Se cumple un siglo sin Mark Twain, figura indiscutible de la literatura norteamericana. Le han llamado el Whitman de la narrativa. Huckleberry Finn y Tom Sawyer, son sólo algunos de su personajes más célebres. Así lo anuncia El cultural:
“Toda la literatura norteamericana moderna viene de un libro de Mark Twain titulado Huckleberry Finn. Si lo lees, detente justo cuando al negro Jim se le separa de los chicos. ése es el verdadero final. El resto es un simple engaño. Pero es el mejor libro que tenemos. Toda la literatura norteamericana empieza con él. No había nada antes. No hay nada tan bueno después.” La apreciación se refiere, obviamente, a Huckleberry Finn de Mark Twain -seudónimo de Samuel Langhorne Clemens (1835-1910)- y fue realizada por Ernest Hemingway en Las verdes colinas de África (1935). Y eso que no es precisamente el autor de El viejo y el mar una fuente fiable y objetiva en sus apreciaciones literarias, ya que son más que conocidas sus filias y fobias -algo tendrían que decir al respecto Scott Fitzgerald y Sherwood Anderson-. Sin embargo, lo que resulta evidente es que Las aventuras de Huckleberry Finn (1885) marca el punto cumbre de las letras norteamericanas, consagrando definitivamente la “independencia cultural” que reclamara James Kirke Paulding a comienzos del XIX, e iniciada con La letra escarlata (1850) de Hawthorne y Moby Dick (1851) de Melville. No en vano, en una conferencia en Japón, en 1955, William Faulkner afirmó que Twain es “el padre de la literatura norteamericana el primer escritor verdaderamente norteamericano, y todos nosotros somos sus herederos”.
Lo sorprendente, sin duda, es cómo un huérfano de doce años llamado Samuel Clemens, que abandonó sus estudios para trabajar como aprendiz en un modesto periódico local, piloto de barcos, soldado y viajero, se convirtió en una leyenda para millones de lectores, escritores y críticos gracias a sus crónicas periodísticas y a novelas tan populares como el ya mencionado Huckleberry, Las aventuras de Tom Sawyer o Un yanqui en la Corte del rey Arturo.
William Dean Howells, editor del influyente Atlantic Monthly y gran pope de la literatura norteamericana de entresiglos (XIX-XX), alabó efusivamente la publicación de Huckleberry Finn llegando a afirmar que se trataba de la primera obra de ficción que reflejaba con fidelidad la realidad e idiosincrasia norteamericanas. Howells, en estas cuestiones críticas mucho más fiable que Hemingway, abogaba por un modelo cultural literario norteamericano más próximo al regionalismo -en lo que vino a denominarse “color local”- que al urbanismo de Henry James, que acababa de publicar Washington Square (1881). Y de alguna forma la dicotomía Twain-James o James-Twain parece tener una sombra tan alargada que se proyecta hasta el siglo XXI. En cierta ocasión escuché a mi querido maestro Leopoldo Mateo mencionar cómo había constatado que aquéllos que sentían pasión por Twain aborrecían a James, y viceversa.
En el caso de Twain su influencia se circunscribe casi exclusivamente a Huckleberry Finn, pues el resto de sus obras, si exceptuamos algún que otro cuento incluido en La afamada rana saltarina del condado de Calaveras (1867), no logra ni tan siquiera aproximarse a las cotas artísticas alcanzadas en la historia del pícaro Huck y el esclavo Jim.
Con anterioridad a Twain, escritores como Francis Bret Harte, autor del divertido volumen The Outcasts of Pokerflat (1869) y Joel Chandler Harris y sus Historias del tío Remus (1880) ya habían explorado las posibilidades literarias del ambiente rural y fronterizo, de acuerdo a formas y modelos literarios distintos, no necesariamente antagónicos, al romanticismo de la primera mitad del siglo, pero es Mark Twain quien confiere su auténtica categoría al género.
Hamlin Garland fue uno de sus primeros y más aventajados discípulos y los cuentos de sus Main-Traveled Road (1891), y especialmente A Son of the Middle Border (1917) ofrecen una perspectiva de la América rural que complementa la del autor del Mississippi. También Charles W. Chesnutt en su injustamente olvidada The Marrow of Tradition (1901) mantiene interesantes deudas con Twain, tanto en lo referente al género literario como en lo sustancial del argumento al explorar la perversión social y personal que significa la esclavitud. Similar influencia a la que podemos encontrar en George Washington Cable, especialmente en obras como The Negro Question (1888).
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