A pesar de que sus novelas han ido opacando un poco su poesía, no hay que olvidar que Andrés Neuman es un excelente lírico. Ganador del Premio Hiperión de Poesía, 2002, con su libro Tobogán. Es de este libro precisamente que pertenece el poema de hoy. Al igual que en su momento Víctor Cabrera tradujo en poema la presencia de su hija, Neuman lo hace desde una perspectiva insólita y abrumadora: en la ensoñación ulterior de la presencia desconocida.
PALABRAS A UNA HIJA QUE NO TENGO
Entornaré tus ojos si prometes soñarme.
Compréndeme, no es fácil velar por alguien siempre:
a veces necesito saber que tienes miedo.
Cuando sepas hablar, dame mi nombre;
diciéndome papá ya habrás hecho bastante.
En invierno no abrigues demasiado
tu cuerpo de princesa, más útil y más noble
es irse acostumbrando a resistir.
Acepta golosinas de los desconocidos
-no está el mundo como para negarse-,
pero apréndete esto en cuanto puedas:
más frecuente es lo amargo, o que te ignoren,
y no los caramelos.
Te enseñaré a leer fuera del aula,
y llegada la hora quiero que escribas mar
sobre los azulejos del pasillo.
Cuando por vez primera cruces la calle sola
sabrás que el riesgo y la velocidad
perseguirán tus días para siempre.
No creas que, en el fondo, no soy un optimista;
si no lo fuera, entonces no estarías allí
cuidando que te cuide como debo.
Como ves, desconfío
de quienes no veneran el asombro
de estar aquí, ahora.
Existe la alegría, pero duele;
tendrás que conseguirla.
Y cuando la consigas tendrás miedo.
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