8.3.10

Vallejo y la Muerte


El "mexicano" Fernando Vallejo.


A Julio César Londoño le encanta leer Fernando Vallejo. Es un "vallejiano" por excelencia. A mí no me desilusiona, pero tampoco me hace ver el mundo diferente cuando lo leo. Su enfrentamiento ahora es con la intrusa, con la Muerte. María Paulina Ortíz le hace una entrevista en México D.F:

Este viernes entrará en librerías 'El don de la vida', la nueva novela de Fernando Vallejo, en la que el escritor entabla un diálogo rabioso y franco con la muerte. Hace algunos años visité a Fernando Vallejo en su apartamento de Ciudad de México (y lo más seguro es que él no lo recuerde). Un par de horas antes me había presentado por teléfono como periodista para pedirle una entrevista. Aún recuerdo cada una de sus palabras al otro lado de la línea, con esa voz suya, delgadita, frágil:

-Venga a mi casa y hablamos, pero sin que publique nada -respondió-. Y agregó: Si quiere decir algo de mí en Colombia, diga que me morí.

La muerte y Fernando Vallejo han caminado juntos desde hace tiempo. La muerte, como protagonista de su literatura. En su nueva novela, El don de la vida (editada por Alfaguara), Vallejo -o el personaje de la historia, que puede no ser él, vaya a saberse- entabla un diálogo con la Muerte (así, en mayúsculas). Sentados en una banca del parque Bolívar, de Medellín, los dos pasan las horas completando un largo listado de personas fallecidas y compartiendo opiniones sobre muchos temas, como si fueran unos viejos compadres. La Iglesia, el sexo, la política, la familia, el idioma, Medellín, Colombia, la vejez, el pasado. El Vallejo de siempre, igual de rabioso, igual de franco, aparecen en este libro que, sin embargo, está escrito en una forma que hacía rato no empleaba el autor antioqueño: el diálogo.
Y así comienza:

"-¿Quién tiene la verga más grande en este bar de maricas? -pregunté al entrar todo borracho y me trajeron a un muchacho".
Vallejo de siempre, qué decir.

Aquí dejó el monólogo. ¿Se siente cómodo escribiendo en diálogo?
"Para mí lo más fácil es poner a hablar a los personajes: lo aprendí prestándole atención a la gente y escribiendo guiones de cine. Por lo demás, mis libros nunca han sido monólogos; en varios de ellos hay diálogos míos con un juez, con un psiquiatra, con un cura... Y continuas interpelaciones al lector. En Entre fantasmas le dicto párrafos enteros, que le voy corrigiendo, a un amanuense".

El protagonista conversa con la muerte y entre los dos casi no hay puntos opuestos. ¿No habría sido más tentador dialogar
con la vida? ¿Debatir con ella?

"Yo no tengo nada qué debatir con la vida. Lo único que quiero es salir de ella".

Vallejo responde corto, conciso. Lo prefiere así, dice, para que no salgan editadas sus palabras.

¿Y cuándo vamos a encontrarnos con un Vallejo que no defienda la muerte? Difícil. "...Menos la Muerte, que vive y queda, todo se muere y pasa. Pero al final de cuentas la Muerte no es tan mala, es una buena mujer. Consuela al triste, reivindica al pobre, cura al masturbador, duerme al insomne, pone a descansar al cansado...", se lee en la página 144.

Lo que se echa de menos en este libro son las historias con sus abuelos, sus palabras de amor por ellos. Aquí incluso se queja de su abuela por haber dado a luz...

"Traer hijos a este mundo es el crimen máximo. Con todo y lo que quise a mi abuela, cada día que pasa se lo perdono menos. ¡Qué tenía que meterse esa santa mujer en semejantes porquerías!".
Y por ahí dice también que lleva años acostándose con Colombia... ¿Se trata acaso de una reconciliación o, por lo menos, de un deseo de reconciliarse?

"Nada de eso. Puro sexo. A mi peor enemigo le perdono lo que sea si está bueno y se acuesta conmigo".

Colombia, claro, no sale bien librada en este libro. De ahí que aparezcan frases como estas: "... ¡Y cuál patria, a ver, de cuál hablamos! ¿De Colombia? Colombia es un matadero, el campo mejor minado para la Muerte".

Al terminar la novela uno puede pensar que el don de la vida para Vallejo es poder morirse. ¿El título del libro termina por ser una ironía?

"Sí, es un título irónico. La vida es una desgracia. Entiendo la muerte como un alivio".

"La lengua española se putió", escribe. ¿Tan malo ve el estado actual de nuestro idioma?

"La lengua española perdió toda su expresividad y su gracia, y hoy no es más que un pobre adefesio anglizado. Ojalá que se acabe también. Total, ya ha durado mil años. ¿Qué más quieren?"

Ha afirmado que no lee un libro desde hace 25 años. ¿Qué libros quedan en su biblioteca?

"¿Libros? Un diccionario viejo de la Real Academia y párele de contar".

Pocos se salvan en las páginas de El don de la vida. De Jorge Luis Borges, Vallejo escribe que "...era un güevon y todos lo saben.
¡Pero quién le da patadas a un ciego!". De García Márquez aparece, por ejemplo: "No debe ser 'El amor en los tiempos del cólera'. Debe ser: 'Amor en tiempos de cólera'. Sobran 'el', 'los' y el artículo 'el' de la contracción 'del'. ¡Qué hombre estúpido el de semejante título! Un güevón inflado".

Vallejo, acostumbrado como está, dispara palabras contra Bolívar, contra el Papa de hoy y el de antes, contra los liberales y los godos, contra Dios, contra la presidenta argentina Cristina de Kirchner, contra Hugo Chávez, contra los pobres, los ricos... Y cómo iban a faltar, también contra el presidente Álvaro Uribe y el procurador Alejandro Órdoñez. Vallejo escribe: "(...) Lo que a mí me pasa a mí me pasa y no me animo a generalizar por un simple principio de honestidad que es del que carecen este presidentucho liliputiense y bellaco y su procurador vándalo Alejandro Ordóñez".

¿No cree que incluir nombres tan coyunturales, tan locales, reduce el vuelo que pueda tener una novela?

"No sólo le reduce el vuelo: la empuerca. ¡Pero qué importa! Entre la porquería andamos".

Uno siente que sus novelas son el resultado de manuscritos salidos de un jirón y sin barreras. ¿En su trabajo hay mucha revisión, mucha reescritura?

"Ninguna. No releo lo que escribo. Por eso los libros míos están llenos de repeticiones y contradicciones. Pero así los dejo. No les cambio ni una coma. Lo que sí no me quedan es lo suficientemente caóticos para que me reflejen a mí".

¿Qué le genera un libro cuando lo termina? ¿Qué siente hoy por 'El don de la vida', por ejemplo?

"Para mí terminar un libro es como una eyaculación de diez minutos en ralentí, fantástica, 'inmarcesible', como diría Núñez".

A finales del año pasado usted dijo que esta sería su última novela.
¿Es su despedida de la novela como género o de la escritura en general?

"No: es simplemente el tercer libro que escribo sobre mi muerte. A ver si logro escribir el cuarto. Entre fantasmas y La Rambla paralela no me quedaron bien. Ni este tampoco. Con mi muerte soy exigentísimo. Espero escribir siquiera cinco más sobre este mismo tema a ver si le atino".

¿Es decir que en 'El don de la vida' no está todo lo que quiso decirle a la muerte?

"No, todavía no acabo, me da para varios libros más, empecinados, repetitivos, rabiosos".

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