24.8.09

Negra, muy negra...


La novela negra.

Encaramados al árbol de la ciencia, convengamos en que la novela y el cine negros, como la energía, ni se crean ni se destruyen, únicamente se transforman. Pueden pasar los años, y hasta los siglos, pero los párrafos y los planos, las páginas y las secuencias con un detective, una trama intensa, sibilina, vertiginosa y endiablada, y, cómo no, algún cadáver dentro, siguen distrayendo y seduciendo a lectores y cinéfilos de todas las latitudes. Los propios Spade y Marlowe, como Hammett, Chandler y Cain, más o menos han ido pasando a la historia (en una página principal, rebosante de humo, de aromas de café y whisky, de pistolas humeantes, de mujeres fatales y letales, y frases que cortan el hipo: «Tienes una moneda donde las demás mujeres tienen un corazón», Sterling Hayden dixit en «Atraco perfecto»). Pero otros siguieron tras la huella del crimen, James Ellroy, Chester Himes, Patricia Highsmith, Camillery… o el escocés Ian Rankin, que tras jubilar (o finiquitar literariamente) hace un par de temporadas a su problemático inspector Rebus, ha engendrado a un tal Malcolm Fox, mucho más respetuoso de las leyes y más moderado con la ingesta.
Pasan las décadas, inauguramos nuevo millennium, pero el cine y la novela negros, como el sueño de Chandler, Hawks, Bogart y Bacall, se antojan eternos. Tanto como las películas del propio Hawks, Huston, Welles, Siodmak, Tourneur, Walsh, Preminger… cuyas pesquisas (que tanto le debieron al cine europeo, al expresionismo, a los claroscuros), luego siguieron Scorsese, Coppola y sus padrinos, Truffaut, Chabrol, Tarantino, Harry el de Clint, y hasta por poner un ejemplo bastante reciente y conmovedor, el Eastwood de «Mystic River».
Policías y ladrones
El cine y la novela negra nacieron más o menos en los años 20 y 30 (aunque policías y ladrones literarios siempre los hubo), tiempos de depresión, de ley seca, tiempos del hampa, de polis y políticos corruptos. Las cosas, desgraciadamente, no han cambiado tanto. Ahora las teorías de la conspiración («Expediente X» no deja de ser otro brillante ejercicio noir, pero con marciano dentro), las tramas económicas, las conexiones con grupos fascistas que operan más o menos en la sombra, las sectas, las grandes y arcanas corporaciones, los chalados que van reventando colegios o hamburgueserías han tomado el relevo de aquellos tipos con sombrero y una pipa (y no de las de fumar) bajo el brazo. Por si el género negro necesitaba un empujón (que no lo necesita, sólo entre enero y marzo de este año se habían vendido en España más de un millón y medio de libros considerados como de serie negra) llegó «Millennium». Tres eran tres los hijos más o menos negros de Stieg Larsson: «Los hombres que no amaban a las mujeres», «La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina», y «La princesa en el castillo de las corrientes de aire». La primera ya ha sido llevada al cine y se ha convertido en la pantalla grande en idéntico éxito al del papel. Y para el 16 de octubre se espera el estreno en España de la segunda de la saga, que no hace falta ser profeta para vaticinar que arrollará en taquilla como ya lo hizo en la caja de las librerías. De hecho, ahora mismo, en plena canícula, las tres novelas de Larsson siguen siendo las más vendidas entre nosotros. Sin duda, la saga de «Millennium» ha sido el doctor que le ha inyectado al género sus penúltimas y más sustanciosas y populares dosis de actualidad. Décadas después, «Millennium», literaria y cinematográficamente, se cuela por las ventanas que de par en par abrieron «El halcón maltés», «Laura», «La dalia azul», «La senda tenebrosa», «El tercer hombre», «El último refugio», «La jungla de asfalto», «Atraco perfecto»…

No hay comentarios: