiera preguntarse quién sería. No era el hecho de que a sus ojos se presentaran tierras y gentes desconocidas lo que la impactaba; lo cierto es que en esa obstinación por cubrir con su mirada todos los rincones e indagar por todo lado había, más que todo, el reflorecimiento de un arraigo que creía perdido. Ese paneo que hacía con la cabeza la convencía cada vez más de que no estaba conociendo sino reconociendo un pedazo del planeta que, aunque ajeno, lo sentía propio. Barack, entre tanto, pues ya había dejado de estudiar los movimientos de su abuela, había empezado a percatarse de que esas negras, aunque parecidas, tenían una especie de estigma que las distinguía: mucho trasero. Todas tenían mucho culo; un culo redondo que sabían contonear muy bien a lado y lado. Pensó entonces que, siendo sensatos, y en honor de la justicia, ninguna de ellas tenía nada que envidiar a las desparpajadas e insípidas monas de su universidad que poco o nada de atención le dispensaban. Sarah, entre tanto, seguía concentrada en las personas con que se cruzaba, en la estridencia de los gritos con que se llamaban los unos a los otros, en la música que por todos lados se escuchaba. Mientras observaba a una negra, grande y gorda como ella, sentada con las piernas abiertas sobre un pequeño banco y entregada a la tarea de pelar una extraña fruta, Sarah entendió que éstos no eran negros como los que ella conocía. Los suyos eran negros por disposición genética, por arraigo a sus ancestros; éstos, en cambio, lo eran por convicción. Eran negros felices y graciosos. Un mundo nuevo para ella. Contempló entonces con fascinación a la matrona que exhibía su pericia en el pelado de la fruta.

11.2.11

Poema del Viernes # 57


John Galán Casanova (Bogotá, Colombia, 1970)


PRÓDIGAS

Con la minuciosa laboriosidad de una madre
recorro esta casa.
Me tardo en cada sitio.
Registro cada rincón.
Todo me resulta ajeno,
extraño.
Ningún recuerdo le calza
a la situación actual de mi alma.
Ni la nostalgia
ni el hastío
me deparan la posibilidad del pasado.
Si éste es el lugar donde he vivido
me pregunto entonces
en qué lugar habré muerto.

5.2.11

Después del Hay


Londoño.


Un autor que siempre me es fascinante, sobre todo desde sus ensayos, Julio César Londoño, comenta después del Hay, o, como dice él, después del Jay:

Terminó otra edición del Hay Festival de Cartagena. El Hay se realiza anualmente en seis ciudades pequeñas y glamorosas del mundo, reúne a un buen número de personajes de las letras, es light y elitista (el Hay no programa nada en Bazurto ni en otros barrios malolientes de la ciudad; debía llamarse el Jai Festival, como propone Checho Jordán) pero lo hace de frente, sin milonga, con una irresponsabilidad social franca, y cumple bien su cometido de divulgación: acerca los escritores al público y pone a la literatura en la primera plana de los diarios.

El conversatorio entre Daniel Samper y el humorista infantil Luis Perscetti fue absolutamente feliz. Los asistentes nos divertimos como niños porque Samper y Perscetti son dos payasos profesionales que conocen la regla cero de la risa: el humor no se improvisa… ¡y porque no había niños en la sala! (Definitivamente es un festival perfecto: ni pobres ni niños).

María Elvira Bonilla, la directora de la revista digital Kien y Ke, entrevistó a Emily Bell, la directora de la Escuela de Periodismo de Columbia University. El tema fue el presente y el futuro del periodismo on line. La señora Bell lo sabe todo (fue directora de los diarios británicos The Guardian y Observer) y las preguntas de María Elvira fueron siempre at point.

Rubén Blades, abogado de Harvard y músico malevo, dijo que había sido pobre dos veces: primero en español y luego en inglés; que su música tenía fecha de vencimiento, como la leche; que debíamos reinventar el mundo, en especial la política y la economía, y que “Haití no se arregla con cancioncitas”.

La entrevista que Marianne Ponsford le hizo a Alessandro Baricco cubrió varios frentes: su obra, su vida personal y la relación con “sus mayores italianos”, Umberto Eco y Claudio Magris. Baricco tuvo que hablar de Seda, ese best seller cuyo éxito ya empieza a fatigarlo; de City (reconoció que su estructura tiene complicaciones innecesarias) y de Los bárbaros, su magistral ensayo sobre el fútbol, los libros, el vino y Google.

En la Casa Mafer, los colombianos Guido Tamayo, Fernando Quiroz y el autor de La plana, sostuvimos con los mejicanos Rosa Beltrán y Francisco Hinojosa una candente polémica sobre el adulterio. Concluimos que la tragedia del amor conyugal era la pérdida del deseo, y que el responsable era ese torpe diseño social que pone la ternura en la casa y el erotismo en la calle, en lugar de mezclarlos un poco aquí y allá.

Yo vi varias personas cabeceando en el auditorio (Eduardo Victoria, Beatriz López…) pero creo que la responsable era esa atmósfera como de sancocho hirviendo que flota hace mil años sobre la ciudad. Lo cierto es que los comentarios de la gente al final fueron muy elogiosos, si descartamos la opinión de dos señoras caleñas a las que sorprendí, escondido tras una columna del patio interior de la Casa, rajando de los panelistas.

–Qué petardos, ¿no? –decía una de las brujas, la presentadora de televisión Martha Isabel Hinojosa.
Sí –le contestó la otra bruja, Gladys Reyes–, parecía una reunión de padres de familia.
–Sí –agregó la primera bruja–, es más emocionante la reunión de la junta del condominio.
–Sí –dijo la segunda acomodándose el escote de su precioso traje de lino blanco.

La caligrafía de Marsé


La portada.


Nuria Azancot entrevista a Juan Marsé, a propósito de su nueva novela: Caligrafía de los sueños:

-Caligrafía de los sueños parece su novela más autobiográfica. ¿Le ha prestado tanto como parece de sí mismo a Ringo, el protagonista del libro?
-Me temo que sí, que es mi novela más autobiográfica. Algunos episodios son vivencias que han necesitado apenas un retoque, únicamente para hacerlas más reales. Esto, la parte digamos documental, no hace a la novela ni mejor ni peor, ni más interesante ni más veraz. Algunas cosas que me han pasado en la vida, no me las acabo de creer. Me pasa también con los sucesos reales que trae la prensa diaria, cosas que hacen o dicen los políticos, por ejemplo. No me lo puedo creer. Hace años, en la Hemeroteca, descubrí lo mucho que me gustaba leer periódicos antiguos que traían cosas ocurridas 30 ó 40 años atrás. Eso me lo creía todo. No me pregunte por qué. Es como si necesitara que el tiempo se posara sobre las cosas, para creérmelas.

Forofo de la ficción
-Desde el principio de la novela afirma que lo inventado puede tener más solvencia que lo real, más vida propia y más sentido, ¿sigue siendo la imaginación el mejor recurso ante las mezquindades de la vida cotidiana?
-Si hablamos de literatura de ficción, pues sí: aquello que ha sido inventado, lo que se elabora como producto genuino de la imaginación, cuando esta es poderosa, tiene para mí más peso y solvencia que lo real, más vida propia, autosuficiente y más perdurable que algunos recuerdos, y más significante. Madame Bovary o Fortunata son más reales que Esperanza Aguirre, a que sí. ¿Por qué? No lo sé, pero yo siento que es así. Es que yo soy un forofo de la ficción. En todo caso, en materia de ficción, y pese al prestigio que ha adquirido hoy en día lo testimonial o “real” en la novela (hay que distinguirlo entre comillas, si no podríamos liarla) a mí me sigue atrayendo más la invención, la fabulación, la capacidad de embaucar e hipnotizar al lector mediante el relato de lo que pudo haber sido y no fue, etc... Pero lejos de mi intención teorizar sobre ello. No me gusta hablar de la faena. Es una cuestión de gustos. En cualquier caso todos sabemos en qué consiste el asunto: en una obra de ficción todo es veraz o no es nada en absoluto, por muchos personajes, fechas y datos reales que le eches.

-Para el protagonista lo peor es la desazón de no haber hecho lo debido o lo mejor, aun sabiendo que quizá no hubiera servido una mierda. ¿De qué se lamenta hoy, de qué silencio, de que error?
-Lamento no haber hecho bastantes cosas en el momento que debía. No haber indagado en mi familia biológica cuando era joven, por ejemplo. No haber preguntado, callando por no incomodar a mis padres adoptivos. No haber podido estudiar piano y solfeo a los l3 años por falta de dinero. Y quizá lo que más lamento: haber confundido, en alguna ocasión, el éxito con la felicidad. Caligrafía de los sueños narra una historia de amor desesperado y ridículo, con muchas esquinas y mucho dolor, pero Marsé asegura no haber conocido a demasiadas señoras Mir: “No -insiste el escritor-, tanto la señora Mir como Alonso son personajes inventados. No totalmente, claro. Ella carga con la apariencia física y con la capacidad de ensoñación, bueno, la que yo le atribuí (esos retoques a la realidad) de una mujer que veía pasar por la calle, cuando yo tenía quince años, y que nunca supe exactamente dónde vivía. Pasaba por esa calle camino del baile de los domingos en la Cooperativa La Lealtad del barrio de Gracia, hoy Teatre Lluire, acompañada de su hija, una muchacha no muy agraciada. Iban en busca de novio para la chica. Pero mejor leer la novela y no atender a mis explicaciones, que podrían estropear la historia...

Sin nostalgias
-En el libro retrata la Barcelona de la posguerra, la de los perdedores que quemaban a escondidas libros prohibidos y carnets de la CNT, la Barcelona de las ratas azules... ¿qué queda hoy y que echa de menos en esta capital del diseño, de aquel mundo sin esperanzas?
-La Barcelona de casi todas mis novelas, es, no hace falta decirlo, un paisaje mental. Ya no existe. He procurado, desde la primera novela que escribí, que sea muy real. Yo la tengo por un jardín de verdad con ranas de cartón, por usar una fórmula de Virginia Woolf que me gusta. En alguna página digo que la Barcelona de entonces es “más inverosímil, pero más real” no sólo porque en verdad a mi me lo parece, sino también para predisponer al lector frente a una ficción que quiere ante todo hacerse creer. No sabría explicarlo mejor. En cuanto a la nostalgia por aquella ciudad gris y hambrienta de la postguerra, llena de ratas azules y clérigos ensotanados adictos al Régimen, nada de nada. Ni rastro de nostalgia ni cosa que se le parezca. De aquella Barcelona me quedo quizá con los niños jugando en la calle y poco más. Y no es que la tan admirada y celebrada Barcelona del diseño de hoy me entusiasme, más bien me aburre, pero de ningún modo me hace añorar aquélla. Es sólo una escenografía que respeto, porque existió, y porque la necesita para explicar y explicarme algunas cosas.

Sin halagos ni favores
-Hoy, como entonces, parece que la verdad no vale nada, sobre todo cuando hablamos de política. ¿Cree que va a cambiar algo con el Gobern de Artur Mas para los autores catalanes que escriben en castellano?
-No creo que cambie nada. En política me he convertido ya en un escéptico irremediable. Nos preparan, me temo, veinte años más de pujolismo. ¿Hay motivos para esperar mejoras en la educación y en la cultura? Si los hay, yo no sé verlos. Y no espero que se acaben las payasadas patrioteristas, las de aquí en Cataluña como las de allá en España, que también las hay y no pocas. ¿Por qué esa inquina contra los catalanes? Hay colaboradores en este y otros periódicos que cuando escriben sobre Cataluña mojan la pluma en su propia bilis y en sus propios escupitajos. Admito que aquí en Cataluña se han escenificado algunas patrioteradas que ciertamente me han conmovido. La del señor Millet envuelto en la senyera y cobrándole a su consuegro la mitad del coste de la boda de su hija me llegó al alma, lo confieso. Llegará un día que lo catalanes lo tendremos todo pagado, profetizó alguien. ¡Ojalá! De mí diré que nunca he esperado nada de ningún dirigente político, ni de aquí ni de allá. No quiero halagos ni favores, quiero que se respete, solo eso. Que se respete mi libertad.

-¿No le parece que eso de la “inquina contra los catalanes” es tan falso como lo que “el castellano está en peligro”, que en realidad asume un discurso político tan tendencioso como el que denuncia?
- Hay mucha impostura en ese debate, cierto, poquísimo rigor a la hora de analizar el qué y el porqué de lo que está pasando. Ni el castellano está en peligro en Cataluña ni hay que confundir cierta crítica a la Cataluña oficial con una animadversión a los catalanes. Pero la crispación está ahí y es mutua. Políticos ineptos, iluminados y payasos, obsesionados con ese coñazo de lo identitario, y comentaristas y columnistas carroñeros que viven de eso, hurgando en esa polémica estéril, los tenemos aquí y allá, en este lado del Ebro y en el otro. Pero yo sé leer, yo sé en qué periódicos asoma la España que respeto y en qué otros pervive la España rancia que no me gusta.

Caligrafía de los sueños era la novela en la que estaba trabajando Marsé cuando le concedieron el premio Cervantes, y sólo ha tardado otros dos años en terminarla, pero asegura que eso no desmiente, “ni mucho menos”, esa fama de gandul que tanto le ha costado conquistar. Es más, destaca, “he llegado a pensar que soy irremediablemente lento porque lo que me gusta en verdad es escribir, porque nunca daría por terminado un libro, porque corrijo hasta que ya no puedo más. Claro que tanto corregir lo único que demuestra es la impericia. Pero, claro, la impericia me obliga a un mayor esfuerzo y dedicación y, en fin... ¿Lo ve? No acabaría nunca”.

Epígrafe


Lish.


Publicada por Periférica, aparece los más reciente en español del norteamericano Gordon Lish: Epígrafe. Reconocido mundialmente por ser el editor de Raymond Carver, cuesta a veces pensar en Lish como auto. Sin embargo, su narrativa es fuerte como pocas. Sólida. Desgarradora. Epígrafe es una serie de cartas que escribiera el norteamericano a diferentes seguidoras, después de la muerte de su esposa. Una de las cartas dice:

Estimados miembros de la congregación de San Fermo:

Les participo que la Sra. Lish falleció en el octavo día de este mes. Sucedió a primera hora de la noche y, como era su deseo, en casa. Confío en que cada uno de ustedes acepte mi ferviente agradecimiento por la bendición de sus constantes desvelos por Barbara y también por mí, sin olvidar su obsequio, ese aparato con el que mi esposa estuvo obligada a vivir los últimos días de su vida. Finalmente, les pido se aseguren de que mis palabras de indescriptible gratitud lleguen a todas las Personas Misericordiosas que residieron en esta casa en el transcurso de la terrible experiencia de la Sra. Lish. Ninguno de ellos dejó de darle lo que ella necesitaba, en cada momento, sin reservas y con ánimo consecuente.

¡Qué maravillosa, maravillosa mujer majestuosa!

Gracias, gracias.

Reciban un cordial saludo,

Gordon Lish.

4.2.11

Poema del Viernes # 56



Ramón Palomares (Escuque, Venezuela, 1935)


EL SOL

Andaba el sol muy alto como un gallo brillando, brillando
y caminando sobre nosotros.
Echaba sus plumas a un lado, mordía con sus espuelas al cielo.
Corrí y estuve con él
allá donde están las cabras, donde está la gran casa. Yo estaba muy alto entre unas telas rojas con el sol que hablaba conmigo y nos estuvimos sobre un río y con el sol tomé agua mientras andábamos
y veíamos campos y montañas y tierras sembradas y flores cantando y riéndonos. Allí andaba el sol entre aquellas casas, entre aquellos naranjos, como una enorme gallina azul, como un gran patio de rosas;
caminando, caminando, saludaba a uno y
a otro lado; hasta que me dijo:
Mi amigo que has venido de tan abajo
vamos a beber
y cayó dulce del cielo, cayó leche hasta la boca del sol.