18.4.09

UN CUENTO DE EDUARDO HALFON


Eduardo Halfón, el tartamudo.

El guatemalteco Eduardo Halfón, Bogotá39, ha publicado un nuevo libro, que en este caso comprende narraciones hiperbreves. La obra se titula "Elocuencias de un tartamudo". Según su propio autor “es una serie de acercamientos breves y accidentados -como los de un tartamudo- a la elocuencia de la vida. O algo así.”

Los dejo con uno de estos microrelatos.
EL AUSENTE

El alemán nos dejó dos tarros fríos sobre la barra. Le agradecimos y brindamos en silencio y tomamos el primer sorbo espumoso y tibio. Parecía eterno un solo de Frampton.

“Llegó en coma,” me dijo él y se llevó el cigarro a la boca y abrió muy grande los ojos mientras inhalaba y a mí me dio la impresión de que tanto humo le estaba hinchando la cabeza.

“¿Qué edad tenía?” le pregunté.

“Diez años. Doce, a lo sumo.”

Bajo un viejo y gastado sudadero gris, seguía uniformado en su traje celeste de médico.

“Revisamos a la niña y no tenía nada. Ningún golpe. Ninguna lesión interna. La presión arterial normal. Es decir, físicamente estaba bien. Pero en coma.”

El alemán hablaba con la camarera. Atrás de nosotros, en una mesa del fondo, se manoseaba una pareja mayor y acaso prohibida. Me quedé viendo la colección inútil de acetatos.

“Hasta que unas horas después apareció en el hospital el papá de la niña y nos contó la historia.”

Entraron dos jóvenes y se ubicaron de pie en la barra, al lado de nosotros.

“A la niña, de muy niña, la abandona su mamá.”

Uno de los jóvenes le gritó al alemán que querían tequila, que reposado. El alemán, de espaldas mientras ordenaba o ajustaba la música, lo ignoró.

“Para proteger a la niña le dicen que su mamá ha fallecido en un accidente de carro, y la niña entonces crece creyendo que su mamá está muerta.”

La camarera les sirvió dos tequilas a los jóvenes. Ellos brindaron con escándalo.

“Y un día, después de tantos años, la mamá de pronto se aparece y saluda a su hija como si nada. La niña allí mismo entra en estado de shock. Y así la recibimos nosotros en el Roosevelt.”

Empezó una vieja y suave canción de Pink Floyd.

“La niña estuvo en coma tres semanas.”

Fumó un par de veces con los ojos inflamados y las cejas arqueadas hasta que percibió que no había más tabaco en su cigarro y aplastó la colilla en un cenicero.

“Hoy murió.”

El alemán había apagado la música. Estaba golpeando un cencerro de bronce y gritándole enfurecido a los dos jóvenes que se largaran inmediatamente de su bar.

“Como que no saben leer inglés,” me susurró el doctor, encendiendo otro cigarro y señalando con una enorme sonrisa el rótulo colgado sobre el equipo de sonido: “No Fucking Requests.”

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