En la revista Ñ del periódico bonaerense El clarín, sale hoy un titular de lo que para ellos, los argentinos, resultamos ser nosotros como narradores. Ah, se me olvidaba, ya no somos colombianos, somos simplemente "cafeteros":
En Colombia ya casi no queda rastro del realismo mágico, como si la guerrilla, o los paramilitares, o los narcos, o el ejército o cualquiera de los diversos grupos armados que pueblan el territorio hubieran exterminado esta corriente a tiros. Y como si, además, para que no quedara duda de su poder, se hubieran infiltrado ellos mismos en los argumentos de las nuevas novelas. Así, la violencia - en sus múltiples formas-es el rasgo común a los escritores que hoy cuentan en este país.
Un país con un público lector que compra libros pirata en los semáforos pero que no duda en pagar el equivalente a cuatro euros - un fortunón, aquí-para asistir a las mesas redondas que se celebran en sus festivales literarios, por ejemplo el Hay de Cartagena de Indias, o el que organiza la revista El Malpensante -un milagro dirigido por Andrés Hoyos- en Bogotá. Ahí precisamente, tomándose solitario una cerveza, encontramos al influyente crítico Luis Fernando Afanador, temido por todos los escritores del país, quien nos resume las tendencias que él ve: "Por un lado, la novela histórica, que dirige su mirada muchos siglos atrás, con Enrique Serrano o William Ospina. Por otro, la narcoliteratura, con Jorge Franco o Sergio Álvarez. Además, la aproximación directa a la violencia política de Héctor Abad Faciolince, Laura Restrepo o Evelio Rosero. O la revelación literario-histórica que ha supuesto Juan Gabriel Vásquez". Y, por supuesto, reverencia a los dos grandes maestros, los padres de todo, que viven en México: Gabriel García Márquez - que ya no escribe-y Fernando Vallejo, que publicó no hace mucho en Seix Barral La puta de Babilonia, inmisericorde alegato contra la Iglesia católica. Aunque hoy la más vendida es Ángela Becerra, cuya prosa romántica recibe a menudo las pullas de Afanador.
Tras hablar con varios autores, podríamos dividirlos de modo superficial en dos grupos. Por un lado, aquellos que - como Sergio Álvarezo Mario Mendoza-permanecen pegados al sustrato de la cultura popular, trabajan en la industria audiovisual y en seguida quieren llevárselo a uno a conocer "la Colombia real", compuesta, al parecer, de culebrones, canciones pegadizas, barrios rojos y una fascinación por el universo mafioso. Y, por otro, un perfil más europeo - como el de Héctor Abad o Juan Gabriel Vásquez-,en el que los escritores imparten clases, escuchan música clásica, compran en los mercadillos primeras ediciones de Balzac, saben escoger los vinos y son padres de familia respetables. Un personaje de Mendoza afirma: "Sólo aquellos que caminan por bordes peligrosos y eligen los límites como sus territorios cotidianos, sólo ellos sienten el verdadero estremecimiento de estar vivos". ¿Sirve para la propia Colombia?
El libro más interesante de Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958), traductor de Lampedusa o Calvino, entre otros, es El olvido que seremos "lo consideraban muy peligroso porque defendía la sanidad para todo el mundo"-asesinado por dos sicarios en 1987. Abad encontró en el bolsillo del muerto un papel con unos versos - que él atribuye a Borges, aunque la viuda Kodama lo niega-que empezaban diciendo: "Ya somos el olvido que seremos...". Veinte años tardó en poder exorcizar literariamente el dolor: "Creí que sería un libro privado, para mi familia, pero ha sido el mayor éxito comercial que he tenido", afirma sorprendido.
En la corriente histórica, el nombre del momento es William Ospina, de 55 años, que acaba de recibir el premio Rómulo Gallegos por El país de la canela, novela que reconstruye el descubrimiento del Amazonas. Ospina se ha propuesto invertir el discurso épico del conquistador español y dotar de orgullo propio a los latinoamericanos, reivindicando el mestizaje. "A los conquistadores - afirma-los empujaba la codicia, la avaricia y las leyendas que les aseguraban que en América encontrarían sirenas, centauros, gigantes, enanos y amazonas". El país de la canela es la segunda entrega de una trilogía sobre la conquista, iniciada con Ursúa
Dos de los autores con más éxito - y que adscribiríamos en una corriente popular de temática sexual-son Gustavo Bolívar (Girardot, 1966), autor de Sin tetas no hay paraíso - donde narra cómo las chicas de los barrios pobres usan su cuerpo para el ascenso social-y el volumen de supuesta autoayuda Los caballeros las prefieren brutas - subtitulado "Someta, manipule y tenga feliz a su hombre"-,desinhibido manual de peripecias sexuales escrito por la periodista Isabella Santo Domingo (Barranquilla, 1970). En este grupo podría estar Efraím Medina, autor de Técnicas de masturbación entre Batman y Robin.
Y, volviendo a la política/ violencia, Evelio Rosero (Bogotá, 1958) aborda en Los ejércitos "el conflicto" con depurado estilo. Como tantos, no realiza distinciones: "La guerrilla, los narcos, los paramilitares, el ejército..., todos son fatídicos, igual de tercos. En mis novelas no hay compromiso ideológico, sino reflejo de lo humano, como el protagonista de este libro, un jubilado que halla en la sensualidad de espiar a su vecina un aliento a su vejez, hasta que la violencia entra en su pueblo. Paso del sosiego a la acción extrema porque así es la vida, charlamos tranquilamente y ahora mismo puede caernos, de repente, una bomba ¿no?", comenta, con una inquietante sonrisa, en el vestíbulo de nuestro hotel.
(La Otra Orilla), la historia del español Pedro de Ursúa.
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