14.4.09

MI HERENCIA DE KANT


Estatua de Kant en la ciudad alemana de Kônigsberg.

Hace poco encontré olvidado entre un polvoriento anaquel de alguna biblioteca bogotana La Crítica de la Razón Pura, la obra maestra de Emmanuel Kant. Inmediatamente me pregunté, ¿y que pasó con Kant? ¿Qué ha sido de aquel pensamiento revolucionario aún hoy día, donde nos planteaba una estética trascendental y las ilusiones de la razón? Repasé en ese momento entre diez y doce páginas (debo decir que lo había leído todo hace algunos años, y para ser sincero, no recordaba casi en absoluto su temática, o su dialéctica, o su semántica), y volví a rememorar todo lo que originó semejante obra en mi vida. A pesar de mi inmadurez filosófica, descubrí el fundamento de sus sofismas, conjeturas y demás “periplos” adaptándolos al aquí y al ahora. Sus argumentos de aquella época no son necesarios aplicarlos a este nuevo mundo de tecnología sin cerebro porque él está en todo lado y no nos damos por enterados. Por ejemplo, cuando vemos el grado de humanismo que tienen unos ojos azules, ahí está Kant; cuando sentimos ancho el cuerpo al intuir un gran chaparrón, ahí está Kant; al ver cómo La Tierra, a posteriori, va dejando rastros de tristeza y desconsuelo por nuestro desatinado maltrato, ahí está Kant. Este pensamiento tan íntimo no es una disyuntiva irracional, en palabras del prusiano. Es más bien una interpretación de su legado, ya que nos sometemos a una actitud de expectativa sin poder adelantarnos a la experiencia de conocer cada sensación del hombre.

Sin embargo, parece ser que doscientos y tantos años después de publicada su primera edición, Kritik der reinen Vernunft ya ni critica, ni razona, y menos es pura. Al ver el polvo entre las cubiertas y las hojas ajadas, me hizo pensar que nadie le había leído nunca en esa biblioteca, ni siquiera los encargados. La cintilla de clasificación estaba más que desgastada, no necesariamente por los miles de lectores consumados a ese universo metafísico, sino por el paso de los años y la humedad del sitio. Ninguna anotación en ninguna página, o una hoja arrancada de algún individuo que, a priori, se la lleva entre los bolsillos para tirarla luego sin mayor importancia, o por lo menos un rayón, o un punto, nada. Eso si fue un prodigioso milagro. Siempre en los libros de estos recintos del saber no falta el resaltador subrayando la idea que resulta ser la más vaga. En este libro en particular nada de eso, hasta llegué a extrañar el color fucsia o el verde aceituna entre sus líneas.

Ni para que hablar entonces de la Kritik der praktischen Vernunft , o la Crítica de la Razón Práctica. Ni siquiera la encontré entre esos anaqueles de filosofía. Ahora que lo medito, quizá fue lo mejor, porque para este siglo XXI, resultaría menos práctica que la primera.

2 comentarios:

Rodrigo Bastidas dijo...

A mí me ocurre exactamente lo contrario que a ti. He visto que actualmente Kant es leído y seguido por muchísimos estudiantes universitarios. Me sorprende el conocimiento que ellos manejan respecto a la estética (y obviamente a la ética) trascendental. Dentro de uno de mis cursos, hago a mis estudiantes leer "la paz perpétua" y dicho texto funciona muy bien y es aceptado por los estudiantes con agrado (incluso alegría). En épocas de neesidades de imperativo categóricos, Kant renace con más fuerza. Me parece que el señor que nunca salió de su pueblo natal, ahora cruza con más fuerza las fronteras y cuestiona justamente a aquellos que más necesitan cuestionamientos: aquellos que estamos en formación.

BLOGGER dijo...

Vos tenés razón, en parte. Hae una semana en un colectivo iban dos alumnos leyendo a Kant, no prcisamente la criticas de la razón pura, sino su libro de La religión dentro de los límites de la mera razón. Alcancé a ver su título rotulado, y me sorprendió. Sé que los universitarios lo leen con frecuencia, por eso me lo pregunté, porqué nadie lo había leido en aquella biblioteca? cosa rara...
Un abrazo.