18.1.10

Shakespeare, por Bill Bryson


La portada.

El mito, la leyenda, el alma y hasta la propia sangre de Shakespeare se desnudan en el libro de Bill Bryson, acerca de dramaturgo inglés. En Babelia muestran un rastro de la obra:
Al margen de sus gigantescas obras, Shakespeare puede ser sorprendente. Mucha gente ignora que es parcialmente responsable, Dios le perdone, de la carrera cinematográfica de Schwarzenegger -su agente inventó que había sido un gran actor shakespeariano en su Austria natal: ¡hay que ver cuánto hay de Hamlet en personajes tan reflexivos como Conan y Terminator!-; que inventó la palabra fair play o que en una función particularmente intensa de Otelo durante la guerra civil estadounidense un soldado, arrastrado emocionalmente por el argumento, mató a tiros al actor que hacía de Yago. Lo más insólito, sin embargo, del gran William es lo poco que se sabe a ciencia cierta de su vida. Y lo mucho, muchísimo, que, por contradictorio que parezca, se ha escrito acerca de ella. Para explorar esa curiosa paradoja del bardo ("siempre presente y ausente, como un electrón literario"), y para conducirnos, con amenidad y humor, tras su huidizo rastro, nadie como Bill Bryson, el escritor curioso por excelencia (recuérdense sus libros de viajes y su Una breve historia de casi todo), capaz de sacarle punta a la expedición de Bougier y La Condamine a Perú -"el viaje científico menos cordial de la historia"- o de emocionarse hasta lo indecible al contemplar un equidna. Pese a su (de nuevo) brevedad, este simpatiquísimo y esclarecedor Shakespeare, pleno de observaciones desopilantes (Jacobo I, anota, no dejaba de juguetear con su bragueta) y datos curiosos (en las obras del escritor isabelino los personajes hablan del amor en 2.259 ocasiones y hay 401 referencias a las orejas), merece ocupar un lugar destacado junto a los títulos de referencia de Jan Kott, Harold Bloom o Frank Kermode y el imprescindible Exit, pursued by a bear, de Louise McConnell.

Bryson inicia su pesquisa con el análisis de las supuestas imágenes del escritor, empezando por el famoso Retrato Chandos (el del pendiente en la oreja izquierda), de "serena desfachatez" ("no es exactamente el tipo de individuo a quien uno le confiaría la mujer", señala). Para su estupefacción, y la nuestra, resulta que en realidad no podemos estar seguros de cómo era Shakespeare, a pesar de que reconocemos su imagen en cuanto la vemos. De hecho, subraya Bryson, son muy poquitas las cosas que sabemos a ciencia cierta del autor de Hamlet; exagerando (pero no mucho) podría decirse que apenas esto: nació en Stratford-upon-Avon, tuvo una familia allí, viajó a Londres, se convirtió en actor y autor, regresó a Stratford, hizo un testamento y murió. Los datos que aporta Bryson dejan estupefacto: Shakespeare dejó casi un millón de palabras de texto, pero sólo se conservan 14 de ellas de su puño y letra (entre ellas, seis firmas). Es tanto lo que se ignora de él, que da grima: ni siquiera con certeza la grafía correcta de su apellido, así que para qué hablar de su sexualidad.

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