14.4.10

Con miedo a la oscuridad


Portada del libro.


Poco se ha hablado del nuevo libro de Sandro Romero rey, El miedo a la oscuridad. En esta segunda novela habla el escritor caleño sobre la desaparición. La desaparición de las almas, de los cuerpos, de los conocidos, la desaparición de mundo. Les dejo una entrevista que concedió Romero Rey a Giuseppe Caputo:

Empecemos con uno de los epígrafes de la novela: "Los muertos fuimos cinco". La sentencia es de un campesino del Magdalena Medio colombiano. ¿Cómo es esta historia?


La frase la leí hace muchos años y es citada por García Márquez en alguna de sus columnas de prensa. Después ha sido reproducida en otros medios, en distintas circunstancias, pero la terrible sustancia de sus consecuencias sigue siendo la misma. El miedo a la oscuridad es una novela (prefiero llamarla un libro, como solicitaba Cabrera Infante para sus Tres Tristes Tigres) sobre la tragedia de los hombres que desaparecen. Quiero decir, sobre las consecuencias en los seres humanos a los que se les desaparecen sus seres queridos sin encontrar explicación alguna. Y la desaparición de un hombre no sólo implica la muerte de éste, sino también la de los que lo rodean. En el caso de mi texto, podemos decir que los muertos fuimos cinco, porque los cuatro personajes eje de la historia (Daniel Vasco; Miranda; el hijo de ambos; Lucy Wagner, y el quinto, el autor) terminan, de alguna manera, destruidos. De otro lado, la novela, a lo largo y ancho de sus páginas, tiene muchos otros epígrafes. “Un universo de citas me excita”, decía el ya citado Cabrera. En mi caso (o, mejor, en el caso de El miedo a la oscuridad) hay frases para escoger: desde letras de George Harrison (de quien robé una traducción acomodada del título de una de sus canciones) hasta Leonard Cohen, poeta con fondo y forma musical.

Al principio de la novela una mujer - ya luego sabemos que se trata de Lucy Wagner - dice: "Todos los hombres matan lo que más quieren". ¿Estaría usted de acuerdo con ella?


Bueno, la frase (luego lo sabremos en otro de los epígrafes) es tomada de Oscar Wilde. Lucy Wagner, la repite, tomándola prestada del relato titulado “El hilo de Ariadna”. Y, por supuesto que no estoy de acuerdo, pero uno en la vida no está de acuerdo con muchas cosas y sin embargo éstas suceden. La vida es una colección de frases con las que uno no está de acuerdo pero que uno acepta porque son cruelmente ciertas. En el caso del relato citado, el narrador asesina adolescentes para poder liberarse del horror de una separación. La realidad de la ficción terminará pisándole los talones a la historia de Daniel Vasco, personaje eje, por omisión o, mejor, por desaparición, de El miedo a la oscuridad.

Tenemos una misma historia desde distintos puntos de vista. ¿Cómo se le ocurrió la estructura de la novela?


La novela nació por el descubrimiento de una colección de cuentos que yo había escrito en París hace muchos años. Los cuentos aparecieron por ahí, como aparecen los fantasmas que se resisten a desaparecer. Era una colección de relatos sobre los celos, tratando de seguir la estructura de La ronda de Arthur Schnitzler. El conjunto se titulaba Celos, pelos y desvelos y, aunque a mí me gustaban, el tiempo se había encargado de olvidarlos. Leídos casi veinte años después, me parecieron unas historias muy extrañas, escritas por una persona a la que yo en realidad creía no conocer. Así que me puse en la tarea de escribir la saga del hipotético autor de esos relatos, un hombre que desapareció sin dejar rastro y del cual sólo se conservarían unos cuentos escritos en clave. Esa clave, como en un Matias Sandorf tropical, sólo sería descubierta por el lector en la medida en la que reúna todos los datos dispersos a lo largo del libro.

Los cuentos de Daniel Vasco son tan reales como "la vida real" de los protagonistas de su obra. Hay un momento en que el lector siente que la ficción y la realidad se difuminan. ¿Cree que la ficción y la realidad tienen límites exactos o que, por el contrario, se confunden constantemente?


La ficción y la realidad tienen límites exactos. Tan exactos que, por desgracia, la ficción nunca podrá conseguir la visa para atravesar su frontera. Escribir novelas, obras de teatro, guiones o poemas sólo se justifica cuando el autor persigue la creación de un universo equiparable a las partículas desesperadas que llamamos “la vida real”. Pero nunca se consigue. Al contrario, la ficción es un universo autónomo, independiente, traidor de la vida. Como en La vida breve de Onetti (donde uno de sus personajes se llama Brausen, como el insoportable detective de El miedo a la oscuridad), la ficción y la realidad terminan siendo una sola cosa. Hay novelas que persiguen a dentelladas, en un acto descomunal, tratar de derrotar a la muerte. Y, por supuesto, tampoco lo consiguen. Pero el esfuerzo es tan estimulante, que uno termina por adorar dichos textos.

Dice el narrador: "Desde el secuestro hasta el asesinato, desde la desaparición voluntaria hasta la huida involuntaria, todo se ha considerado en el caso de mi padre. Aunque ya estamos acostumbrados a la idea de su ausencia, a su lento y prolongado fallecimiento, todavía no admito el hecho de que pasen los años y mi papá no exista en el mundo". ¿Por qué decidió que los personajes de su novela pasaran por una de las más terribles situaciones por las que puede pasar el alma humana: la desaparición de un ser querido (tragedia que implica no saber si la persona está viva o muerta)?


De alguna manera, la respuesta está inmersa en la pregunta: justamente por eso, porque es “una de las más terribles situaciones por las que puede pasar el alma humana”. Y no solamente el alma (que, por estos días, dudo mucho que exista) sino también el cuerpo, la calma, la felicidad, el sueño. El tema de la desaparición me ha afectado de manera muy profunda, pues el papá de unas amigas a quienes quiero muchísimo salió un día de su casa y nunca más regresó. Nunca se supo nada más de él. Esa especie de limbo espiritual en el que se sumergen los seres que padecen el infierno de la desaparición es, en el fondo, el tema central de El miedo a la oscuridad. Pero la desaparición aquí, en realidad, es un punto de partida. El punto de llegada es otro y, es preciso reconocerlo, no se vislumbra de manera muy clara. La pesadilla de los personajes del libro está barnizada por el delirio, por el juego, el humor, la creación y, por qué no, por las cabriolas traviesas de la muerte.

Para Daniel Vasco (padre) "su respeto por la literatura rayaba con los límites de la pasión religiosa. Tanto que, para él, era indigno ver a un colombiano dedicado a competir con Musil, con Proust, con Thomas Mann o con Tolstoi. Según sus principios, en Colombia nadie podía enfrentarse a la literatura y los escritores que lo hacían eran poco menos que equiparables a la guerrilla, a los narcotraficantes o a cualquier representante de la monstruosa fauna de nuestra realidad (...) Hablar de un escritor colombiano era lo mismo que hablar de un bailarín de salsa ruso o de un torero argentino". Por su parte, el Poeta Ñ se proponía "destruir el mundo, a punta de versos, de drogas alucinógenas y de promiscuas ceremonias eróticas". Y al descubrir que su padre escribió cuentos, Daniel (hijo) dice: "Me sorprende que se haya dedicado a cosas inútiles". Como escritor, ¿qué opinión le merecen estos pensamientos de sus personajes?


Uf, demasiadas citas. Estamos cayendo en la trampa de El miedo… Para mí, la literatura es uno más, otro más, de los santos oficios del arte. Desde muy niño he escrito, pero también he dirigido teatro, he trabajado en el cine, en la televisión, en la música, en la radio. Yo pienso todo lo contrario de lo que piensa el desaparecido Daniel Vasco: en Colombia no sólo es posible que existan escritores, artistas, sino que cada vez es más necesario. El gran problema de nuestra sociedad es que la inteligencia sigue siendo un artículo de lujo. Estamos condenados a ser elementales y exóticos. La única manera de acabar con este estigma es dedicándonos con firmeza al inútil arte de la invención. En ese sentido, pienso que necesitamos más, muchos más poetas Ñ, que se dediquen a destruir el mundo a punta de versos, drogas y ceremonias eróticas, antes que a cercenar cabezas, violar constituciones o mentir para conservar riquezas.

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