En Anagrama pasa algo curioso, a propósito del último Premio Herralde. El ganador ha recibido más críticas no tan entusiastas como el finalista Juan Franciso Ferré. Dicen en el diario ElPaís:
Hace cinco años, en estas mismas páginas, critiqué agriamente una novela de Juan Francisco Ferré. Se trataba de la para mí fallida La fiesta del asno. He vuelto a leerla y me sigue pareciendo fallida. Ahora leo Providence, finalista (¿y por qué no ganadora junto con la de Gutiérrez Aragón?) del Premio Herralde y tengo la sensación de haber leído una novela mayor, independientemente de que se comparta o no su soporte ideológico, una moral o no-ideología en sentido nietzscheano. No creo que se satisfaga la curiosidad de los lectores intentando resumir una trama tan milimétricamente fragmentada, con el espíritu que alienta toda una corriente narrativa actual, entre los cuales no es ajeno Fernández Mallo o los análisis literario-mediáticos de un Eloy Fernández Porta. Puede adelantarse que ésta es la historia de un cineasta español llamado Álex Franco. Es autor de una película que obtuvo alguna que otra crítica benevolente en Cannes, pero no la de un crítico de EL PAÍS. Ahora está en Providence, la ciudad en la que nació el maestro del terror H. P. Lovecraft. Antes ató un fáustico acuerdo con una mujer en Marraquech. En Estados Unidos se disparan todas las tramas posibles e imposibles con tal de que Álex Franco termine sus días como va a terminar. Esto lo sabremos en un genial diálogo entre dos mujeres en un ascensor, una secuencia que es imposible concebirla si no se tiene el talento narrativo que demuestra tener Ferré. Providence es una novela poliédrica. Voces directas e indirectas plasman la locura y la tenebrosidad de un mundo (pos-11-S) irrespirable, paranoico e irrealmente real. Juan Francisco Ferré ha diseñado un artefacto que desmitifica la nueva racionalidad virtual. Con una lengua literaria ágil: a la vez maliciosa, y llena de esa helada ironía que desplegaba el gran Nabokov. Novela de la totalidad en torno a una alienación de nuevo cuño, infinitamente más letal que la que pudo imaginar el mismísimo Marx. Providence tiene ese aire de posmodernidad lúcida que hallamos en V y El arco iris de la gravedad, de Thomas Pynchon. El nihilismo constructivo que ofrece la novela con mayúscula.
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