14.12.09

Nabokov según Martín Amís


Nabokov a la defensiva...

El lenguaje lleva una doble vida... y lo mismo le ocurre al novelista. Uno charla con la familia y los amigos, atiende su correspondencia, considera menús y listas de compras, observa signos viales y cosas por el estilo. Después, uno va a su estudio, donde el lenguaje existe de una forma muy diferente... como materia basada en el artificio. Casi todos los escritores, me parece, estarían de acuerdo con la reminiscencia que Vladimir Nabokov (1899-1977) consignó en 1974:

... Consideré a París, con sus días grisáceos y sus noches color carbón, tan sólo como un marco oportuno para los más auténticos y fieles deleites de mi vida: la frase colorida que irrumpía en mi cabeza bajo la llovizna, la página en blanco bajo la lámpara de mi escritorio que me esperaba en mi humilde hogar.

Bien, el deleite creativo es auténtico, sin embargo no es fiel (como casi toda la galería completa de las mujeres ficcionales de Nabokov, el deleite creativo, al final, es sádicamente voluble).

Escribir sigue siendo una tarea muy interesante, pero el destino, o el "malhadado Hado", como lo llama Humbert Humbert, también ha dispuesto un castigo muy interesante. Los escritores tienen una doble vida. Y también mueren dos veces. Ése es el sucio secretito de la literatura moderna. Los escritores mueren dos veces: una vez cuando muere el cuerpo y otra vez cuando muere su talento.

Nabokov había compuesto The Original of Laura, o lo que tenemos del libro, contra el reloj que marcaba su sentencia (una serie de espantosas caídas, después infecciones hospitalarias, después un colapso bronquial). No es "una novela en fragmentos", tal como afirma la cubierta: es inmediatamente reconocible como un cuento largo que se debate por convertirse en novela corta. En esta suntuosa edición, cada página par está en blanco y cada página impar reproduce el manuscrito de Nabokov, con su letra vigorosa y su frágil ortografía ("bycyle", "stomack", "surprize" por bicycle, stomach, surprise), más el texto tipográfico (e infestado de corchetes). Me atrevo a decir que es lindo ver de cerca esas fichas mundialmente famosas, pero en realidad hay muy pocas cosas en Laura... que quedan resonando en la mente. "Los sordos ruidos y estallidos de la aurora habían empezado a sobresaltar la fría ciudad brumosa": en esto escuchamos un eco de la música nabokoviana. Y en lo que sigue atisbamos el cómico e intrépido desdén nabokoviano por nuestra "abyecta corporalidad":

Aborrezco mi vientre, ese baúl lleno de tripas que tengo que cargar conmigo, y todo lo relacionado con él... la comida equivocada, la acidez, el peso plomizo de la constipación, o si no la indigestión con una primera cuota de caliente inmundicia que mana de mí en un baño público...

Por lo demás y en general, Laura... se encuentra a mitad de camino entre la larva y la crisálida (por emplear una metáfora lepidopterológica), y muy lejos de su imago final.

Aparte de una celebratoria acogida de interés en la obra, lo único que conseguirá esto, me temo, es una leve exacerbación de algo que ya es un problema infernal. Es infernal, para mí, porque no cedo ante nadie en mi amor por este enorme genio, extraordinariamente inspirador. Y sin embargo, Nabokov, en su decadencia, obliga incluso a su lector más entusiasta a encarnar el tipo de crítico que él mismo más despreciaba: el vulgar piadoso, "el maligno hurón interesado en lo humano", es decir, el filisteo. No hay casi nada en Laura... que califique como un tema (es decir, como un motivo estructural o al menos recurrente). Pero sí advertimos la aparición de un cierto Hubert H. Hubert (un maloliente inglés que se babea sobre la cama de una preadolescente), advertimos a la vampiresa de 24 años con pechos de 12 años ("el guiño de pálidos pezones y formas firmes"), y también advertimos el febril sueño sobre un amor juvenil ("su pequeño trasero, tan terso, tan luz de luna"). En otras palabras, Laura... se une a El hechicero (1939), Lolita (1955), Ada o el ardor (1970), Cosas transparentes (1972) y ¡Mira los arlequines! (1974) porque resulta imposible ignorar que se vincula con la expoliación sexual de chicas muy jóvenes.

Seis obras narrativas: seis obras narrativas, dos o tal vez tres de las cuales son espectaculares obras maestras. Ustedes admitirán, espero, que el problema infernal es al menos nabokoviano en su complejidad y su cualidad de espinoso. Porque ningún ser humano de la historia del mundo ha hecho tantos para recrear la crueldad, la violencia y la funesta sordidez de este crimen particular. El problema, que acaba por ser estético y no del todo moral, tiene que ver con la íntima malicia de la edad.

La palabra que queremos no es el término legal "pedofilia", que de todas maneras se traduce engañosamente como "cariño por los niños". La palabra que queremos es "ninfolepsia", que no significa exactamente lo que uno cree. Significa "frenesí causado por el deseo de lo inalcanzable" y mi Concise Oxford Dictionary la cataloga correctamente como literaria. Como tal, la ninfolepsia es un tema legítimo y de hecho, casi inevitable para este talento tan singular. "El estilo de Nabokov es en realidad amoroso -observó lúcidamente John Updike-, anhela aferrar una diáfana exactitud entre sus brazos velludos." Sin embargo, en la última etapa de Nabokov, la ninfolepsia se derrumba en su etimología: "del griego numpholeptos, ´secuestrado por ninfas´, a la manera de la epilepsia"; "del griego epilepsia, de epilambanein, ´acceso, ataque´".

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