23.8.10

Premiaciones


Eduardo Cote Lamus.


Varias premiaciones nacionales se han dado en recientes fechas. Por un lado, se dió el fallo del Premio Nacional de Cuento Jorge Gaitán Durán y de poesía Eduardo Cote Lamus, así como los premios regionales de Norte de Santander, en el marco de la XXIII Feria del libro de Bogotá. También el ahora célebre Premio Ibraco, que otorga el Instituto de Cultura Brasil Colombia.

Los premios: Gaitán Durán: $8.000.000
Cote Lamus: $8.000.000
Ibraco: $ 4.000.000 y dos pasajes Bogotá - Sao Paulo - Bogotá

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Se dio a conocer el fallo del XII Concurso Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus y del XI Concurso Nacional de Cuento Jorge Gaitán Durán. El jurado en poesía, integrado por los escritores John Jairo Junieles, Miguel Iriarte y Ramón Illán Bacca dio como ganador al libro Los Últimos días de Robert J. O´Hara, del escritor caleño Julio Alberto Balcazar Centeno. El jurado en cuento, integrado por los escritores Roberto Burgos Cantor, Triunfo Arciniegas y Alonso Aristizabal otorgó el primer puesto al libro Cuento de Niños, del escritor antioqueño José Ignacio Escobar Vallejo.

Entre los asistentes se destacaron el senador Manuel Guillermo Mora; el Secretario de Cultura Departamental, Rafael Barriga Lemus; la delegada Fiscal en Bogotá, Marisol Forero Chávez; el director de la Biblioteca Pública Julio Pérez Ferrero, Julio García-Herreros; el tesorero de la Asociación de Escritores de Norte de Santander, Rodolfo Carrillo; el gerente del Centenario, Edwin Carrillo, entre otros.

El Secretario de Cultura departamental, Fernando Barriga, afirmó que “una vez más se ratifica el acompañamiento de nuestros coterráneos residentes en Bogotá en las iniciativas de la administración del gobernador Laguado, dando cuenta del arraigo cultural y sentido de pertenencia de nuestros representantes en la capital de país”.


En cuanto al Premio Ibraco, les dejo el cuento ganador, de Fernando Escobar Borrero:

“Después de notar que yo estaba simultáneamente feliz y lúcido, una conjunción no sólo rara sino imposible, ella también quiso sentir lo mismo”…

Al abrir los ojos de nuevo le preguntó si era su hija. Ella, con más ternura que impaciencia, le respondió que no, que era una simple mesera. ¿Por qué no me volviste a llamar, fue acaso por no haberte comprado el osito aquel, por el que babeaste la vitrina de Sears? No señor, no soy su hija, yo trabajo aquí. ¿Aquí dónde? En este restaurante, señor. Ah, es un restaurante. Sí señor, por eso estoy preguntándole desde hace unos minutos qué va a ordenar, pero usted tan solo me habla como si yo fuera su hija. ¿Y si eres mi hija por qué no me contaste que estabas trabajando en un restaurante? Yo te habría ayudado a que consiguieras un puesto en un barco de la flota mercante, ese sí es un trabajo para ti. Ella sonrió y permaneció unos segundos en silencio. Hagamos una cosa señor, usted espere aquí y yo le traeré un plato por cortesía de la casa. Está bien, y si ves a mi hija dile que me invitaron a almorzar, dile que me invitó una mujer hermosa, pero no le digas que trabaja en un restaurante porque ella no lo va a entender. Se lo diré señor, usted solo aguarde aquí y si quiere mire esta revista. Gracias… ¿Se casó el príncipe de Asturias? ¡Pero si el rey de España no tiene hijos todavía! ¡Señorita! Llévese esta revista, está llena de sandeces, no me gusta que se burlen de la monarquía aunque sea la española. Tranquilo señor, ya me llevo la revista y le traigo algo de comer. Señorita usted es un ángel, me recuerda a una hija que se fue a vivir a Hungría en un barco de la flota mercante pero ella nunca me escribe, es igual a usted sólo que no tiene un delantal en la cintura ni un lápiz en la oreja, ella es un poco más baja, es rubia y tiene cara de enanito de los que salen en los libros de fábulas. Le entiendo señor, solo déjeme traerle algo de comer y me sigue contando. Gracias hija. Mire señor aquí está su plato, el especial de la casa. ¿Yo pedí esto, hija? No, es un obsequio del restaurante para usted. Se ve bien, ¿aprendiste a hacerlo en Hungría? No señor es un plato típico santandereano, cabrito y yuca. Ah, ¿y por qué me llamas señor? Te da pena llamarme “papá”? Yo te llamo “hija”, Ingrid, y no me da pena. Espero que disfrute el plato señ… papá, lo preparé con cariño. Gracias señorita, me parece curioso que me llame papá, me recuerda a mi hija. Ella vive en Kassa, Hungría o al menos eso creo, hace tanto que no me escribe. ¿Por qué se fue su hija a Hungría, señor? Bueno, es una historia triste: mi hija encontró unas cartas que yo tenía guardadas bajo llave y descubrió que era adoptada. Tuve que contarle la verdad, que ella era húngara, hija de la dueña del restaurante al que yo iba cuando viví en Hungría, y que un día, durante el bombardeo maldito a Kassa, su madre murió y yo decidí traérmela a Colombia en un barco de la flota mercante y cuidarla como a mi propia hija. ¿Esto es yuca? Sí señor, y su hija ¿se fue buscando a su padre? ¿Qué? Que si su hija se fue hasta Hungría buscando a su verdadero padre. Sí, se fue y no sé si lo encontró y tampoco sé si me perdonó ¿Yo pedí yuca? La mesera lo miró con dulzura y se permitió acariciarle la cabeza, blanca de canas. Hace mucho no me consentías, Ingrid, se siente bien, aunque la yuca te quedó un poco blanda. Le traeré algo de beber, papá. En ese momento entró al restaurante una mujer rubia y de baja estatura. Se acercó al anciano y lo abrazó. Papá, me tenías preocupada, te he buscado por todas partes, por favor no te separes de mí cuando estemos haciendo compras. ¡Ingrid! ¡Volviste de Hungría! ¿Quieres yuca? No papá, ¿otra vez con eso? nunca he ido a Hungría, nunca te voy a dejar, termina y te llevaré a casa, toma, límpiate con esta servilleta. ¿Señorita me puede traer la cuenta de mi papá? Eh… sí señora, con mucho gusto. Muchas gracias por atenderlo, se me había perdido. Fue un gusto atenderlo, su papá es encantador, hasta luego señor, cuando quiera vuelva por aquí. No lo sé, la yuca estaba muy blanda y tengo que ir a botar algunas cosas que guardo bajo llave, pero usted me agradó se parece a alguien que conocí en Hungría - dijo sonriendo y tomando con fuerza la mano de la mesera. Después de notar que el viejo estaba simultáneamente feliz y lúcido, ella también quiso sentir lo mismo.

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