7.4.10

El tiempo de Tabucchi


La portada.


Les dejo un aparte de un cuento que conforma el libro El tiempo envejece deprisa de Antonio Tabucchi, traducido al español por Anagrama. El italiano es, sin lugar a dudas, uno de los mejores exponentes contemporáneos del relato.

EL CÍRCULO

«Le pregunté sobre aquellos tiempos en que éramos aún tan jóvenes, ingenuos, entusiastas, tontos, inexpertos. Algo de eso ha quedado, excepto la juventud, respondió.»

El viejo profesor se había interrumpido, tenía una expresión casi contrita, se había enjugado precipitadamente una lágrima que se le había asomado a una pestaña, se había dado un golpecito en la frente, como diciendo qué idiota, perdonen, se había aflojado el corbatín de aquel increíble color anaranjado y había dicho con su francés marcado por un fuerte acento alemán: les ruego que me disculpen, les ruego que me disculpen, se me había olvidado, el título del poema es «El viejo catedrático», de la gran poetisa polaca Wisława Szymborska, y en ese momento se había señalado a sí mismo, como queriendo indicar que el personaje de ese poema en cierto modo coincidía con él, después se había bebido otro calvados, más responsable de su conmoción que el poema, y se le había escapado una especie de sollozo, todos de pie, consolándolo: Wolfgang, no hagas eso, sigue leyendo, el viejo profesor se había sonado la nariz con un amplio pañuelo de cuadros: «Le pregunté por la fotografía», prosiguió con voz estentórea, «esa en el marco, sobre el escritorio. Fueron, pasaron. Mi hermano, mi primo, mi cuñada, mi esposa, mi hijita sobre las rodillas de mi esposa, el gato en los brazos de mi hijita, y un cerezo en flor, y sobre el cerezo un pájaro volador no identificado, respondió.»

El resto ya no lo había escuchado, o tal vez ya no quiso seguir escuchándolo, qué amable el viejo profesor del cantón de San Galo, los primos de San Galo son un poco paletos, eran palabras de la tía abuela oídas en alguna ocasión en la cocina, criaturas extrañas, son buena gente, pero viven en ese sitio tan aislado entre montes y lagos, en cambio quien le parecía delicioso a ella era el viejo profesor de San Galo, hasta había hecho fotocopias del poema que quiso leer en el brindis, qué delicadeza, y las había dejado a disposición de los invitados sobre la mesa ya puesta, entre el postre y los quesos, porque, según decía, ése era el mejor homenaje a la memoria del abuelo, «mi añorado e inolvidable hermano Josef, en cuyo lugar el Señor hubiera debido llamarme a mí».

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