27.11.09

Los periodistas literarios


La portada.

Jorge Pinzón hace una retrospectiva del libro Los periodistas literarios, del escritor Norman Sims. Recomendado de la semana.

Que la no ficción no está condenada a ser un género narrativo de segundo orden lo confirman los trece reportajes de largo aliento que el cronista y profesor norteamericano de periodismo literario Norman Sims reunió en esta famosa antología publicada por primera vez en 1984 y reeditada hace pocos meses en español. En manos de auténticos maestros de la reportería, de la inmersión, de la palabra y de la estructura, la no ficción resulta un verdadero deleite literario cuya materia prima no es otra que la realidad del ser humano, sus circunstancias y su voz. Así de sencillo y así de complejo. Se necesita un Richard Rhodes, un Tom Wolfe o una Joan Didion para llevar el lenguaje periodístico donde sólo cuentistas y novelistas han logrado penetrar, de maneras efectistas pero eternas, el misterio de la belleza esculpida en prosa.

Si algo han tenido en común los mejores periodistas literarios de todas las lenguas, pero en especial los anglosajones, desde mediados del siglo XX hasta los difíciles días que atraviesa el periodismo del presente, ha sido, además de la sensibilidad tradicionalmente reservada a los literatos, la persistencia a la hora de enfrentarse, días y noches, meses enteros e incluso años, a los dramas y las rutinas de sus personajes de carne y hueso. Por obra de la persistencia es que los relatos de este libro, escritos por hombres y mujeres cultivados entre libros, calles y salas de redacción, y publicados en prestigiosas revistas como Esquire y The New Yorker, nos cuentan realidades contundentes, y no burdas novelerías disfrazadas de periodismo.

De persistencia tuvo que armarse durante dieciséis meses el reportero del New Yorker Mark Singer para conseguir que, poco a poco, tanto las historias íntimas de “Los entusiastas de los juzgados” de Brooklyn como el tono y la voz del texto se le fueran revelando. Persistencia la del gran aventurero texano Richard West, quien a lo largo de un mes de rigurosa reportería se ganó la confianza de propietarios, empleados y clientes del célebre restaurante neoyorquino 21, cuya historia de puertas para adentro West se dio a la tarea de diseccionar en el soberbio reportaje “El Poder del 21”, publicado inicialmente en la revista New York.

Inmersión es otra palabra clave. A la inmersión recurrió el escritor Mark Kramer para comprender las tragedias y la frialdad médica alrededor de las cirugías de cáncer. Alcanzó tal grado de inmersión, que llegó a creer que padecía la enfermedad. “Hay que meterse dentro del asunto para hacer que casen las piezas”. Son palabras de John McPhee citadas por Sims en el prólogo.
A diferencia de las voces planas y sin matices de los periodistas del montón, incapaces de ver más allá de la chiva diaria, la voz del periodista literario es humana, innovadora y de ninguna manera institucional. La suya es una voz que se alimenta de otras voces. Así como su mirada se alimenta de otras miradas.

En autores del kilometraje de John McPhee, Sara Davidson y Ron Rosenbaum, por mencionar apenas tres de los “elegidos” en la selección de Norman Sims, conviven el olfato, la exactitud y el trabajo de campo del reportero, con la pericia técnica y el andamiaje lingüístico del novelista. Y es ahí, en ese punto de confluencia, donde se produce “el arte del reportaje personal”, como fue subtitulado el libro.

Aunque es bastante seductora la nómina de especialistas en el arte de valerse de la mirada aguda para producir piezas reveladoras de la cotidianidad de seres comunes y corrientes, mentiría si dijera que este pollo no tiene presa mala. O mejor, a mi juicio tiene una que otra presa regular. Pero, en general, el resultado es bellamente imperfecto. Que cada cual haga su top 5, ó 6, ó 10, con los mejores reportajes del libro.

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