13.11.09

El guionista


Charlie Kaufman. Hey, quiero una corbata de esas!!!

Daniel Kozak hace una reflexión acerca de ese oficio tan poco reconocido de otra especie de escritores: los guionistas:
Lo llaman el gurú del guión, y es tan célebre que el guionis­ta Charlie Kaufman lo con­virtió en personaje. Robert McKee es ese tipo mala onda, interpreta­do por Brian Cox, que le grita a Nicholas Cage en la escena de la clase de guión en El ladrón de or­quídeas. McKee estuvo en Buenos Aires con el seminario con el que viaja por el mundo desde hace 25 años y dialogó con Ñ sobre el lu­gar del guión en el cine. Detrás del concepto de autor cinematográfi­co, señala, hay un equívoco que derivó en un profundo desprecio por la escritura de guiones.

El tema es casi tan viejo como el cine, y ha sido objeto de innu­merables polémicas. El lugar del guión es complejo: es el punto de partida de una película, pero no es en sí mismo una obra. En los 50, los redactores de Cahiers du Cinéma impulsaron la política de los autores . El realizador pasó a ser el verdadero autor, capaz de expre­sarse con estilo propio, como un escritor con su pluma. Pero esta noción, aún vigente, también dio lugar a una distorsión que con­denó a los realizadores a escribir sus guiones para ser considerados autores.

"En la época de oro del cine eu­ropeo, del neorrealismo italiano a la nouvelle vague francesa, la belle­za de las películas se basaba en los guiones. Detrás de muchas obras neorrealistas hay un gran escri­tor que nadie conoce porque no dirigía: Cesare Zavattini", señala McKee. Y observa que directores como François Truffaut o Ingmar Bergman eran, además, talentosos guionistas. "Ellos entendían que sin una buena idea, expresada de una forma bella en una historia, no importaba lo que pudieran hacer como directores, porque el estilo no es la sustancia. Pero los críticos creían que la personalidad del director y el modo en que fil­maba y componía eran las marcas autorales, no veían el trabajo del director como la interpretación de una historia. Y el resultado fue el desprecio por los guiones".

Esta interpretación de la teo­ría del autor derivó en la idea de que, para ser considerado un au­tor, el director tiene que escribir él mismo el guión. Pero ni Alfred Hitchcock ni John Ford escribían sus guiones y nadie dudaría en considerarlos autores. En el cine argentino surgido en los noventa, esta confusión es frecuente. Hay directores que son también talen­tosos guionistas. McKee mencio­na a Lucrecia Martel y a Fabián Bielinsky. Pero hay otros que no, e igual escriben sus guiones con resultados dispares. Pablo Solarz y Patricio Vega son guionistas pro­fesionales de esa generación. Los dos coinciden en que hay un cier­to recelo por la autoría. "Un buen director de cine de autor participa del proceso del guión y dirige al guionista desde que empieza a tra­bajar. No necesita ser el autor del guión, es el autor de la película", observa Solarz, guionista de Histo­rias mínimas y Un novio para mi mujer . "En el cine de autor se le tiene miedo al guionista, como si al sumar un guionista se resignara autoría, identidad o particularidad. Y es al revés: un guionista puede ayudar a que un director se luzca más", señala Vega, que dirige la escuela El laboratorio de guiónMúsica en espera o La señal.

Para McKee, escribir y dirigir son talentos distintos. "Cuando los directores intentan escribir, a veces surgen grandes problemas, porque dirigir es un arte interpre­tativo. El director de cine es como el director de orquesta, dirige la música compuesta por otro. Y los buenos directores de orquesta no siempre son buenos composito­res. Muchos directores ni siquie­ra quieren escribir, pero lo hacen porque creen que si no, no serán considerados autores".

Una de las consecuencias de este equívoco es la precariedad laboral de los guionistas. Fuera de la televisión, donde la produc­ción seriada ofrece condiciones de trabajo más estables, la situación del guionista de cine en Argentina es bastante aleatoria. Puede ser el autor de un guión original, adap­tar una obra, colaborar con otro guionista o con un director. Pero son pocos los guionistas de cine que escriben de manera regular. Aída Bortnik, guionista de La his­toria oficial , y Fernando Castets, coguionista de varias películas de Juan José Campanella, son dos de los más reconocidos. La escritura para cine suele ser una actividad episódica, desempeñada por guio­nistas de televisión o por escrito­res, como Marcelo Birmajer. "El espacio para la escritura profesio­nal de guiones es restringido por el tiempo y por el presupuesto que se asigna, y eso se nota en los re­sultados", observa Solarz.

Para mejorar estas condiciones, un grupo de guionistas creó hace dos meses el Círculo de Guionis­tas Cinematográficos. Es que la falta de reconocimiento se refleja incluso a nivel institucional. Un ejemplo: el espacio para guionis­ tas en los comités del INCAA que seleccionan lo que se va a filmar, está ocupado hoy por guionistas-directores de una asociación de directores, y no por representan­tes de la asociación que nuclea a los autores.

Para pensar la cuestión del guión, hay que distinguir entre esos dos momentos que son el cine clásico y el cine moderno. El cine clásico comprende la produc­ción de los estudios desde el inicio del sonoro hasta fines de los años cincuenta, y se caracteriza por un relato que sigue las reglas del tea­tro clásico, con una concepción de los personajes cercana a la de las novelas del siglo XIX. El cine mo­derno nace con Ciudadano Kane , de Orson Welles, y el neorrealis­mo italiano en la década del cua­renta, y continúa con la nouvelle vague . En el relato moderno, la concepción del personaje y de su relación con el mundo cambia.

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