Un artículo del gran crítico Edmundo Paz Soldán, donde nos habla de Onetti. Vásquez, como siempre, con gran elocuencia, comenta el centenario del escritor uruguayo:
La semana pasada tuve la oportunidad de asistir a uno de los encuentros más originales de todos los que se han realizado este año para conmemorar el centenario de Juan Carlos Onetti. Un grupo de escritores, periodistas y críticos nos reunimos en el convento de San Benito, en Alcántara, una población extremeña a quince kilómetros de Portugal. ¿Onetti en el convento? Sí, se trataba de la sede de la fundación que auspiciaba el encuentro, pero no era motivo suficiente. El último día, sin embargo, conocimos la iglesia del convento, dejada a medias en el siglo XVI debido a que el rey requirió los servicios del arquitecto para la construcción del palacio de El Escorial, y entendimos que había algo de justicia poética en que estuviéramos allí celebrando al escritor uruguayo. Onetti era el gran escritor de los proyectos fallidos, y se hubiera sentido muy a gusto en ese convento majestuoso con una iglesia a medio hacer.
El escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez habló de Onetti como un adelantado. Recordó un artículo de García Márquez, publicado en 1954, en el que señalaba que Joyce, Woolf y Faulkner eran los escritores necesarios para la renovación de la literatura latinoamericana; el artículo no mencionaba que ya en la década del treinta Onetti los había leído y procesado. La renovación estaba en marcha sin que Gabo lo supiera, y se había iniciado en 1939 con la publicación de El pozo, primera novela de Onetti. A esto, el escritor uruguayo Rafael Courtoisie, uno de los que más sabe sobre Onetti -tiene anécdotas para todas las ocasiones--, añadió otras influencias en la obra del inventor de Santa María: Arlt y Dos Passos. Esas primeras influencias están en las novelas fallidas de esta época -Tiempo de abrazar y Tierra de nadie--, pero Dos Passos desaparecerá pronto para dar paso a Faulkner. Arlt, en cambio, seguirá presente, y será clave para que Onetti desarrolle ese estilo que Vargas Llosa llama "crapuloso" (el narrador insulta a los personajes con frecuencia y provoca al lector mostrándole lo más deleznable de la condición humana).
La grandeza de un escritor se mide por su capacidad de permitir lecturas disímiles de su obra. Los dos días en el convento mostraron que hoy son muchos los Onetti que interesan. El peruano Santiago Roncagliolo prefiere al escritor apolítico y antiépico, autor de textos intimistas y perversos como Los adioses; ese Onetti está presente hoy en películas como Whisky y La ciénaga. El chileno Carlos Franz articula una lectura político-económica y se queda con el Onetti de El astillero y Juntacadáveres, el de los fracasados sueños de progreso ("toda Latinoamérica como un gigantesco astillero astillado, en ruinas... La empresa de la modernidad la corrompemos o bien nos viene ya corrupta-como el prostíbulo de Juntacadáveres", ha escrito Franz en un brillante artículo sobre Santa María). Yo estuve alguna vez con el Onetti existencialista y nihilista de "Bienvenido, Bob" y "El infierno tan temido", y ahora me deslumbro con un autor tan contemporáneo que en 1950, con La vida breve, se anticipaba a todos esos escritores posmo que décadas después inventarían ficciones muy conscientes de ser ficciones (el publicista Brausen inventa en su cabeza la ciudad de Santa María y luego se va a vivir allí).
Courtuoisie recordó al autor mítico de las mil anécdotas; el que alguna vez, luego de leer un relato de Cortázar ("El perseguidor"), entró al baño del piso en el que vivía y rompió un espejo de un puñetazo; a Onetti le hubiera gustado escribir ese texto. Juan Cruz y Roncagliolo coincidieron: estar en Montevideo es como visitar una versión fantasmal de Santa María. Como en un cuento de Borges, las ficciones de Onetti se van imponiendo sobre la realidad, e incluso un convento español perdido en la frontera con Portugal nos remite a sus páginas.
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