9.2.10

Bayly, el cojo, el loco


Bayly vomitador.


El controvertido escritor presentador periodista y ahora precandidato presidencial, Jaime Bayly, comenta para El país que "Lima siempre me está vomitando personajes desdichados". Yo le diría que le faltó nombrar a Bogotá, que tiene, más que personajes, personas desdichadas. Siempre me divierte en su programa, que graba en esta ciudad. Dice la nota:

Jaime Bayly (Lima, 1965) vive entre los hoteles y los aeropuertos. Todos los fines de semana vuela de Bogotá a Lima, donde presenta El francotirador, un programa de entrevistas, por el que pasan señoras que viven de enseñar las piernas, roqueros o políticos. "Grabo el domingo, veo a mis hijas y me gano un dinerillo", cuenta el escritor en conversación telefónica. Se ha acostumbrado a esa rutina viajera. Lo ha hecho durante años. "Escribo mucho en los aeropuertos, cuando hay un vuelo demorado, y trabajo en los aviones, lo que parecería un tiempo perdido, para mí es útil". Hasta julio del pasado año su vida era aún más complicada, el vuelo semanal transcurría entre Lima y Miami (casi cinco horas de avión), pero aquello acabó cuando cumplió el contrato. "El dueño y la gerente de la cadena, cubanos ambos, no veían bien que tuviera libertad de expresión. En muchos canales se han acostumbrado a que los periodistas sean títeres que leen el telepromter", añade. Así que aceptó la oferta de la cadena colombiana RCN, que emite 24 horas y en la que comenta a lo largo de la semana los hechos más pintorescos y las declaraciones más cantinflescas: "No trato de ser neutral, tomo partido y digo ciertas cosas destempladas, algo a medio camino entre el periodismo y el humor".

Desde la habitación del hotel donde se aloja en Bogotá, un Bayly recién amanecido habla sobre su nueva obra, El cojo y el loco (Alfaguara), en la que narra la vida de dos personajes patibularios que nacieron jodidos porque sus padres no los querían, uno más de esos casos en los que la falta de cariño genera monstruos afectivos. "En la novela no hay nada parecido al amor, es sórdida, violenta, decadente y, al final del cuento, se trata de una obra sobre dos vidas trágicas y jodidas por la imbecilidad de sus progenitores". El cojo y el loco no tiene mucho que ver con el resto de su narrativa. A diferencia de otras novelas, basadas en su propia biografía o en las que ha recreado ciertas experiencias en las que siempre hay un personaje que parece ser su álter ego, Bayly no se encuentra entre sus páginas ni los protagonistas son reales. "Uno siempre va robando pedazos de información de la realidad para luego armar el rompecabezas, pero he de reconocer que sólo una idea iluminó esta novela: conocía a un tartamudo que parecía loco pero que, en realidad, estaba más cuerdo que todos nosotros; como nadie lo entendía, decidió que no quería ser él y quemó todos los papeles que pudieran demostrar quién era y desapareció. Esa imagen me resultó fascinante y a partir de ahí empecé a desarrollar la historia".

En las primeras páginas de la novela se anuncia una declaración de principios: "El cojo llegó a Londres con una lección aprendida y bien aprendida: el mundo se dividía entre quienes rompían el culo y quienes tenían el culo roto". Naturalmente, el autor suscribe esa división maniquea y escatológica de su personaje. "Gabo alguna vez dijo que el mundo se dividía entre los que cagan bien y cagan mal, y yo pensé en una reinterpretación de esa frase", dice. "Sentí que era una novela que tenía que escribirse así, con esa procacidad y con ese nivel de violencia verbal, porque todo es brutal en la historia, el abuso del que ellos son víctimas de niños y las venganzas que se cobran; no sería verosímil que hablaran como dandis".

La sordidez que desprenden las páginas se ha buscado a conciencia, desde la señora que quiere atender a un herido y, a la pregunta de si necesita algo, éste le responde: "Sí, por favor, si no le molesta, necesito que me la chupe", hasta párrafos como el siguiente: "El cura del pueblo era un astro 'mamándola de rodillas' y en misa de seis, cuando el cojo irrumpe con la moto en la capilla, el sacerdote que oficia pierde la concentración y la entrega al altísimo porque no pudo evitar que sus ojos se posaran sobre ese machazo musculoso que entraba en la iglesia con dos pistolas y un buen par de cojones".

Como en la mayor parte de su narrativa, el blanco de sus críticas sigue siendo la sociedad limeña: clasista, intolerante y católica. "¡No lo puedo evitar! Sigo pensando que mucha de la gente más poderosa es infinitamente estúpida para tratar a los más débiles o a los que son diferentes. Esto lo he visto mucho en mi familia y en otras encopetadas de Lima donde todo tiene que ser muy perfecto, muy casto y pudoroso, y si te sale un hijo marica o cojo, entonces lo escondes en el cuarto de servicio. Eso no resulta inverosímil en la Lima de los cincuenta, que es la que recreo en la novela, pero tampoco en la de ahora. No asocio la ciudad con la felicidad, en mi literatura Lima siempre me está vomitando personajes desdichados".

Hace 15 años, cuando aterrizó en Madrid para presentar No se lo digas a nadie, su primera novela, con la que se ganó una merecida fama de transgresor, se quejaba porque en las calles de Miraflores le llamaban Joaquín, como el protagonista de la obra, a modo de insulto. Pero algo ha cambiado. "Ahora los limeños son más tolerantes con las minorías sexuales y, en mi caso, la gente se muestra más cariñosa, aunque en cierta prensa sensacionalista sí es normal que hagan escarnio y ridiculicen al gay. En esto los jóvenes vienen sin esa carga venenosa del prejuicio". No se lo digas a nadie fue mucho más que un éxito literario: "Me cambió la vida, porque supuso una salida del armario, literariamente y personalmente. Con esa obra me atreví a ser un escritor y hubo muchas, muchas presiones para que no se publicara y, de verdad, cuando la leo ahora me avergüenzo un poco de escenas sexualmente muy explícitas, pero ésa era la novela que yo tenía que escribir en ese momento y el mérito es que fui fiel a mis demonios y a mis obsesiones". Bayly ha mejorado también su relación con los amigos. No con los que se sintieron traicionados por lo que contó sobre su homosexualidad y su relación con las drogas. "La gente a veces lee cosas que ni siquiera has escrito. Todo se confunde, se entremezcla y se vuelve borroso, pero confieso que, a veces, ya no sé qué es lo que he contado o si lo escrito ocurrió o me lo inventé", añade.

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