31.8.09

El estreno de Morábito


El poeta Fabio Morábito.

Conocí a este ilustre poeta mexicano el año pasado, en el festival internacional de poesía de Bogotá. Ahora me entero, con gran entusiasmo, que se estrena como novelista. Aunque ya tiene algunos textos publicados de relatos, realmente podremos leerlo en este nuevo ambiente. Aquí la información en la revista Ñ:
En cualquier ensayo, entrevista o reseña sobre un escritor nacido en Egipto, de padres italianos, criado en Milán hasta los trece años y emigrado a México con sus progenitores, la pregunta por los ancestros, las influencias literarias y la adaptación a otra lengua, es inevitable, o al menos forma parte de una presentación. A la vez, no deja de haber en esa accidentada biografía un plus seductor en tanto las rarezas toponímicas van acompañadas de singularidad literaria y del cultivo celoso de distintos géneros. Casi no existen casos probados –sobran casos imaginarios– de escritores que se hayan destacado en cada género que tientan. Fabio Morábito empezó publicando poesía –Lotes baldíos (1984)– y más tarde avanzó con su primer volumen de cuentos, La lenta furia (1989) –reeditado por Eterna Cadencia. Después de publicar otros dos libros de cuentos y ver sus tres libros de poesía reunidos en un volumen del Fondo de Cultura Económica, acabó su primera novela, Emilio, los chistes y la muerte. El espesor de sus personajes, las texturas sentimentales y la naturalidad del tempo narrativo, remiten a la mejor literatura italiana del siglo XX, de Svevo a Calvino, pasando por Moravia. A la vez, el asunto del libro es excepcional y sumamente frágil: el pasaje a la madurez, o la fascinación pura de la inmadurez en ese confín de las ciudades –y de las edades– que es un cementerio.

Emilio, un joven de doce años, visita el cementerio periódicamente, con su juguete-amuleto –un detector de chistes–, y memoriza los nombres de las tumbas. Su disciplina es solitaria y continua, como la de un escritor. Espera encontrar entre las lápidas su nombre, y así detener la progresión mnemotécnica que amenaza su infancia. Pero no halla su nombre, si no a una mujer de cuarenta años, que le deja flores a su hijo muerto, y con quien Emilio sigue encontrándose durante semanas, entuertos familiares de por medio. Cada cita es distinta a la anterior y de a poco se perfila una relación sentimental que Morábito, gracias al narrador distanciado que elige y gracias al refinado humor, tiene el mérito de no desglosar demasiado, no obstruir con digresiones ni regodeos paródicos. Sobre todo, tiene el tacto de enfrentar a su personaje a las últimas percepciones de la infancia y transformarlo, cada tanto, en un ángel caído: un adulto comprimido en el cuerpo de un niño. Por qué y cómo Morábito se decidió, después de los cincuenta años, a avanzar con su primera novela, es un enigma que él mismo despeja al hablar del origen de su relato.

-No estaba particularmente interesado en escribir una novela. La historia nació con visos de cuento infantil, pues lo primero que se me ocurrió fue ese detector de chistes con el que el protagonista, Emilio, inspecciona el entorno de su nuevo barrio. En seguida apareció el cementerio y, junto con él, Eurídice, la masajista de cuarenta años que acaba de perder a su único hijo y que visita el cementerio una vez a la semana. Tan pronto como ella y Emilio se encuentran y se ponen a hablar, supe que había dado con una historia larga, de corte muy distinto al que había imaginado. Con todo, aun cuando me quedó claro que traía entre manos una novela, no quise suprimir el detector de chistes, y creo que fue una buena decisión.

No hay comentarios: