En la célebre reunión de Lord Byron con los esposos Shelley y el doctor John Polidori en la mansión suiza Villa Diodati en el invierno europeo de 1816 se trazaron los esquemas de dos tipos del relato fantástico: el de vampiros y el ligado al terror de la muerte y la creación de la vida.
Es de todos conocido que en ese invierno especialmente prolongado del año 16, el extravagante lord de Byron desafío a sus invitados a escribir historias de fantasmas, como genéricamente se llamaba a lo que hoy denominaríamos historias de terror. Estas siempre han de estar relacionadas con la muerte. Se dice que Byron compuso entonces un fragmento basado en episodios de horror de ultratumba que circulaban por los Balcanes. Su amigo y médico personal John Polidori, más productivo, escribió un texto íntegro, "El vampiro", hoy inexorablemente citado cuando se hace cualquier genealogía del "Drácula", de Bram Stoker, y de la literatura vampírica o gótica en general. No sabemos qué hizo Percy B. Shelley, una de las mejores mentes de esa generación romántica, pero su esposa, Mary Wollstonecraft Godwin, de 18 años, imaginó la historia que, en el moderno género horror, es una de sus más altas cumbres, y sin duda la primera. Hubo que esperar hasta 1897, cuando Stoker publicó "Drácula", para tener las dos efigies populares del terror, sólidas garantías de éxito en cine o libro aún hoy. Mary Shelley imaginó al doctor Frankenstein y su blasfema creación. Específicamente, soñó, y probablemente esbozó, el capítulo en que el objeto de dar vida a la carne muerta mediante procedimientos científicos queda formulado. Había oído muy atentamente las conversaciones de su marido y Polidori acerca de los revolucionarios experimentos de un doctor Luigi Galvani, en Bolonia. Y adivinó un horror mayor que el de la tumba: el de la creación de la vida por mano del hombre. Una vida necesariamente artificial. Dos años después, en la universidad de Glasgow, el médico Andrew Ure maravilló a un auditorio popular aplicando corriente al nervio frénico izquierdo y al diafragma del cadáver de un ajusticiado en la horca. A medida que subía el voltaje, "se exhibieron las muecas más horribles... Rabia, horror, desesperación, angustia y sonrisas espantosas...", narró el propio Ure. La audiencia huyó. Se había descubierto el galvanismo. Es decir, el modo en que la electricidad interviene en los procesos orgánicos. Y muchos futuros alentaban allí.
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