El director de cine y guinista español Javier Rioyo nos habla sobre el oficio de edición, sobretodo del reconocido Chus Visor, "enemigo público" de, entre otros, Harold Alvarado Tenorio:
Hoy el editor, librero y atlético Chus Visor recibe un premio, homenaje o algo así, en la península de la Magdalena, en la Menéndez Pelayo. Ese lugar de Santander dónde durante República comenzaron los cursos de verano, que desde hace tiempo son la cara más saludable y envidiable de la universidad española. Hoy muchos amigos allí estarán "chusvisoreando". Yo no puedo. Me desquito, pero no me conformo, con estas palabras para Chus.
He tenido la suerte de chusvisorear bastantes tardes, algunas mañanas y muchas noches. Pienso seguir haciéndolo mientras la mano que mece nuestros vasos nos siga respondiendo. Me gusta chusvisorear, incluso sin beber. Hemos pasado la prueba de la amistad, hemos sabido chusvisorear en sobriedad y abstinencia. Y aquí seguimos. Así que pasen cuatro décadas. Tan contentos, tan cabreados, tan prosaicos, tan civiles, tan poéticos y tan resistentes. Al principio no fue fácil. Tuvimos que superar temporadas en infiernos varios. Y contra todo pronóstico vencimos. Hemos supervivido a dictaduras, dictablandas, incluso a algunos presidentes de gobiernos que presumían de leer poesía. No sólo los de festejos en El Escorial, también a otros que siempre parecen estar en Babia. Y es que muchas veces chusvisoreando nos entran ganas de decir: "A este le va a votar su puta madre...y yo".
Pero no nos apartemos del camino poético, que se note nuestra experiencia. Volvamos a Chus y su amistad. Su presencia, sus risas, sus silencios, sus cantes, su memoria me recuerda a aquello que decían de Federico García Lorca. Cuando estamos con Chus no hace ni frío, ni calor, ni Federico, hace Chusvisor. Me gusta ese clima. Me gusta chusvisorear varias veces por semana. Ahora, con esto de las lejanías vacacionales, le echamos de menos. Aunque para espantar ausencias algunas tardes nos escapamos al chiringuito de Amelia, a pie de la playa de Lapamán y, cuando se han ido los bañistas, un poco antes de ponerse el sol nos tomamos una Larios en compañía. Esa ginebra es la magdalena de Proust de los auténticos chusvisoreadores.
Las amistades no se compran en el mercado, ni juegan en la bolsa ni te tocan en una tómbola. Las amistades que merecen la pena te tienen que encontrar trabajando. Son un azar que requiere estar atentos, tener cierto olfato, no huir del riesgo y saber subirse en marcha a ese tren sin destino definido, un viaje inconcreto, esa feliz rareza que representa tener un amigo. La mayoría de las veces, como los sonetos, se nos escapan volando. Tuvimos suerte, supimos tomar el expreso chusvisor en la estación adecuada. La cosa empezó con un tipo duro llamado Jesús García Sánchez, después, y para siempre, simplemente Chus, que nos mantenía a distancia y en guardia, con esa manera de estar a la defensiva, de su continua pelea contra la estupidez, una aptitud muy suya que sólo se consigue con una sabia dosificación y una peculiar mezcla de boxeador descuidado y poeta atrabiliario. Tres virtudes que acompañan al personaje más allá que nunca se haya puesto guantes, ni escrito un poema ni sea atrabiliario. Pero tiene la esencia de esa mezcla de boxeador lírico y de pegador sentimental Nunca fue de simpático de librería, ni de amable vendedor en su caseta de Feria, ni de editor pelotilla, siempre le dio por pertenecer a unos raros, excéntricos, extravagantes, extravagarios tipos que permanecen empeñados a decir lo que piensan. Aunque circulen por la dirección contraria del pensamiento mayoritario. Sigue siendo un batallador pacífico contra el pensamiento único. Desde que nos conocemos mantiene una insólita forma de ser él mismo. No importa si está solo o rodeado de amigos, si está serio o sonriendo, es el dueño de una manera peculiar de estar en el mundo chusvisoreando.
Uno ya le tenía respeto y agradecimiento desde Rimbaud. Antes de Char, Joyce, Montale, Gramci, Pasolini, antes de todos aquellos libros que desde su negro exterior ayudaron a nuestros deseos de iluminaciones. El responsable de esa editorial que nos inoculó la poesía abierta, el librero que nos ayudó a encontrar lo que aún no sabíamos que buscábamos, ese chico listo de barrio, ese atlético por la gracia de los sin dios, este amigo sin realeza, con Madrid y repúblicas, con sed y cervezas, con coros y de solista, entre poetas y pelotas, ese mal cantante por todas las plazas y en cualquier barra, ese chino tan chamberilero, tierno con geta de duro, sentimental al que no le avergüenza mostrar en público lágrimas de amistad, el hombre menos cursi de un mundo de cursis, el amigo de tantas experiencias, el que supo llegar a los lugares propicios para la poesía, el dueño del club de los chusvisores, ese tipo es nuestro compañero de barra, compañero, que ya está en edad de celebraciones, de aniversarios, de abuelez, de premios y de estudios. Es un animal exótico, una cosa sin plumas, un mirón que da tabaco, un poeta sin poemas, un amigo sin gilipolleces. Presidente de la república de los chusvisores.
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