20.8.09

¿Leer los clásicos en el colegio?


José Eustasio Rivera.

Si alguien hiciera un examen de comprensión de lectura a los maestros, pidiendo que redactaran una sinopsis del párrafo siguiente, posiblemente muchos sacarían mala nota.

Pensativo, junto a las linfas, demoraba el "garzón soldado", de rojo quepis, heroica altura y marcial talante, cuyo ancho pico es prolongado como una espada; y a su alrededor revoloteaba el mundo babélico de zancudas y palmípedas, desde la "corocora" lacre, que humillaría al ibis, hasta la azul cerceta de dorado moño y el pato ilusionante de color rosa, que en el rosicler del alba llanera tiñe sus plumas. Y por encima de ese alado tumulto volvía a girar la corona eucarística de garzas, se despetalaba sobre la ciénaga, y mi espíritu sentíase deslumbrado, como en los días de su candor, al evocar las hostias divinas, los coros angelicales, los cirios inmaculados.

No quiero decir con esto que los maestros sean ignorantes o incapaces. Lo que quiero dejar de manifiesto es lo críptico del texto y lo difícil de interpretar, aún para lectores avezados y con amplio vocabulario.

Este párrafo, que a tantos nos deja pensativos por lo distante, lo inexpugnable, hace parte de una de las más difundidas lecturas escolares obligatorias en el país: La Vorágine, de José Eustasio Rivera. Algunos profesores defenderán la imposición de este libro con el argumento de que es indispensable conocer a los autores colombianos. Otros mencionarán el tema de la cultura general que parte de lo nacional. Unos, los menos informados, insistirán en que es el Ministerio el que insiste en mantener a La Vorágine dentro del curriculum escolar.

Paso a paso

Unos y otros olvidan que la formación de lectores, capaces de bucear e interpretar textos como el anterior, sólo se consigue a través de un proceso profundo, continúo y paso a paso, partiendo de nanas y arrullos, juegos de palabras, poesía, narraciones orales, álbumes ilustrados, cuentos y cortas novelas muy lineales en el tiempo. Saltarse estas etapas casi con seguridad conlleva a la pérdida de lectores que un día logren dar el salto a textos más complejos, ricos en vocabulario, urdimbres en el tiempo y en el espacio así como personajes multifacéticos.

Infortunadamente muchos jóvenes llegan a la lectura obligatoria de José Eustasio Rivera y de otros autores de siglos pasados, como Jorge Isaacs y su inefable María, sin las fortalezas y habilidades que les permiten no sólo leer sino entender y disfrutar de sus obras. No en vano las trampas para pasar los exámenes se multiplican y se mantienen de generación en generación, como si quienes actualmente son profesores hubieran olvidado las penurias por las que tuvieron que pasar cuando ellos mismos eran estudiantes de bachillerato.

Si queremos que los jóvenes lean no sólo literatura clásica sino que se enfrenten a diversidad de escritos, debemos comenzar por formarlos como lectores, no importa que tengan 15 o 16 años, partiendo de las narraciones lineales y elementales. Aún así, debemos saber que muchas veces ni siquiera quienes han vivido un buen proceso se interesarán en los clásicos y que, como lectores autónomos, con criterio personal, harán elecciones como mejor les convenga. Es cierto que los clásicos hacen parte de un bagaje de la humanidad que enriquece a quien los lee, pero es igualmente válido hacerlo con otras lecturas.

Camisa de once varas

Los jóvenes, por naturaleza, se niegan a vestir camisas de once varas (¿qué significa este antiguo dicho?), es decir a dejarse encasillar en patrones y recetas. Necesitan demostrar que tienen el espíritu, la capacidad y la necesidad de cambiar el mundo. Nada de lo que tratemos de imponerles parece ser aceptado por ellos. Manoseadas frases como "es por tu bien", "algún día lo agradecerás", "debes conocer a los clásicos para tener una buena cultura" son escuchadas con olímpico desprecio cada vez que intentamos hacerlos leer.

Si además de la naturaleza rebelde de los jóvenes y de su con frecuencia débil proceso lector, pretendemos que lean aquellos textos de autores que cuentan una historia pasada, con un lenguaje, unas estructuras y unos elementos que poco tienen que ver con la actualidad, estaremos enfrascados en una lucha sin ningún ganador. Ni ellos leerán ni nosotros cumpliremos con nuestro propósito de introducirlos en la cultura de los libros.

Recurrir entonces a "camisas más cómodas", sin la tirantez de las once varas, para atraerlos, podría ayudarlos a crecer como lectores, a madurar como críticos, a disfrutar sin obligatoriedad. Ninguna fórmula mágica se ha inventado todavía. Pero algunas estrategias pueden funcionar si las utilizamos de cuando en cuando: poemas de amor con estético contenido erótico, narraciones que provengan de la tradición oral, cómics (género despreciado por los más dogmáticos), noveletas juveniles con temáticas muy contemporáneas, que aunque no suelen ser verdaderas obras literarias si ayudan a empujar procesos en su debido momento y en su debida medida.

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