Una crítica del libro "Vida de un escritor", la última obra de Gay Talese, por Juan Felipe Solano.
En apariencia Vida de un escritor es un título inapropiado para el último libro publicado por Gay Talese, un periodista libra por libra que se inició en la redacción de The New York Times a mediados de los años cincuenta, y que a lo largo de su carrera desarrolló increíbles manías como solo tomar notas en los cartones delgados que venían en los cuellos de sus camisas luego de enviarlas a la lavandería o imprimir sus artículos en letra pequeña, pegarlos en un tablero e ir a la esquina opuesta de su oficina y releerlos con binoculares.
Si el lector abre el libro en busca de esta clase de confesiones o de un recuento detallado de la vida de Talese después de los 16 años —su obra anterior, Unto the sons, reconstruye la historia de su familia hasta llegar a un adolescente hijo de un sastre de Calabria—, el desencanto aparecerá a las pocas páginas. Salvo por algunos pasajes en que el escritor decide hablar de la visita a la tierra de su padre que realizó cuando estaba en el ejército poco después de la Segunda Guerra Mundial o de su improvisado matrimonio en Roma, al que asistieron Federico Fellini y Marcelo Mastroianni, que por esa época rodaban La dolce vitta, las referencias a su vida privada son mínimas y en cierta medida se entiende el porqué. Su trabajo siempre se ha regido por una regla básica: evitar a toda costa ser el centro de una historia.
Talese por más que quisiera en esta obra, que en principio se concibió como tomo convencional de memorias, no pudo escapar al que ha sido su credo por largos años. “Me eduqué con la premisa de estar siempre afuera de la historia. Mi historia ha sido siempre la de otras personas”, dijo en una entrevista al Daily News a propósito de este libro. Por eso su título es tramposo si el lector quiere llenarse los bolsillos con un anecdotario del tipo Vivir para contarla. Entonces, ¿qué hace Gay Talese en casi setecientas páginas? El escritor se decidió por un arriesgado malabar en el que se despoja de su investidura de maestro del periodismo y entrega una lección de humildad. Vida de un escritor es un recuento de los artículos fallidos de Talese que, a través del ensayo y el error, nos permite descubrir la aceitada maquinaria que este hombre dispone cada vez que decide emprender un trabajo.
Así nos habla de su proyecto sobre un pequeño restaurante de Nueva York para el que tomó notas durante años enteros, un lugar único porque además de servir comida era “un centro terapéutico para actores desempleados alérgicos a la soledad; un centro de readaptación para maridos entre una esposa y otra; y un lugar de encuentro para hombres y mujeres que, a medida que se acercaba la noche, no estaban seguros de con quién querían cenar, o con quién querían acostarse después de cenar o si querían acostarse”. O el libro nunca publicado sobre un viejo depósito de la calle 63 en el que estaba grabada la historia entera de Nueva York y que iba a desaparecer de la misma manera que Willy Loman, el protagonista de Muerte de un viajante de Arthur Miller: “No debemos permitir que caiga en su tumba como un perro viejo. Atención, finalmente hay que prestarle atención”. O la reconstrucción del juicio a Lorena Bobbit —la responsable de las más famosa emasculación del siglo xx— y la búsqueda desesperada del miembro cercenado de su marido sobre la que escribió un artículo que fue rechazado por una joven editora del New Yorker con estas palabras: “He llegado a sentir que realmente deberíamos decirle adiós a esta saga peneana y encargarte algo más gratificante”. En todas estas empresas que terminaron en el fracaso se nos revela la importancia de Talese, quizá porque el mismo siempre ha sentido que la gloria se advierte en la oscuridad, en la manera de enfrentar la adversidad. Por esa razón Vida de un escritor habla más sobre las dificultades de la escritura y los otros que sobre el autor. Ese es su gran triunfo.
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