14.9.09

Nocturnos, de Ishiguro


Kazuo Ishiguro.

Siempre hay que acatar las recomendaciones de Rodrigo Fresán: pocas veces, por decirlo menos, se equivoca en sus apreciaciones en crítica de libros. A leer Nocturnos, de Kazuo Ishiguro. Dice Fresán:

La despiadada y muy graciosa columna de crítica/autopsia literaria The Digested Read –firmada por Jim Crace en The Guardian– ha sido particularmente cruel con Nocturnes de Kazuo Ishiguro. Allí, Crace muestra al autor nacido en Nagasaki, 1954, dispuesto a cambiar de dirección y estilo y pidiéndole ayuda a... Jeffrey Archer.

De lo que se ríe Crace –lo que critica Crace– es el estilo engañosamente sencillo y líquidamente escurridizo de Ishiguro definiendo una de las obras más extrañas y ambiguas de los últimos tiempos.

A saber: Ishiguro comenzó con dos novelas conveniente y rigurosamente “japonesas” (Pálida luz de las colinas de 1982) y (Un artista del mundo flotante de 1986), se consagró planetariamente con la novela very british Los restos del día (de 1989 y “registro” en el que su contemporáneo Ian McEwan ofrecería la también muy exitosa Expiación), desconcertó a todos con la en principio infravalorada y ahora admirada novela centroeuropea-vanguardista Los inconsolables (1995), mezcló un poco de todo lo anterior en el policial-freak Cuando fuimos huérfanos (2000) y volvió a maravillar y causar cierto pasmo con el thriller bio/sci-fi à la Ira Levin Nunca me abandones (2005). Todos y cada uno de ellos escritos, como siempre, con una prosa límpida, funcional y que más de uno no vacilaría en definir como “perfecta” y más de otro como “aséptica”, recordando a la de otro escritor en inglés raro y de radiaciones orientales: J. G. Ballard.

Prosa y sorpresa reinciden en Nocturnes –subtitulado “Cinco historias de música y anochecer”, concebido por el autor como un todo y no simplemente como una reunión de textos dispersos– donde, con la elegancia que lo caracteriza, Ishiguro propone cinco relatos sutilmente conectados por una melodiosa oscuridad y donde se repiten motivos y variaciones como si respondieran a un aria que está fuera del libro, en el lector.

El primero de los relatos –“Crooner”– narra la aventura de una serenata en góndola que une a un guitarrista de bar a la leyenda crepuscular de un viejo Sinatra de segunda dispuesto a regalarle a su amada un puñado de oldies y standarts de despedida.

“Come Rain or Come Shine” es casi un episodio de Friends o algo por el estilo: frenético ritmo de sitcom para los equívocos danzarines entre tres amigos de toda la vida que, de algún modo, comprenden que lo mejor sería ya no verse porque no pueden verse más.

“Malvern Hills” narra el retorno a la casita de los viejos y hermana de un frustrado rocker que no consiguió ser descubierto por las luces londinenses. Allí, en el campo, este joven vencido y amargado experimentará una epifanía bucólico/redentora en lo que casi casi puede leerse como una de esas melancólicas odas que Ray Davies escribió para The Kinks Are The Village Green Preservation Society.

“Nocturnes” nos reúne con la ahora ex mujer del viejo galán de “Crooner” y, otra vez, hay aquí mucho de splastick en la odisea insomne y hotelera de un joven y talentoso jazzman que se resigna a pasar por una cirugía plástica facial para poder triunfar.


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