Lina Vargas, de la Revista Arcadia, presenta un artículo bastante interesante de lo que será el FIT Bogotá, ahora sin Fanny Mickey. Lo que será será:
Son las 2:30 de la tarde. Manuel José Álvarez acaba de almorzar y por eso, antes que el tinto, pide una hamaca. Es el director de programación del XII Festival Iberoamericano de Teatro que se realizará en Bogotá entre el 19 de marzo y el 4 de abril. El tinto –que sí llega– da paso a una larga conversación sobre lo que será el Festival este año. Él, que define su gusto como ecléctico, se va por Metamorfosis, una obra islandesa que, en efecto, se trata de la mañana en que Gregor Samsa se levantó convertido en un monstruoso insecto. En el piso de abajo está la familia Samsa, como si nada. Arriba, el actor que interpreta a Gregor, Gísli Örn Gardarsson, hace gala de su formación de mimo y gimnasta y retuerce sus patas. La ecléctica selección de Álvarez lo lleva de Metamorfosis a Rain, presentada por el circo canadiense Éloize. En Rain, 11 artistas campean el cielo con sorprendentes acrobacias, mientras la iluminación recrea efectos de lluvia. La obra ha conmovido a cientos de espectadores alrededor del mundo. El circo Éloize da pie a Álvarez para hablar de Fanny Mikey. Fanny lloró cuando vio la obra e inmediatamente hizo gestiones para traerla a Colombia. Rain quedó confirmada antes de que Fanny muriera, en agosto del año pasado. “Claro que su muerte afectó a la organización –dice Álvarez–, ella está presente en todas nuestras decisiones”. Su imagen estará, desde la noche de la inauguración, convertida en una marioneta de seis metros en la Plaza de Bolívar.
El tercer lugar en la lista lo ocupa la compañía Gecko que, aunque es londinense, trae al Festival la adaptación de un relato ruso: El abrigo, de Nikolái Gógol. De Gógol se ha visto mucho en las tablas, casi siempre bajo la etiqueta de lo cómico, aunque se trate, en realidad, de un humor negro tristísimo, personificado por su protagonista Akaki Akakievich. De ahí su belleza, que se ha traducido en un reconfortante éxito de público. Hay más obras. Alrededor de 1.100 funciones. La que inaugura el Festival es La vida es sueño, de Pedro Calderón de la Barca, dirigida por el colombiano Alejandro González Puche. Dos dudas saltan al instante. ¿Por qué se escoge una obra del Siglo de Oro para lanzar un festival de teatro contemporáneo? ¿No queda muy relegado el teatro colombiano en este festival que ya no es iberoamericano, sino mundial? Álvarez habla de lo clásico contemporáneo. Un concepto que, según él, se aplica aquí. Mientras tanto, juega con un par de gafas rojas. En efecto, una de las sorpresas estará a cargo de las tres versiones de la tragedia griega Medea, realizadas por una compañía alemana, una japonesa y otra francesa, con actores de Burkina Faso. Además, el grupo boliviano Teatro de los Andes presentará La odisea y el esloveno Tomaz Pandur traerá Calígula –el emperador que jugaba con la luna– inspirada en la obra de Albert Camus y ambientada en la Berlín de los años treinta. El teatro colombiano está presente en el Festival y hay una apuesta por él, asegura Álvarez, aunque no se detiene mucho en eso. Se trata, más bien, de confrontar nuevas estéticas con el trabajo personal y de ver las tendencias en escenografía, vestuario y montaje. Y si de apuestas arriesgadas se trata, una que dará de qué hablar es la adaptación de la novela de Roberto Bolaño 2666 dirigida por el catalán Álex Rigola. La obra hace parte de un grupo que aquí se denominará como “las exigentes” del Festival.
Cuenta Álvarez que cuando vio 2666 por primera vez no se dio cuenta de las casi cinco horas que dura. “Que eso no sea óbice para que la gente deje de ir”, dice. Es complicado. Junto a la arriesgada puesta en escena de Rigola, están otras como Guerra de la compañía italiana Pippo Delbono, cuyos protagonistas son personas con alguna discapacidad. El teniente de Inishmore, montada por los actores peruanos de La plaza Isil, gira en torno a unos personajes irascibles y de genial humor que buscan al gato Tomasín por la conflictiva Irlanda. Y Silenciados, de España, que toca el tema de la homosexualidad y el travestismo. Y por supuesto, la obra insignia para 2010: La última cinta de Krapp del legendario director tejano Bob Wilson –aunque Álvarez asegura que Wilson prefiere que lo llamen europeo, no se sabe muy bien por qué–. Una adaptación de la pieza de Samuel Beckett que genera una extraña atracción entre el público gracias a su protagonista: un tipo cuarentón y desdichado. Una delicia. “No tengo ni puta idea de cómo se hace el Festival”. En 2008, tras la muerte de Fanny, hubo colapso. El mayor inconveniente, para Álvarez, fue la incertidumbre del público sobre si iba a continuar o no. Entonces llegó Ana Marta de Pizarro. Recién en abril de 2009 empezó el proceso de montaje. En su versión pasada, el Festival logró tres millones de espectadores. Para esta, se han vendido 2.000 abonos. La Ciudad Teatro no será en Corferias, sino en Compensar, en donde se presentarán 730 funciones. El Festival tendrá cuatro ejes: las salas de teatro, Ciudad Teatro, teatro callejero y 10 talleres que beneficiarán a 270 jóvenes.
Los invitados de honor son Cataluña y las islas Baleares. Parece que Álvarez sí tiene idea. Los problemas, claro, surgen a granel. Falta de patrocinio, falta de ayuda estatal, falta de apoyo de las regiones para descentralizar el Festival y hacerlo más incluyente. Y otros más: el grupo F de Francia, para su obra, Jugadores de luz, necesita un contenedor de pirotecnia, pero, gracias a la “histeria terrorista”, ninguna naviera se compromete a traerlo hasta el puerto de Cartagena. Para Carrillón, de los italianos de Kitonb, es urgente una grúa de 250 toneladas que se ubique a la salida de la plaza de toros. ¿Dónde conseguirla? Álvarez lo cuenta con gracia y sin preocuparse demasiado. Esas cosas tienen solución. Por ahora, lo fundamental, es encontrar una hamaca.
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