13.5.09

DELIRIOS


Delirios, publicada por Suramericana.

Delirios se llama la nueva novela de Marisa Grinstein, aquella que escribió mujeres asesinas, que luego se convirtió en un éxito televisivo. les dejo el capítulo titulado la Elegida:

Una tarde, Mónica M. caminaba por la calle cuando vio, pintadas en una pared, sus iniciales. Se acercó y estudió el dibujo de las dos letras eme entrelazadas, recortadas sobre un fondo de rayas, nombres y palabras sueltas. Muy inquieta, tomó un colectivo, volvió a su casa, se preparó una sopa de verduras y pensó en el significado oculto de su descubrimiento. Sus iniciales habían sido pintadas sobre la pared de un terreno baldío que estaba lejos de su barrio, en una zona que ella casi nunca frecuentaba. De inmediato descartó que pudiera tratarse de una simple casualidad.

Al día siguiente recibió a su hijo Luis, un abogado exitoso de treinta años que apenas soportaba a su madre aunque la visitaba religiosamente una vez por semana, comía con ella y le pasaba sobres con dinero. La mala relación entre los dos era una cuestión antigua. Mónica se había casado a los diecinueve años, tuvo a su hijo a los veinte y fue abandonada por su marido a los veintiuno. Cada vez que alguien le preguntaba por su vida, ella empezaba el relato de la misma manera. "Diecinueve, veinte y veintiuno. Ahí está todo." Y mientras hablaba, señalaba hacia adelante con el dedo índice estirado, como retando al destino por su crueldad extrema.

En realidad, Mónica siempre creyó que su esposo se había retirado de su vida porque no soportaba haber tenido un hijo con ella. A pesar de todo, el hombre le seguía pasando una mensualidad considerable y aparecía unas dos o tres veces por año para saludar a Luis y llevarle un regalo.

Cuando Luis empezó la escuela primaria, Mónica decidió que era un buen momento para salir al mundo, volver a trabajar y, si fuera posible, rehacer su vida sentimental.

Con lo que ahorraba de la mensualidad de su ex marido y una ayuda de su madre, puso un bazar con un anexo de artículos de decoración. Contrató una empleada para que la ayudara con la crianza de su hijo y se dedicó al negocio, que resultó mucho menos rentable de lo que ella suponía. Poco después, se enamoró de un proveedor de vajilla e inició una relación desesperada y pasional, que terminó de la misma manera que su matrimonio. Al proveedor le siguieron un profesor de gimnasia con dudas sobre su sexualidad, un florista y un arquitecto que, al final, resultó casado y con cinco hijos. Mientras tanto, el tiempo pasaba y, poco a poco, iba apartando a Mónica del mundo de la seducción y el romance.

Después de su seguidilla de fracasos, Mónica decidió que su vida afectiva estaba en ruinas y que no valía la pena reconstruirla. Se dedicó entonces a atosigar a su hijo con atenciones absurdas, creyendo así remontar los primeros años tortuosos de su maternidad. Como era lógico, Luis reaccionó de mala manera y rechazó cada uno de los gestos de amor maternal que iba recibiendo. Así se fue armando un entramado filial de conflictos y rencor que se profundizó con los años.

Para Mónica, las iniciales que había visto en esa pared podían marcar el comienzo de una etapa nueva y mejor en su vida. Era un presentimiento que podía hacerse realidad. Por eso, cuando al día siguiente recibió la visita de su hijo, verbalizó su optimismo y tanteó el terreno.

Mientras comían unas galletas, Mónica le preguntó si la veía distinta. Luis, asombrado, miró a su madre de arriba abajo y negó con la cabeza. Sin embargo, la misma pregunta lo alertó de que algo extraño estaba pasando. Le hizo a Mónica una serie de preguntas generales sobre su salud, sus finanzas y sus pocas amigas, y al final anunció que se le hacía tarde. Antes de irse sacó su billetera y agregó un par de billetes en el sobre que le tenía preparado.

Mónica, sola en su casa, sonrió. Efectivamente, los cambios en su vida empezaban a manifestarse. Su hijo, por primera vez en años, había demostrado una preocupación auténtica por ella.

Entusiasmada, se puso un saco y salió a caminar.

Su instinto le dijo que tenía que ir en dirección contraria a la de la pared en donde estaban sus iniciales. Después de caminar más de una hora, Mónica llegó a una plaza y, exhausta, se recostó en un banco. Cerró los ojos e hizo un balance benévolo de su vida. Se sentía en un estado de gracia, alerta a todos los indicios que podían revelarle que estaba por el buen camino. Dormitó unos minutos y de pronto, cuando abrió los ojos, se encontró con que un par de nubes habían formado sus iniciales justo encima de su cabeza. Sin poder creer lo que estaba viendo, se incorporó, se refregó los ojos y volvió a mirar. Efectivamente, sus iniciales estaban en el cielo, sin ningún lugar a dudas. Su alegría fue tan intensa que sintió que le faltaba el aire. Una mujer de unos setenta años pasó caminando frente a ella y Mónica no pudo contenerse.

Se le acercó, exultante, y le dijo que viera esas dos nubes del cielo que dibujaban dos letras eme. La mujer la miró a los ojos, asustada, mientras Mónica señalaba hacia arriba para ayudarla a localizar el fenómeno.

La mujer alzó los ojos al cielo, los bajó, clavó la vista en el suelo y, sin decir una palabra, se fue caminando rápido.

A Mónica no le importó la actitud asustadiza de la mujer. Era un detalle menor. Lo importante era que sus iniciales habían vuelto a aparecer de la nada. Y esta vez, estaban escritas en el cielo, lo cual indicaba que algo poderoso iba a suceder.

No tuvo que pensar demasiado: estaba en presencia de un mensaje divino. Volvió a mirar al cielo. Las letras ya no estaban. Mónica sonrió. Había abierto los ojos en el momento justo para ver el milagro. MM.

Dos veces MM. Dios le quería decir algo. Ahora le tocaba a ella interpretar el mensaje. Los siguientes diez días, Mónica estuvo encerrada en su casa, casi sin salir, analizando la situación. Una mañana de lluvia, sin embargo, tuvo un impulso decisivo: tenía que ir hasta la pared en donde vio sus iniciales por primera vez y luego, a la plaza. Algo le decía que era necesario hacer ese recorrido. Tomó un colectivo que la dejó junto al paredón inicial. Volvió a estudiar sus iniciales, ya desdibujadas por otros grafitis y otras letras. Las tocó y se hizo la señal de la cruz. De allí fue caminando a su casa y siguió de largo, ya muy cansada y con dolor en las piernas, hasta llegar a la plaza donde las nubes habían formado, aquella vez, las dos emes. Como llovía y el cielo estaba totalmente gris, no había posibilidades de volver a ver sus iniciales, pero a Mónica eso no le importaba en lo más mínimo. Había caminado de un lado al otro, atravesando varios barrios, y había contado las cuadras: 165. Más de dieciséis kilómetros.

Cansada, se quedó en el banco de la plaza, con el paraguas abierto, mirando la lluvia. Volvió a su casa y se dispuso a empezar otra fase de su vida. Una fase que podía estar llena de luz y sabiduría.

Todavía mojada por la lluvia, Mónica se precipitó a la biblioteca y buscó un ejemplar de la Biblia que le había regalado su madre. Ahí, en ese libro sagrado, tenía que estar la respuesta a todo. Apenas lo encontró, Mónica se preparó un té y fue a la cocina a leer. Estuvo leyendo hasta la mañana siguiente, cuando, agotada, se quedó dormida con la cabeza apoyada en la mesa.

Cuando se despertó, decidió que nunca más abandonaría la instrucción religiosa y que haría los mayores esfuerzos para entender los mecanismos secretos de la vida espiritual.

Empezó a frecuentar iglesias católicas y a pedir entrevistas individuales con los sacerdotes, hasta que conoció a Iván, un cura croata que había venido a la Argentina en los años noventa, que le habló de las apariciones de la Virgen en un pueblo de Bosnia llamado Medjugorje. Al parecer, la virgen en cuestión se había presentado ante unos adolescentes y les había hablado, con total claridad, trasmitiendo su mensaje. Lo extraño era que sus visitas a los vecinos de Medjugorje se repetían sin cesar, e incluso una de las adolescentes, que veía y escuchaba a la Virgen, aseguraba haberse encontrado con ella todos los días durante años y años.

El cura le pasó un papel muy gastado en donde se podía leer uno de los sermones de la Virgen. Mónica guardó el papel con emoción y luego lo copió docenas de veces para repartirlo por la calle: "Mensaje de Nuestra Señora María Reina de la Paz, del 25 de junio de 1991, décimo aniversario de las Apariciones. ¡Queridos hijos! Hoy, en este grandioso día que ustedes me han regalado, Yo deseo bendecirlos a todos y decirles: Estos días, mientras Yo estoy con ustedes, son días de gloria. Yo deseo instruirlos y ayudarlos a caminar en el camino de la santidad. Hay muchas personas que no desean entender mis mensajes y aceptar con serenidad lo que Yo estoy diciendo. Yo por eso los llamo y les pido que con sus ideas y con su diario vivir den testimonio de mi presencia. Si ustedes oran, Dios los ayudará a descubrir la verdadera razón de mi venida. Por eso, hijitos, oren y lean las Sagradas Escrituras, de tal manera que en medio de mi venida, Ustedes descubran en las Sagradas Escrituras el mensaje para Ustedes".

Mónica estaba deslumbrada. Había conseguido una estampita con la imagen de la Virgen de Medjugorje y no se separaba de ella. Leía la Biblia con obstinación y fe, y le pedía a la Virgen "ayuda para poder ayudar". Poco después empezó un ayuno total para poder limpiar su cuerpo y, de esa manera, facilitar la apertura de su espíritu. Ya en el tercer día de ayuno empezó a sufrir caídas de presión, mareos y taquicardia. Sin embargo, se sentía pura y liviana. Le faltaba concentración para abocarse al estudio de las Sagradas Escrituras, pero sí era capaz de pasar horas en una contemplación muda de la imagen de la Virgen. En su mente resonaban también las palabras del mensaje que tantas veces ella había copiado en papeles para repartir. Había una frase que la obsesionaba: "... con su diario vivir den testimonio de mi presencia". Mónica se dijo que, a partir de su encuentro con la Virgen de Bosnia, tenía que generar un vuelco fundamental en su vida y ayudar al mundo a difundir el mensaje. Al quinto día de ayuno tuvo su primera revelación.

Estaba casi dormida cuando escuchó una voz serena y femenina. Supo que se trataba de la Virgen. Y le estaba anunciando que Dios (a quien la Virgen mencionaba directamente como El) la había elegido a ella, Mónica M., para ser su representante en la Tierra. De pronto, la voz estuvo acompañada por una luz muy brillante, y de la luz surgió la Virgen, vestida con una túnica blanca y sandalias franciscanas. La Virgen se sentó en el suelo y le encomendó una tarea. Dios ("El") se le aparecería, pero antes ella tendría que tejer una alfombra que uniera la pared donde habían aparecido sus iniciales, y la plaza donde se habían formado las nubes con la doble eme, pasando por su casa. La alfombra tenía que ser de un material purísimo, y en esta Tierra lo más puro eran las velas blancas. (...)

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