La excelente novela de Álvaro Enrigue Vidas perpendiculares pertenece a una -a muchas- tradiciones y hace gala de todas ellas. La situación inmediata oculta las tradiciones mediatizadas. Estamos en Lagos de Moreno, Jalisco, donde don Eusebio es panadero y casado con Mercedes, madre de Jerónimo, que será el centro de la narración. En Lagos se vive "entre la misa y las vacas" y se cree implícitamente en "la hegemonía cultural jalisciense". Capturado en "los parámetros del catolicismo militante mexicano de provincia", Jerónimo habla muy poco y pasa por retrasado. En realidad, posee el don del recuerdo. Su secreto es su memoria.
A partir de ello, de manera en apariencia sucesiva, Jerónimo nos conduce a sus múltiples "pasados". Ha sido un cazamonjes asesino, padrote y explotador de putas en el Nápoles español del siglo XVII. Ha sido una muchacha griega en la Palestina del siglo cero. Ha sido un brahmán hindú en un tiempo perdido. Y ha sido, sobre todo, vástago anónimo de una tribu sin nombre en la aurora del tiempo.
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